En uno de los paneles de debate que dominan el ritmo diario de Bruselas, José Manuel Barroso esta semana apareció diciendo la verdad. Públicamente declaró lo que muchos líderes europeos habían reconocido en privado: que la respuesta a la crisis basada en la austeridad choca cada vez más contra el gran enojo de los votantes.


Sé que hay algunos asesores tecnócratas que nos dicen cuál es el modelo perfecto para responder a una situación, pero cuando les preguntamos cómo implementarlo, responden: Ese no es mi problema, dijo el presidente de la Comisión Europea en un comentario no tan sutil a su propio personal. Necesitamos una política que sea la correcta. Y al mismo tiempo necesitamos que tenga aceptación política y social. Su admisión llegó después de varias semanas malas para los defensores de la austeridad. El Fondo Monetario Internacional publicó nuevas estimaciones que muestran que las recesiones se están profundizando en algunas de las economías de la eurozona más golpeadas por la austeridad, como España, Portugal y Grecia. Eso coincidió con el error que se conoció en una de las investigaciones académicas más influyentes que relacionaba la deuda soberana elevada con el estancamiento económico.


También hay mayores señales de que está ganando terreno en Bruselas la idea de que es necesario suavizar la austeridad. Media docena de países de la eurozona, incluyendo los denominados centrales como Francia y Holanda, quieren más tiempo para cumplir con las duras metas de déficit que exige la UE, la herramienta más poderosa de Bruselas para fijar la política fiscal para toda la zona euro. Pero si fuera sólo una profundización de la recesión económica o una carrera por tener el mejor paper académico, sería poco probable que quienes proponen ajustar menos el cinturón cambien el tenor del debate en Bruselas. Después de todo, la recesión de Europa empeora hace más de un año y ha habido pocas modificaciones de política, y los ocasionales ataques entre keynesianos y austerianos han caracterizado el debate desde que estalló la crisis.


Lo que ha cambiado es el tema al que se refirió Barroso: la política. Siguiendo los pasos de las elecciones italianas de febrero (donde más de la mitad de los votantes respaldó a los candidatos con plataformas anti-UE y anti-austeridad) se está evaporando la aceptación pública de la respuesta a la crisis.


Allegados al presidente de la comisión insisten en que no hubo nada accidental en sus comentarios; hace meses que en privado muestra preocupación por el sentimiento anti-UE provocado por la política económica de la eurozona, pero mantuvo la boca cerrada para no mover un barco ya de por si inestable. Esta semana, siguió sus instintos políticos y habló.


Sin duda, la destrucción política que dejó el inicio de la crisis ya es significativa. El partido Fianna Fáil de Irlanda quedó diezmado cuando se vio obligado a recibir un rescate financiero de 67.500 millones de euros. La dinastía Papandreou, que lleva tres generaciones en Grecia, fue desmantelada en el transcurso de un fin de semana. Silvio Berlusconi de Italia fue abiertamente ridiculizado por sus colegas y despedido rápidamente después de un no tan sutil empujón proveniente de Berlín y Bruselas.


Pero la revolución de los votantes, al igual que la crisis misma, ahora se está moviendo desde la periferia hacia el centro de la eurozona. Mario Monti, el primer ministro tecnócrata bendecido por Bruselas y que fue castigado por el electorado italiano cuando trató de ganarse el puesto en las urnas, advirtió poco tiempo después que otros líderes también serán puestos de patitas en calle a menos que se haga más por impulsar el crecimiento.