Dos líderes en contraste. Los índices de aprobación de Donald Trump apenas se movieron durante su presidencia, y sus partidarios desestimaron cada escándalo como 'fake news'. Pero cuando Boris Johnson resultó haber hecho las veces de anfitrión de fiestas durante el confinamiento, sus seguidores huyeron: su índice de aprobación neto pasó de +29% en abril de 2020 a -52% la semana pasada, según la consultora YouGov. Aquí, en un microcosmos, la singularidad de la polarización estadounidense. La gente suele hablar de la polarización como un problema global, pero en realidad, en la mayoría de las democracias de Europa occidental e incluso de América latina, los bandos rivales no están profundamente arraigados ni son siempre del todo serios. La polarización occidental alcanzó su punto máximo entre 2016 y 2018, con las victorias del Brexit, Trump y el brasileño Jair Bolsonaro, los violentos enfrentamientos por la independencia de Cataluña y la entrada del antisistema Cinco Estrellas y el nacionalista Liga en el gobierno de Italia. En la actualidad, Estados Unidos sigue peligrosamente polarizado, más parecido a Turquía o a la India que a Europa occidental. Entre los republicanos en particular, las identidades étnicas, religiosas e ideológicas suelen estar perfectamente alineadas. Muchos creen que Dios apoya a su partido. Alentados por Trump, temen que su tribu esté bajo amenaza existencial. En una encuesta realizada por la Universidad George Washington, la mayoría de los republicanos dijo que "el modo de vida tradicional estadounidense está desapareciendo tan rápido que quizá tengamos que usar la fuerza para salvarlo". Tienen suficientes armas de fuego. Estados Unidos también se ve perjudicado por su Constitución, que entre otras cosas ha convertido a la Corte Suprema -posiblemente la institución política más poderosa del país, dado el bloqueo en el Congreso- en un premio que se lleva todo el mundo (Polonia tiene un problema similar). El retroceso democrático es corto en Estados Unidos, considerando que los estados del sur impidieron votar a muchos afroamericanos hasta fines de los años sesenta. Pero Europa occidental es más tranquila. Las divisiones son profundas, pero la mayoría de sus ciudadanos no están muy interesados en los temas políticos y no pueden permanecer enojados por ellos durante años. La historia de Europa consiste en olvidar la polarización del pasado, pues de lo contrario Finlandia seguiría rumiando su guerra civil de 1918 y las cabezas de los protestantes colgarían de las puertas de las ciudades francesas. La despolarización británica actual es un ejemplo de ello. La mayoría de los 'Leavers' celebraron la victoria en el referéndum del Brexit menos como una revolución que como una especie de partido de fútbol: "Perdieron, superenlo". No creen que Dios quiera el Brexit. Los Leavers tampoco se despiertan por la noche temiendo que las hordas de Remainers [los que apoyaban que el Reino Unido se quedara en la Unión Europea] los masacren en sus camas. De hecho, estas etiquetas se están desprendiendo a medida que el Brexit pierde relevancia y se adentra en las impenetrables negociaciones sobre algo llamado Artículo 16. El año pasado, los británicos realizaron más búsquedas en Google sobre el Aston Villa Football Club que sobre el Brexit. Afortunadamente también, la mayoría de los líderes elegidos, aparte de Trump, tratan de reducir la tensión. La democracia es un sistema de gestión de conflictos que suele tender al tedio. El nuevo líder de Chile, Gabriel Boric, promete ser "presidente de todos los chilenos". En España, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha bajado la temperatura sobre el independentismo catalán al indultar a nueve líderes separatistas. Hace poco, en Barcelona, observé que había muchas menos banderas catalanas que antes colgadas en los balcones de los departamentos. Sánchez tenía otro motivo para sus indultos. Quería que los partidos catalanes apoyaran sus otras políticas. La necesidad de construir coaliciones es una fuerza de unidad en muchas democracias europeas. En Italia, la Liga y Cinco Estrellas se sientan ahora en el gobierno tecnócrata de Mario Draghi. Algunos partidos polarizadores, como el de Eric Zemmour en Francia o el de Vox en España, siguen tratando de identificar las fallas de la sociedad y sentarse encima de ellas, pero atraen a pocos seguidores, muchos de los cuales entienden que no hay riesgo de que estos grupos lleguen al poder, y sólo quieren un poco de emoción. Mathieu Lefevre, director de la ONG antipolarización More in Common, advierte que hay más peligro de que ciertas sociedades caigan en la apatía que de que se elijan extremistas. Algo que mantiene unidas a las sociedades europeas es que la mayoría de la gente sigue recibiendo las noticias de los medios estatales. En Gran Bretaña, casi el 100% de los adultos utilizan la BBC cada mes. La gente se queja de las noticias de la BBC, pero la mayoría confía en ella. Cuando estallaron los escándalos en torno a Johnson, casi nadie dijo que todo eran 'fake news'. Incluso en Brasil, muchos de los partidarios de Bolsonaro lo tiene claro: sus índices de popularidad en las encuestas se desplomaron tras el mal manejo del Covid-19. Los políticos antisistema fuera de Estados Unidos suelen pagar un precio por su mal gobierno. Hay una lección más amplia aquí. Los expertos suelen extrapolar el caso de Estados Unidos, cuando en realidad es un caso atípico entre las democracias occidentales. Su polarización, sus burbujas de filtro y desigualdad económica generalmente son malas. Sin embargo, debido a que el debate internacional está desproporcionadamente impulsado por los medios de comunicación en inglés y los académicos de las universidades estadounidenses, a veces terminamos discutiendo los problemas estadounidenses como si afectaran a todo el mundo desarrollado. En lugar de ello, en una nueva versión del excepcionalismo americano, deberíamos reconocer que Estados Unidos es un caso especial, y hacer planes para enfrentar su colapso democrático.