La elección de Emmanuel Macron generó expectativas de un acuerdo franco-alemán sobre una mayor integración fiscal en la eurozona. El Brexit impulsó propuestas de una Europa a dos velocidades.

Pero detrás de estas especulaciones, un cambio real y profundo está pasando relativamente inadvertido. La unión bancaria europea, que se lanzó en 2012 para la eurozona, pero que países no miembro de la Unión Europea ven con creciente interés, se está perfilando como la transformación más significativa derivada de la crisis financiera, no solo de la estructura económica europea, sino de su economía política.

En junio, bancos en quiebra de España e Italia se liquidaron. Juntos, muestran en qué medida la unión bancaria transformó la gestión financiera de Europa.

La unión bancaria se acordó en una cumbre celebrada en junio de 2012, y combinó dos plataformas. La primera fue la "recapitalización interna": el requisito que los acreedores de los bancos acepten la pérdida de su inversión para proteger a los contribuyentes de los riesgos asumidos por los gerentes de los bancos. La segunda fue elevar los poderes de regulación del nivel nacional al europeo.

Estos poderes centralizados quedaron de manifiesto en la resolución del Banco Popular de España y la liquidación de dos bancos chicos en la zona del Véneto de Italia. En ambos casos, las autoridades nacionales se vieron condicionadas por la decisión del Banco Central de Europa de que los bancos estaban "en quiebra o que posiblemente irían a quiebra". Otra agencia supranacional, el Mecanismo Único de Resolución, ordenó a España resolver la situación del Banco Popular conforme a las normas europeas; pero permitió que la liquidación de los bancos del Véneto se llevase a cabo conforme a la legislación italiana.

El resultado fue que en el caso de España el problema se resolvió sin un centavo de subsidios pagados por contribuyentes. Sin embargo, en Italia, el gobierno puso miles de millones de euros para afrontar la pérdida, premiando la quiebra y manteniendo las finanzas públicas como rehén del sector bancario.

España dio un pantallazo del futuro de la regulación bancaria, mientras que Italia se aferró a las malas costumbres del pasado. ¿Por qué la discrepancia? En parte se debe a la mayor capacidad de Italia de hacer lobby. Pero el poder no es todo; importa para qué se lo utiliza.

España se mostró mucho más predispuesta a adoptar el cambio cultural que implica la unión bancaria. Bajo la restricción de un préstamo de rescate de la eurozona, reestructuró decididamente su sector de bancos de ahorros después de 2012, mientras que Roma lo dejó para más adelante.

El proyecto de la unión bancaria se inició ante la urgencia por hacer saltar un "circuito de fatalidad" entre bancos y gobiernos que alimentaban la crisis de deuda soberana.

Con el tiempo, una autoridad más centralizada y el requisito de recapitalización interna de los acreedores revolucionarán las relaciones económicas y políticas europeas más allá de lo imaginable. Si los líderes de la eurozona hubiesen sabido qué estaban firmando, probablemente se habrían echado atrás.

Desde el punto de vista económico, la recapitalización interna genera una distribución de riesgo de facto entre los países. Hacer que las amortizaciones se conviertan en una práctica regular cuando las cosas funcionan mal pone en marcha un sistema de transferencias de acreedores a deudores. Con el tiempo, esto funciona como las transferencias de países excedentarios a deficitarios, ya que los ahorros netos de los primeros normalmente se usan para financiar a los últimos mediante el sistema bancario. En otras palabras, la unión bancaria imita la distribución del riesgo fiscal al que las economías con superávit del norte de Europa se resisten y que las economías deficitarias periféricas exigen. Con la unión bancaria, la unión fiscal no es necesaria.

Las implicancias políticas son aun mayores. Esto se debe a que la recapitalización interna tiene consecuencias muy diferentes en materia de participación bancaria que los rescates. En los casos en que los rescates financiados por contribuyentes permitieron con frecuencia mantener la participación y las redes de control existentes, la recapitalización interna permite transferir la participación y el control de los dueños anteriores a los acreedores que enfrentan amortizaciones.

Dada la financiación transfronteriza de las economías excedentarias a las deficitarias llevada a cabo por el sistema bancario europeo, con el tiempo la participación y el control se volverán más paneuropeos y estarán más dominados por los inversores de países con superávit.

Esto disolverá gradualmente los lazos estrechos entre las élites políticas y bancarias nacionales, mezcladas por todas partes de Europa y especialmente la eurozona.