Cuando Theresa May llamó a elecciones generales que supuestamente fortalecerían su posición en el poder, felizmente se habría conformado con el 42,5% de los votos y con gran razón. En elecciones anteriores, ese resultado le habría garantizado una clara victoria.

Pero en vez de atrincherarse en su posición, se está aferrando al poder, lo que refleja cómo el Reino Unido está políticamente más dividido que nunca en su historia reciente. Lejos de suavizar las divisiones que quedaron a la vista con el referéndum del Brexit, estos comicios parecen haberlas profundizado.

Usando las mismas palabras de otro líder Tory, May se mantiene en el cargo pero no en el poder ya que depende de la buena voluntad de uno de los partidos políticos más sectarios del Reino Unido.

May en realidad recibió 13,6 millones de votos más de 2 millones más que David Cameron en 2015 cuando obtuvo una mayoría en el parlamento. Desafortunadamente para ella, los 12,8 millones de votos que obtuvo Jeremy Corbyn representaron un 40% que también le habrían otorgado la victoria en cualquier elección allá por 1970.

El país mostró una división 52% 48% en el referéndum del Brexit; ahora en política general también refleja una fractura de 43%-40%. La conclusión de la elección es que los dos partidos grandes, ideológicamente más alejados de lo que han estado durante décadas, se garantizaron casi el 84% de los votos.

Dos quintas partes del país votaron una agenda ferozmente socialista, el fin de la austeridad y un Brexit más suave. Algo más de dos quintas partes votaron por un Brexit duro, disciplina fiscal y una agenda fuertemente conservadora.

Desde 1992, los principales partidos se pelean por el mismo terreno central de la economía neoliberal abierta. Los votantes eligieron entre versiones más pálidas o más oscuras de algo similar. Ese consenso se acabó. Ahora el 80% del país rechaza la ideología fundamental de la mitad de sus compatriotas.

Luego, están las fisuras demográficas las divisiones que quedaron expuestas en el referéndum por el Brexit que se afianzaron aún más. El voto de los jóvenes entre 18 y 24 años fue en un 66% para los laboristas y en un 18% a los Tories, la mayor brecha desde 1987.

A la inversa, los mayores de 65 años votaron 58% y 23% a los partidos opuestos, también la mayor diferencia desde 1987.

Los partidos políticos durante mucho tiempo distorsionaron las políticas contra los jóvenes, confiados en su apatía electoral. Pero heridos por el voto a favor del Brexit, este séquito parece estar adquiriendo el hábito de votar y, si lo mantienen, eso reorientará las políticas en las futuras generaciones.

La división geográfica entre la población metropolitana abierta cómoda con el mundo más amplio y el electorado nacionalista más aislado también se profundizó.

May llamó a elecciones con el declarado objetivo de poner fin a las divisiones que provocó el Brexit. En cambio, la grieta ahora parece ser más severa. La pelea por el Brexit, lejos de estar saldada, se ha intensificado.

No todas las divisiones han aumentado. La fisura por el Brexit se suavizó en la clase media. El grupo llamado ABC1 se inclinó fuertemente por los Tories en 1987; ahora la votación fue pareja.

May tuvo cierto éxito en su deseo de atraer el voto de la clase trabajadora. En 1987, cuando Margaret Thatcher obtuvo su tercera victoria, los laboristas llevaban una ventaja de 29 puntos en este grupo demográfico. Ahora es de 15%.

Esta sociedad más fracturada también infecta la interpretación del resultado. Los laboristas y Jeremy Corbyn sienten que son grandes ganadores y que tienen derecho a disfrutar de un surgimiento que fue desestimado por casi todos los comentaristas.

En particular, fue correcta la estrategia de movilizar a los jóvenes que tradicionalmente se abstienen de votar. Los laboristas son más fuertes y transmiten más confianza que hace una década. Tienen derecho a saborear el momento pero pese a todo su sorprendente avance, no han ganado. Siguen fuera del poder.

El éxito de Corbyn crea un dilema para los laboristas. Pese a la lamentable campaña Tory, el 42,5% del país votó en contra de él.

Es difícil imaginar una ola similar de entusiasmo para otro líder laborista pero hay que preguntar si sus limitaciones negaron la victoria total del partido y es difícil desentrañar su notable surgimiento de la ineptitud de May.

En Escocia, los tres partidos de la unión recuperaron mucho terreno, lo que casi seguramente pone fin a la posibilidad de un segundo referéndum independentista. Pero aún acá gran parte de las bancas siguen en manos de los nacionalistas escoceses.

Categorizar el resultado Tory es más simple. May no necesitaba llamar a estas elecciones pero habiéndolo hecho, huyó de casi todos los aspectos de la campaña y tuvo un desempeño pésimo en partes que ella no podía evitar.

Esto fue una derrota que se infligió a si misma con una campaña caracterizada por la arrogancia, el orgullo y la incompetencia.

Su supervivencia como líder Tory dependerá más del temor de sus colegas a una mayor inestabilidad que a la persistente lealtad hacia alguien que ellos correctamente condenarán por haber hecho un pésimo cálculo político.

Los conservadores son los culpables del caos político en el que se encuentra el país; un caos nacido del cálculo político y un caos que ahora es aún más pronunciado.

Y, al menos por el momento, siguen al mando del país encadenados a los unionistas democráticos del Ulster y en el peor de los lugares para abordar las divisiones por las cuales deben asumir una sustancial porción de la culpa.

Pasaron menos de 30 años desde que un flamante primer ministro conservador habló de crear "un país cómodo consigo mismo". Era una cariñosa esperanza en aquel entonces y mucho más hoy.