El pánico en los mercados comenzó cuando Estados Unidos logró llegar a un acuerdo, y no cuando fracasó en el intento. Y eso tiene sentido: el debate sobre el techo de la deuda aceleró el reconocimiento de que el pago de los bonos soberanos tiene más que ver con la política que con la economía.
Las empresas y los individuos cancelan sus deudas porque deben hacerlo, pero los deudores soberanos entran en una categoría diferente. La inmunidad soberana sigue la lógica de la soberanía. Los tribunales imponen la autoridad del rey y, por lo tanto, no puede usarse en contra el rey.
En general, los considerables activos de los gobiernos no están a disposición de sus acreedores. Algunos acuerdos buscan esquivar este principio; por ejemplo, el edificio del Tesoro británico es objeto de una compleja securitización y el subte de Atenas podría privatizarse. Pero quien crea que esos activos podrán ejecutarse está viviendo un sueño.
La pelea entre Standard & Poors y el Tesoro norteamericano sobre los números contables tampoco se entiende. El problema no es, y nunca será, la capacidad de pagar que tiene el gobierno; el tema es si existe o no voluntad de hacerlo. Si los deudores soberanos cumplen con sus obligaciones financieras, es sólo porque quieren.
Durante siglos, la gente supo que dada la posición especial que ocupa el soberano era riesgoso prestarle al rey: los individuos ricos y las empresas sólidas, en términos generales, eran inversiones seguras. Los reyes podían no cancelar su deuda, o pagar en moneda devaluada, y no había nada que pudiera hacer el prestamista enojado. El acreedor soberano no sólo debe arriesgar su capital sino también aguantar la ingratitud que a veces despliegan los tomadores de crédito.
Cuando Walter Wriston aseguró que los países no pueden quebrar, estaba describiendo un problema y no una oportunidad. Si los deudores ofrecían cancelar su deuda, en general era porque querían tomar más crédito. Y seguían endeudándose hasta que su capacidad de repago dejaba de ser creíble.
Los países más ricos parecían una mejor apuesta porque sus ciudadanos sentían la obligación de cumplir con las deudas públicas. Pero esa sensación de obligación se ha erosionado en los últimos tiempos.
Los pueblos de Islandia e Irlanda no entienden fácilmente porqué deberían ser responsables de los caprichos de los financistas. En Estados Unidos, una minoría parece creer que el gobierno federal representa un hostil poder de ocupación. Europa sufre una deliberada desaparición de la diferencia entre las obligaciones de los estados individuales y las obligaciones de la eurozona. Esos fenómenos son manifestaciones de la misma causa subyacente: la pérdida de confianza en los gobiernos y en el sistema financiero.
La doctrina jurídica de la inmunidad soberana se extiende a los soberanos extranjeros. Si los tribunales británicos no exigieran el cumplimiento de los fallos contra el rey de Inglaterra también se negarían a imponer los que son en contra del rey de Francia. Esa actitud podría convertir una transacción privada en una guerra entre estados.
Y podría serlo aún hoy. Imagine un hedge fund tratando de conseguir una orden de secuestro contra el avión presidencial en la pista de Heathrow. Lo que el Estado le debe a los extranjeros y la propiedad extranjera de activos nacionales clave frecuentemente han causado problemas políticos. Pensemos en el constante impacto desestabilizante del colonialismo económico en América latina y el impacto de los petrodólares en la política de Medio Oriente. Hoy tenemos que pensar en las tenencias de bonos norteamericanos que tiene Asia y el crecimiento de los fondos de riqueza soberana. En cada caso, la interacción económica y política perjudica tanto la buena política económica como las buenas relaciones internacionales.
Los problemas históricos no fueron resueltos por los mercados de capitales modernos. Algunos hedge funds hicieron bien en comprender el nexo entre realidad comercial y geopolítica. Pero la mayoría de la deuda soberana está en manos de operadores con poco conocimiento de historia, política, o peor aún no tienen sentido de la responsabilidad. Todos estamos sintiendo las consecuencias de ello.
