Se puede hacer bien. Después podremos discutir si la medida es efectiva, si la eficacia se mantiene en el tiempo o si hay que corregirla porque impacta demasiado negativamente sobre la inflación de este verano caliente. Pero el anuncio del ministro de Economía, Axel Kicillof, sobre un aumento del 6% en los combustibles se hizo ayer como correspondía.
Fue un bálsamo. Apenas siete minutos de discurso con los datos necesarios. El margen del aumento para las petroleras; la retracción de precios que deben aplicar las que habían anticipado una suba mayor y la referencia al encuentro que mantuvieron el ministro y el CEO de Shell, Juan José Aranguren, para acordar los nuevos términos.
"Me reuní personalmente con Aranguren, con quien tuvimos una conversación y se comprometió a llevar los precios a los montos acordados", explicó Kicillof. Esta vez fue sin gritos, sin acusaciones de traición a la Patria y asumiendo la gravedad del momento. La crisis que vive la Argentina es de credibilidad y es de confianza. Está claro que es de menor dimensión que las tristes crisis anteriores pero necesita esa dosis de racionalidad que al Gobierno tanto le cuesta para poder superarla y tranquilizar a la sociedad.