La llegada a Europa de olas migratorias del norte de África y Medio Oriente genera complejos problemas que exigen la aplicación de medidas compartidas por los países miembros. Esto, muchas veces, no se consigue. A modo de ejemplo se puede mencionar la distribución de refugiados en el territorio de la UE, decidida en 2015, que no no es respetada por países de Europa central y del este que constituyeron el denominado Visegrad Group, conformado por la República Checa, Hungría, Polonia y Eslovaquia. El objetivo de esta asociación es profundizar relaciones para adelantar su integración, y avanzar en la cooperación económica y militar.
Esta negativa a cumplimentar lo dispuesto por el Consejo Europeo, colisiona con la circunstancia de ser países beneficiarios del Fondo de Cohesión Europea, organismo que financia inversiones en países de la Unión cuyo ingreso per capita es inferior al 90% del que exhibe el promedio de los 27 países.
Paradójicamente, esta negativa a recibir refugiados convive con las actitudes de rechazo a inmigrantes en Gran Bretaña, especialmente polacos, señalados por algunos ciudadanos como competidores por los puestos de trabajo, lo que que contribuye a la reducción de los niveles salariales. Análisis efectuados sobre la composición social de los votantes a favor del Brexit demuestran la importancia que tuvo el voto de los sectores de bajos ingresos.
La crisis migratoria se suma a otra que, en estado latente, ya existía con las sucesivas incorporaciones de países a la UE, con fuertes disparidades en los niveles de desarrollo económico. Estas diferencias se ampliaron con la recesión que comenzó en 2008, lo que generó tensiones en el seno de la Unión y abre interrogantes sobre qué tipo de acciones serían las adecuadas para superarlas.
En oportunidad de celebrarse el 60 aniversario de la UE se presentó el Libro Blanco sobre el Futuro de Europa preparado por la Comisión Europea. El mismo plantea los principales desafíos y oportunidades de Europa para los próximos años y se formulan cinco escenarios posibles para su evolución. Uno de ellos es la de una Europa a dos velocidades. Con esta expresión se plantea que los países puedan a avanzar a diferente ritmo en los procesos de integración.
Esta alternativa tuvo un primer tratamiento en la reunión del 6 de marzo pasado en Versalles por los entonces mandatarios Francois Hollande, Angela Merkel y Mariano Rajoy y el Presidente del Concejo de Ministros italiano, Paolo Gentiloni, quienes la valoraron como el mal menor. Por el contrario, los integrantes del Visegrad Group se rechazaron esta alternativa que, a su criterio, sería la forma más clara de debilitar Europa.
Estas contradicciones que tienden a profundizarse en Europa, se producen en el marco de transformaciones estructurales políticas y económicas a nivel mundial, entre las que se destaca una tendencia a la afirmación de las identidades nacionales. Estos cambios, que se suman a otros de similares trascendencias, exigen análisis e interpretaciones muy cuidadosas. De la seriedad y objetividad de las mismas dependerá el trazado de los senderos más convenientes a transitar.