Una vez por década, una crisis divide a la Unión Europea y paraliza el esfuerzo posguerra de unir al continente. Los veteranos de esas batallas insisten en que, provengan del extranjero (Irak) o de adentro (el rechazo a un tratado de la UE), la crisis finalmente pasa y el proyecto europeo revive.
En esta oportunidad podría ser distinto. Durante el mes pasado, el proyecto de integración no se detuvo pero ahora parece haber puesto la marcha atrás.
Tanto el euro como la eurozona, los dos logros más visibles de la integración posguerra, están tan debilitados que los funcionarios abiertamente especulan con su muerte. El comisionado europeo de Grecia está nuevamente controlando el trafico que cruza sus fronteras e ingresa al país y Bruselas está por reconsiderar las normas que rigen el área Schengen.
Estos repentinos pasos atrás reflejan un fuerte cambio en los vientos políticos. Los votantes europeos, que hace un año aceptaron a regañadientes las medidas de austeridad y rescates, ya no se muestran dispuestos a consentir. En los últimos seis meses cayeron los gobiernos en Portugal e Irlanda, mientras que partidos políticos populistas que se oponen a la UE han obtenido grandes avances en Finlandia y Holanda.
Europa debe determinar si esto es un estallido temporario o un cambio fundamental en política. En Estados Unidos, exigencias populistas similares provenientes del Tea Party condujeron a una modificación de la agenda republicana y dieron nueva forma a la carrera presidencial de partido.
José Manuel Barroso, presidente de la comisión europea, el mes pasado llamó a los gobiernos nacionales a hacer a un lado las exigencias de las voces que se oponen a la UE. Sin embargo, no es ni sensato ni posible marginar a esos grupos. Holanda es un ejemplo de los peligros que implica ignorar el creciente coro.
Holanda sirvió como la California de Europa, fijando tendencias para el continente, desde las ideas de Baruch Spinoza hasta el comercio global impulsadas por el poder marítimo holandés del siglo XVII, y la tolerancia y apertura simbolizadas por los cafés de Amsterdam y el barrio rojo. También estuvo en el corazón mismo de la integración posguerra de Europa, un miembro fundador de grandes instituciones desde la OTAN hasta el euro mismo. Pero en los últimos meses, Holanda se convirtió el país más obstruccionista en las peleas de Bruselas por el futuro de la UE.
Podríamos estar frente a un cambio generacional en la dinámica política europea. Las tradicionales divisiones entre derecha e izquierda se han reducido. Ningún demócrata social está a favor del planeamiento económico centralizado, así como no hay candidato conservador que cuestione seriamente el apuntalamiento del estado benefactor.
En su lugar, estamos viendo una nueva división entre los que están a favor y en contra de la globalización. Y lo que es más importante, podrían verse frente a un nuevo desafío sin precedentes para el proyecto europeo.
