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En Neura, el presidente Javier Milei, durante un maratón dialógico de cuatro horas, recurrió al "Principio de imputación de Carl Menger" para responder a una pregunta incómoda: ¿qué pasaría si los formadores de precios aprovechan la fluctuación del tipo de cambio para remarcar productos? Su respuesta, cargada de crudeza -"se van a tener que meter los productos en el orto"-, encapsuló una idea técnica en una frase viral.

Pero detrás de la provocación verbal hay un fenómeno más profundo, donde el contexto no es menor. La desaparición del CEP0, en el marco de un acuerdo con el FMI y un repunte inflacionario tras meses de desaceleración, reavivó el temor a una espiral de precios. Frente a esto, Milei no citó manuales de política monetaria, sino que apeló a un concepto de la Escuela Austriaca para argumentar que, sin validación del consumidor, cualquier aumento será efímero. Así, el presidente -economista de formación- convirtió una teoría del siglo XIX en un arma retórica contra lo que él llama "la casta empresarial cómplice de la inflación".

¿Quién fue Carl Menger y por qué su principio de imputación es relevante en 2025?

Nacido en 1840 en Galitzia (actual Polonia), Carl Menger es el fundador de la Escuela Austriaca de Economía, corriente que pretendió revolucionar el pensamiento económico al desafiar las teorías clásicas dominantes. En su obra cumbre, Principios de Economía Política (1871), Menger desplazó el foco del valor objetivo -basado en costos o trabajo- hacia el valor subjetivo, determinado por la utilidad marginal que los individuos asignan a los bienes.

El principio de imputación es una derivación de esta idea: los precios de los bienes de capital (maquinarias, insumos) no determinan los precios finales, sino que son imputados a partir del valor que los consumidores otorgan a los productos terminados. En palabras simples: si un panadero invierte $100 en harina, es porque espera vender el pan a un precio que justifique ese costo. Si los consumidores no están dispuestos a pagarlo, el panadero deberá ajustar sus costos o quebrar. La soberanía reside en el consumidor, no en el productor, una teoría que contrasta de cabo a rabo con la noción marxista de que "la producción determina el consumo".

Esta teoría rompió con el paradigma ricardiano-marxista del valor-trabajo y sentó las bases para entender los precios como señales de escasez y preferencias. Sin embargo, su aplicación en economías inflacionarias como la argentina siempre fue polémica. Críticos señalan que en contextos de inestabilidad monetaria, los costos (especialmente los dolarizados) sí arrastran precios, generando un círculo vicioso.

Milei ilustró el principio con un ejemplo contundente: una botella de agua que cuesta $1 en un supermercado podría valer una fortuna en el Sahara. "Depende de las preferencias y la escasez, no de los costos", argumentó. Para él, este razonamiento explica por qué, en un entorno sin emisión monetaria, los intentos de remarcar precios fracasarán: "Si subís el precio y el bolsillo del consumidor no tiene más plata, no vendés".

El mensaje fue reforzado por su vocero, Manuel Adorni: "Antes, los aumentos se convalidaban porque el BCRA emitía sin control. Hoy, si duplicás tu precio, nadie te compra". La apuesta del Gobierno es clara: al eliminar el cepo y contener la base monetaria, cualquier intento de trasladar costos (vía tipo de cambio o especulación) chocará contra un techo infranqueable: la demanda real.

Más allá de la anécdota lingüística, el episodio revela una estrategia comunicacional recurrente en Milei: traducir conceptos económicos complejos a un lenguaje accesible (a veces, groseramente coloquial). Desde su famosa definición del liberalismo como "la defensa irrestricta del proyecto de vida del prójimo" hasta explicar la inflación como "un robo del Banco Central", el presidente tecnificó el debate público, forzando a la ciudadanía a familiarizarse con términos como "imputación", "preferencia temporal" o "curva de Laffer".

Este enfoque, celebrado por sus seguidores como una democratización del conocimiento, es criticado por adversarios que lo acusan de simplificar realidades multifactoriales. ¿Puede reducirse la dinámica de precios en una economía dolarizada y oligopólica a la "soberanía del consumidor"? Para economistas heterodoxos, la respuesta es no: factores como la concentración de mercado o la indexación salarial distorsionan el mecanismo mengeriano.

Controversias: ¿funciona el Principio de imputación en la Argentina real?

La teoría de Menger asume mercados competitivos y ausencia de distorsiones monetarias, condiciones lejanas a la realidad argentina. Críticos señalan que, en sectores con alta concentración (como supermercados o farmacias), los formadores de precios sí tienen poder para imponer aumentos, incluso con demanda débil. Además, en un país donde el 40% de la población depende de subsidios estatales, la "soberanía del consumidor" es relativa: muchos ajustan sus compras no por preferencias, sino por pura subsistencia.

Milei responde a esto con una ortodoxia inflexible: cualquier intervención (control de precios, subsidios) empeora las distorsiones. Su apuesta es que, tras un "ajuste doloroso", el mercado se autorregulará. El tiempo dirá si la imputación mengeriana triunfa sobre la inercia inflacionaria argentina.

Los economistas austríacos y el dilema irresuelto de la imputación del valor

En un ensayo, Rolando Astarita, docente en la Universidad Nacional de Quilmes, y en las facultades de Ciencias Sociales y de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, aborda una crítica central a la escuela económica austriaca: su incapacidad para resolver el problema de la imputación, es decir, cómo atribuir el valor de los bienes de consumo (de "orden inferior") a los medios de producción ("orden superior") como maquinaria, trabajo o tierra.

A diferencia del enfoque marshalliano, donde los costos de producción determinan los precios a largo plazo, los austriacos sostienen que la relación causal es inversa: el valor subjetivo de los bienes de consumo define el valor de los insumos productivos. Menger y Ludwig von Mises argumentan que los bienes superiores derivan su valor de su contribución a la producción de bienes finales. Por ejemplo, un salario no se basaría en el costo de vida del trabajador, sino en el valor que su labor aporta al producto terminado.

Sin embargo, según Astarita el problema surge al intentar distribuir el valor del producto final entre los múltiples factores complementarios (trabajo, tierra, capital) que intervienen en su producción. Menger propuso calcular el valor de un insumo retirándolo del proceso y midiendo la pérdida resultante. Pero Friedrich von Wieser objetó que este método falla si los factores son interdependientes: eliminar uno afecta la eficacia de los demás, imposibilitando medir su contribución individual.

Wieser intentó resolverlo con ecuaciones matemáticas, asignando valores en sistemas simples (ejemplo: tres factores produciendo tres bienes). No obstante, admitió que en economías reales, con miles de insumos y combinaciones, el sistema se vuelve inviable. Murray Rothbard, otro referente austriaco, recurrió al "regateo" o poder de negociación para casos de factores específicos o proporciones fijas, introduciendo indeterminación.

Astarita subraya que estos intentos revelan supuestos irreales: desde ignorar la complementariedad técnica hasta asumir mercados sin fricciones. La imposibilidad de imputar valores de forma objetiva, tras siglo y medio de debates, socava la pretensión austriaca de explicar coherentemente la formación de precios.

La discusión entre los propios austríacos

El ensayo de Šimon Bio, "Imputación y valor en las obras de Menger, Böhm-Bawerk y Wieser", (Universidad de Economía, Praga) analiza los cimientos de la teoría económica austriaca, centrándose en el principio de imputación: cómo se asigna valor a los bienes de producción. La obra destaca cómo las ideas de Carl Menger, Eugen von Böhm-Bawerk y Friedrich von Wieser moldearon la teoría del valor y sus implicaciones para debates posteriores, como el cálculo económico en sistemas socialistas.

Menger y el valor subjetivo

Carl Menger, fundador de la escuela austriaca, estableció que el valor de los bienes surge de su capacidad para satisfacer necesidades humanas, siendo un fenómeno subjetivo y no inherente a los objetos. Los bienes de orden superior (medios de producción) derivan su valor de los bienes de consumo (orden inferior) que ayudan a producir. Para Menger, la escasez y la complementariedad entre bienes son claves: sin bienes complementarios, los medios de producción pierden su valor.

Böhm-Bawerk: utilidad marginal y costos

Böhm-Bawerk profundizó en la teoría mengeriana, introduciendo el concepto de utilidad marginal como determinante del valor. Desarrolló un análisis vertical (valor transmitido desde bienes finales a medios de producción) y horizontal (valor influido por usos alternativos). Su "ley de costos" argumentó que los costos reflejan la utilidad marginal de los usos sacrificados, integrando así los costos en la teoría subjetiva del valor.

Wieser: ¿ruptura con la tradición?

Friedrich von Wieser, en cambio, adoptó un enfoque más cardinalista, tratando la utilidad como cuantificable. Esto le permitió defender la posibilidad de cálculo económico en sistemas socialistas, al considerar que el valor podría imputarse matemáticamente a los factores productivos. Sin embargo, su teoría fue criticada por confundir valor con precios y por su visión estática, alejándose de la dinámica subjetiva de Menger y Böhm-Bawerk.

Debates y legado

Bio resalta cómo estos debates anticiparon divisiones posteriores en la escuela austriaca, como la crítica de Mises al cardinalismo y su reformulación ordinalista del valor. Wieser, pese a su influencia, generó tensiones al priorizar la medición sobre la subjetividad, un punto que aún hoy cuestiona la coherencia de la teoría de la imputación.

Relevancia actual

El ensayo concluye que entender estas discusiones es crucial para abordar problemas modernos, como la fijación de precios en mercados complejos o los límites del cálculo económico. La pregunta de si la imputación mengeriana evita la circularidad -como cuestionaba Wieser- sigue abierta, subrayando la vigencia de estos clásicos en la economía contemporánea.

En síntesis, Bio ofrece un mapa intelectual para navegar las raíces de la teoría austriaca, donde la imputación no es solo un concepto técnico, sino un puente entre la psicología humana y la estructura económica.

Cuando la Economía Austriaca se encuentra con el relato

Milei transformó a Menger en un ícono de su batalla contra el estatismo. Al mezclar teoría económica con un lenguaje procaz, no solo explica su política: construye un relato donde el "sentido común de mercado" vence a la "planificación burócrata". Su desafío es demostrar que, más allá de las metáforas soeces, el principio de imputación no es solo una curiosidad académica, sino la brújula para salir de la crisis. En el proceso, redefinió cómo se discute la economía en Argentina: con términos técnicos, pasión ideológica y una dosis calculada de escándalo.