Tras toda la locura arancelaria -los impuestos a islas habitadas sólo por pingüinos, la pseudoprofunda definición matemática de "recíproco", la idea de que la política comercial establecida del resto de países del planeta constituye de alguna manera una emergencia, y suficientes giros de 180 grados como para marear a una bailarina- es fácil perder de vista un hecho fundamental: incluso un arancel modesto y predecible sigue siendo una estupidez modesta y predecible. Empecemos con una verdad simple sobre un mundo complejo. Todos tenemos que comerciar con alguien. Intentar alcanzar la autosuficiencia completa resultaría, en el mejor de los casos, en una existencia a lo Robinson Crusoe en la que cada minuto del día tendría que dedicarse a perforar cocos o reparar el techo de la casa del árbol. El peor de los escenarios sería morir simultáneamente de hambre, frío y un rasguño infectado. La segunda verdad sobre el comercio es que es beneficioso incluso si comercias con alguien que es mejor que vos en todo. Un ejemplo clásico: tu compañero de departamento puede cocinar un plato en 30 minutos o poner a lavar una tanda de ropa en 40 minutos. A vos, cocinar te lleva 90 minutos y poner el lavarropas una hora. Una visión trumpiana de esta interacción es que estás condenado al fracaso: tu compañero es mejor cocinando y lavando la ropa, así que hará ambas cosas mientras que vos no haces ninguna. ¡Un déficit comercial! ¡Triste! (Aunque no está exactamente claro por qué este giro de los acontecimientos te perjudicaría). Pero si te ofreces a lavar tres tandas de ropa a cambio de que tu compañero cocine tres comidas, tanto tú como tu compañero obtendrán ropa limpia y comida casera con menos esfuerzo. Este, el principio de la 'ventaja comparativa', es esa idea poco común en economía que es importante, cierta y nada obvia. La tercera verdad sobre el comercio es que, en última instancia, no se trata de todo lo que vendes. Se trata de todo lo que compras. Sí, los trabajos pueden darnos un sentido y un propósito, pero no los hacemos a cambio de estrellitas doradas. Los hacemos a cambio de dinero que podemos gastar en cosas. La cuarta verdad sobre el comercio es que, si bien los déficits pueden no significar mucho, los déficit bilaterales no significan nada en absoluto. Financial Times tiene un enorme déficit bilateral conmigo: me envían dinero todos los meses, pero no se quejan de que no me gaste el sueldo en ejemplares de FT Weekend. Por otra parte, tengo un gran déficit bilateral con mi quesería local, pero sería extraño insistir en que compraran más ejemplares de mi libro 10 reglas para comprender el mundo. No gasto dinero en la quesería con la esperanza de que compren mis libros a cambio. Gasto dinero con la confianza de que lo que recibiré a cambio será queso. A estas alturas, todos los autoproclamados ‘hombres de los aranceles' que siguen leyendo esto podrían quejarse de que estoy haciendo trampa, porque he estado hablando de comercio local en lugar de comercio internacional. Pero, hablando en términos económicos, no hay diferencia. Esa es la quinta verdad sobre el comercio: los aranceles se imponen en las fronteras nacionales no por razones económicas, sino porque son un lugar administrativamente conveniente para hacerlo. También son convenientes desde el punto de vista cultural y del mensaje. Políticos a los que de otro modo ni se les ocurriría presumir de subir los impuestos, se alegran de hacerlo porque parecen aplicarse a los extranjeros. (La sexta verdad: un arancel no es más que un impuesto). En realidad, los aranceles no son un impuesto a los extranjeros, sino a quienes compran extranjero; sin embargo, ese mensaje es más fácil de transmitir que, por ejemplo, gravar a los habitantes de Birmingham que compran a Manchester. Esta es una pregunta que pocos ‘hombres de los aranceles' se han planteado, y mucho menos respondido: si gravar los bienes que entran a Estados Unidos desde México es una idea tan brillante, ¿por qué no sería buena idea que el gobierno de Houston gravara las importaciones procedentes de Dallas? ¿O las importaciones llegadas desde el noroeste de Houston al este del estado? En una economía moderna, algo debe gravarse, pero los impuestos a las transacciones producen distorsiones innecesarias, ya se apliquen en una frontera nacional o en cualquier otro lugar. La séptima verdad sobre el comercio es que a menudo se utiliza como chivo expiatorio. Hay muchos problemas que parecen causados por el comercio, pero en realidad son causados por otra cosa. Por ejemplo, la disminución de empleos en el sector manufacturero estadounidense parece que fue causada por la competencia de China, y en parte lo fue. Pero también se debió en gran medida a la competencia de los robots, que es la razón por la cual muchos empleos han desaparecido, pero la producción manufacturera estadounidense sigue aumentando. Hay muchos problemas para los que los aranceles parecerían una solución, desde fomentar una industria de defensa local hasta desalentar la emisión de gases de efecto invernadero, pero en casi todos los casos existen alternativas mejores, más específicas y menos derrochadoras. Sí, se puede querer apoyar un clúster industrial local, gravar las emisiones de dióxido de carbono o diversificar las fuentes de energía. Pero perseguir objetivos económicos complejos con una guerra comercial es como intentar realizar una neurocirugía con un martillo. Incluso un neurocirujano experto tendría dificultades para obtener un resultado positivo, y no estoy seguro de que el equipo actual de la Casa Blanca se haya ganado aún esa distinción.