Cuando se escriba la historia de la decadencia del poder estadounidense, la debacle del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) puede que no se merezca un capítulo entero, pero sin duda será más que una nota a pie de página.
El TPP es un acuerdo comercial que abarca 12 países del Pacífico con una población total de 800 millones de habitantes casi dos tercios más que la del mercado único de la Unión Europea (UE) y con una participación de 40% en el comercio mundial. También se convirtió en una de las pruebas más importante del liderazgo estadounidense en Asia y en el mundo.
Desafortunadamente, los dos principales candidatos presidenciales están compitiendo para ver cuál de ellos odia más al TPP, y el presidente Barack Obama no es capaz de impulsar su aprobación en el Congreso, por lo que las posibilidades de que sea ratificado por Estados Unidos están desapareciendo rápidamente. Si no se ratifica, este fracaso de la política interna estadounidense resonará a través de Asia en un momento en el que China está buscando activamente reemplazar a Estados Unidos como la potencia hegemónica regional.
China fue deliberadamente excluida del acuerdo, a pesar de ser una nación del Pacífico y la mayor potencia comercial del mundo. Desde el punto de vista de Beijing, el inminente fracaso del TPP es un motivo de alegría, aunque sea desconcertante. Es el más reciente ejemplo de los peligros de la democracia popular, lo que demuestra que un país nunca debe dejar los asuntos de interés nacional en manos de las masas desinteresadas y desinformadas. Los líderes de China se deben estar preguntando, sin duda, qué tipo de superpotencia permite que una minoría de los votantes en los estados clave de El Cinturón del Óxido (un área geográfica estadounidense antes famosa por su poderoso sector industrial) perjudiquen los intereses de toda la nación de una manera tan evidente.
Parte del problema son los contradictorios mensajes de la administración Obama. Mientras que al TPP se lo describe de manera informal como el "club de todos menos China" y como a una "OTAN económica", Estados Unidos se esfuerza en negar en público que no tiene nada que ver con contener a Beijing.
Esto obligó a la administración a tratar de vender el TPP nacionalmente como si fuera cualquier otro acuerdo comercial en un momento en el que muchos desconfían de este tipo de pactos. La ocasión en la que Obama llegó a estar más cerca de revelar la verdadera justificación del TPP sucedió en enero de 2015. "China quiere determinar las normas para la región de más rápido crecimiento en el mundo", dijo el mandatario. "Eso pondría a nuestros trabajadores y a nuestras empresas en desventaja. ¿Por qué permitiríamos que eso ocurra? Nosotros deberíamos fijar esas normas".
Si no adopta el TPP, Estados Unidos de hecho cederá el derecho a fijar las reglas comerciales y económicas en la región de más rápido crecimiento del mundo. En las palabras de un importante diplomático japonés, éso le va a brindar a Beijing una "oportunidad única para establecer un sistema comercial en Asia bajo el liderazgo chino".
Incluso Japón que considera el ascenso de una agresiva China su principal amenaza existencial está contemplando la posibilidad de unirse a la Asociación Económica Regional Integral (RCEP, por sus siglas en inglés) que China prefiere si Estados Unidos no ratifica el TPP. Ese acuerdo cubriría a los diez países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN, por su sigla en inglés), y además a Australia, Nueva Zelanda, China, India, Japón y Corea del Sur. Esta asociación regional no sólo excluiría a Estados Unidos, sino que también incluiría peores garantías para la propiedad intelectual, la libertad de internet, los derechos de los trabajadores y la fauna y el medio ambiente.
Beijing con su desprecio por la libertad en internet, los derechos humanos y la protección del medio ambiente, y con su práctica de ignorar la malversación cuando hace negocios en el extranjero con seguridad no impulsará tales estándares en ningún acuerdo comercial.
Algunos observadores en Estados Unidos y en Asia confían en que Clinton, de ser elegida, revivirá el TPP con otro nombre. Pero eso tomaría un largo tiempo y, para entonces, es probable que el acuerdo ya haya fallecido. Mientras tanto, China va a ejercer presión al máximo en apoyo de alternativas que excluyan a Estados Unidos. La mejor oportunidad para que Washington frene la erosión de su influencia y de prestigio en Asia es que Obama y el Congreso fuercen la aprobación del acuerdo durante la sesión saliente después de la elección en noviembre y antes de que asuma el nuevo presidente en enero.
Si esto no ocurre, Norteamérica se habrá causado un daño a sí mismo; le habrá cedido una enorme influencia a China; y habrá asegurado que los futuros acuerdos comerciales sean mucho peores para las compañías estadounidenses, los trabajadores y el planeta.
