En marzo, Ratan Tata, el presidente saliente del grupo indio Tata, pronunció su último discurso en la reunión anual de los altos ejecutivos de la compañía. En una sala repleta del lujoso hotel Taj de Mumbai, propiedad de Tata, el empresario de 74 años delineó su visión para la empresa que pronto dejaría en manos de su sucesor, Cyrus Mistry.
Este año, Tata se transformó en la primera empresa india en alcanzar u$s 100.000 millones en ingresos, más de la mitad de ellos en el exterior. Pero Tata señaló que se debe apuntar más alto y llevar las ventas anuales a u$s 500.000 millones en la próxima década.
Es una meta audaz que, si se alcanza, colocaría a la mayor empresa de India en la cima, superando incluso a ExxonMobil y Walmart. Pero Mistry enfrenta cuestionamientos sobre cómo alcanzará el objetivo.
Tata es un símbolo del capitalismo indio, con una extraña reputación que combina el rápido crecimiento y una conducta ética, en una nación que sigue atormentada por la corrupción. Su presidente saliente es también el patriarca empresarial más venerado del país, lo cual hace que este traspaso de mando - único en su generación - sea uno de los hechos más observados de la historia corporativa de India.
Tata también encarna las aventuras de la nación con respecto a la globalización. Debido a la burocracia desgastante y a la corrupción profunda de su país, Tata aprovechó la liberalización económica de India para expandirse en el extranjero y adquirió grandes empresas europeas, tales como la fabricante de acero anglo-holandesa Corus y la automotriz de lujo Jaguar y Land Rover, con sede en el Reino Unido.
Ratan será recordado con cariño, hizo un trabajo fenomenal, dijo Pradip Shah, presidente de IndAsia Fund Advisors, con sede en Mumbai. Pero éste es un punto de inflexión para India, que podría cambiar a esta compañía para siempre, agregó Shah.
La entidad dormida y de bajo desempeño que Tata heredó de su tío en 1991 se transformó en un gigante global, con más de 100 compañías que operan en cerca de 80 países. Pero el desempeño financiero de las mismas se mantiene desigual y el nuevo presidente enfrenta complejas decisiones sobre qué hacer con las rezagadas.
