Un reciente video de uno o dos minutos de un teléfono móvil capta a un anciano que, en repetidas ocasiones y, al parecer, deliberadamente, impide que se cierre la puerta de un abarrotado tren suburbano de Nagoya. Por supuesto, se volvió viral.
Las imágenes, que coprotagonizan el nervioso personal de la estación y los irritados pasajeros, son exquisitas. Nueve veces, las puertas de acero del tren intentan cerrarse, pero cada intento se ve frustrado por el travieso anciano. Pasan los segundos; se altera el orden natural de las cosas; se descarrila la famosa puntualidad japonesa.
El incidente no tiene mucha importancia; pero sí recalca la conclusión beligerante a la que llegaron rápidamente quienes vieron el video online. Esto fue, según decidieron las masas, otro caso más de rougai: el daño que los ancianos le hacen a Japón.
La palabra, que aún carece de consenso sobre los parámetros de su significado, merodea en el vocabulario nacional hace algunos años. Las inquietudes demográficas sobre el envejecimiento de la población, los serios interrogantes sobre si los sistemas de bienestar y la economía de Japón pueden adaptarse a su exigente demografía, o cómo el cuidado de ancianos agobiará lo que queda de la fuerza laboral, han sido asuntos importantes y desconcertantes durante muchos años. Rougai, mientras tanto, simplemente significa “anciano molesto .
El uso acelerado de ese término refleja múltiples problemas. Puede ser la obstinada idiotez de un alto directivo que no puede usar una computadora, pero que desacredita al personal más joven y lo considera inferior a las generaciones anteriores. Es la ola de robos en tiendas por parte de jubilados. Son los políticos caducos. Son las ancianas que regañan a las madres jóvenes en la calle y les dan consejos que nadie les pidió sobre la crianza de los hijos. Es la larga cola serpenteante de septuagenarios que titubean ante las máquinas expendedoras de billetes con pantalla táctil. Son japoneses de 90 años que provocan choques múltiples por conducir de contramano en las carreteras.
Cuando una de las principales revistas de negocios publicó una lista de las 10 principales irritaciones rougai en los lugares de trabajo, el primer lugar lo ocupó “la forma en que los ancianos siempre dicen que tienen razón en todo . Otra lo definió en términos del lastre competitivo que sufren tantas compañías japonesas cuyos líderes ancianos se niegan a renunciar. Rougai se ha convertido en la queja favorita cuando los jóvenes perciben que la población anciana de Japón es exasperante, intratable e intolerable.
La fricción generacional no es nada nuevo para la humanidad, ni especial de Japón, pero rougai parece reflejar un sentimiento específico de Japón de que los jóvenes están siendo superados en número por los ancianos. Las cifras del gobierno, las últimas de las cuales se dieron a conocer este mes, confirman esa exasperación. Una quinta parte de la población tiene ahora más de 70 años y una tercera parte tiene más de 60 años. Sin embargo, el respeto hacia los ancianos, ya sea por instinto o por hábito, generalmente garantiza que las manifestaciones de rougai se sufren en silencio, con lástima o con una risa incómoda.
Entonces, ¿cuán genuina es esta queja producida por la ira generacional? La increíble velocidad con la que se publicó el drama de la puerta del tren de Nagoya en las redes sociales y se definió como rougai es instructiva. YouTube y otros sitios para compartir videos son ahora repositorios de imágenes de ancianos japoneses comportándose de forma horrible, peligrosa o provocando el caos en lugares públicos.
El Internet es una vía extremadamente eficiente para ensamblar estas enciclopedias de indignación y convencer a los espectadores de que la plaga es tan generalizada como perniciosa.
No hay duda de que la demografía del país le presentará a su sociedad una lista de problemas cada vez más irritante, compleja y triste. La carga de esto será inmensa y seguramente recaerá sobre la generación que ha compartido y se ha quejado de las imágenes del anciano que obstaculizó la puerta del tren de Nagoya. Ellos reconocen el problema; al menos se han empoderado al darle un nombre.
