En vísperas de iniciar la intensa agenda de la comitiva argentina por Shangai y Beijing, la figura permite entender la vigencia de este gigante cuya edad se mide en milenios frente a los más grandes imperios de Occidente. China no confronta si el rival es demasiado grande para vencer. Se repliega hasta que otro más grande quiebre a la roca. Y entonces fluye a través de las grietas para seguir su camino, como desde hace miles de años.
En ese esquema, la Argentina así como todo Latinoamérica y el Caribe constituyen la última posta de su expansión global tras crecer en las últimas décadas a lo largo de Asia y África rumbo a Europa y de allí dar el salto al otro extremo del mapa. La Ruta y la Franja a la que nuestro país adhiere encarna el mayor desafío geopolítico de China, uno que Washington mira con recelo y al que intenta bloquear con jugadas cruzadas porque sabe que el agua consigue pasar.
China no pretende crear un nuevo mundo sino mostrarle al resto de los países cómo ellos crearon el suyo, desde que el arquitecto de la Apertura y Reforma, Deng Xiaoping, diera el primer paso en los'70. Así, la competencia de China con sus rivales se plantea en las mismas canchas que supieron dominar las potencias occidentales de forma ininterrumpida hasta ahora, de la tecnología a la infraestructura y también el desarrollo sustentable. La disputa por los espacios de decisión se da en los mismos organismos internacionales.
Si su vía de construcción termina imponiéndose al final a través del comercio y la cooperación -sus cartas de presentación-, el resultado será una China que habrá exportado su paradigma, conectándose a partir de inversiones y comercio, reconfigurando al final del proceso los estándares que fijan el modo de hacer las cosas. Planteando una alternativa.
De allí el interés de esta sociedad por abrirse a Occidente a lo largo de los últimos 50 años de historia. No solo de su dirigencia política sino también la empresarial. En una sociedad de 1400 millones de personas, la exigencia y la férrea disciplina social moldean a quienes alcanzan la vanguardia, un sendero escarpado y sacrificado. No es casual que en su formación también estudien los idiomas de Occidente, el inglés y el español, porque China no reafirma su potencialidad levantando murallas, como en otras épocas, sino tendiendo puentes.
China no apuesta a exportar su modelo como si de un recetario se tratara pero sí aspira a marcar un nuevo rumbo, autónomo, ajeno a los estándares atlánticos
Por qué China se considera una economía en vías de desarrollo
Hoy, el volumen económico de China la ubica en el segundo lugar en el mundo entre las economías. Del mismo modo, sus firmas son sinónimo de inversiones en Argentina y otros puntos de Latinoamérica y el Caribe en campos estratégicos como la infraestructura energética y la minería. También el desarrollo de su tecnología la pone en competencia con las empresas de Occidente en rubros sensibles como la inteligencia artificial. Y así y todo, sus autoridades califican a China como un país en vías de desarrollo.
¿Humildad o estrategia de integración? No hay una respuesta simple a esa cuestión tampoco. Sin ir más lejos, la etiqueta sorprendió a más de un latinoamericano y caribeño que, junto a El Cronista, formaron parte de este programa de cooperación internacional a lo largo de las últimas semanas. Un artículo difundido por parte de los organizadores chinos, nuevamente, acerca a una posible interpretación.
Por ende, la regla para medir el salto a una economía desarrollada -entienden sus autoridades- no se concibe en base al PBI nacional sino al ingreso per cápita, que refleja verdaderamente la capacidad de desarrollo económico individual de la sociedad y el nivel de vida diario. Lo dicen las estadísticas que ellos miran: en 2022, el índice de desarrollo humano de China (idh) situó al país en el puesto 68 en el mundo, casi diez posiciones por debajo de solo un año antes pero todavía por debajo de la media global de u$s 12.875. Con una población mucho más cuantiosa, China estaba aún a distancia de otras potencias regionales e internacionales con las que compite como Japón y Estados Unidos.
Y esas presiones también la relegaron, en el siglo XIX, a una condición de sociedad semicolonial y semifeudal, con sus principales puertos comerciales, comoHong Kong y Macao, fuera de su jurisdicción. De ahí el objetivo de mostrarse como una alternativa en la construcción de autonomía e integración mundial para aquellas naciones con las que China afirma haber compartido sus raíces.