En la teoría y práctica de las relaciones internacionales, hay dos corrientes predominantes: aquellos que afirman que toda política debe estar guiada por los valores; y aquellos que dicen que lo importante es el logro del poder a cualquier costo. Y, en el medio, algunos afirman que solo pueden imponerse valores cuando se cuenta con poder; pero que el poder no pasa solo por el uso de la fuerza, sino por la capacidad de ser relevante; de ser escuchado, de poder influir en decisiones. Y hay obviamente combinaciones múltiples de estas ideas.
Las insólitas declaraciones de nuestra Presidenta en Nueva York, relativizando el terrorismo fundamentalista que azota a millones de personas, son un ejemplo de la absoluta falta de rumbo en todas estas dimensiones.
Ante todo, muestran un relativismo moral que no esperábamos que pudiese estar presente en un discurso presidencial dentro del sistema democrático. El Gobierno ya había tenido posiciones ambiguas ante las masacres en Siria y Líbano y las violaciones a los derechos humanos en Cuba, acompañando la posición de Venezuela; lo que es doblemente reprochable por venir de quien ha proclamado a los derechos humanos como una de sus banderas.
Pero las ironías y dudas de la Presidenta, abriendo la sospecha que las decapitaciones pueden ser un montaje televisivo; y la condena al uso de la fuerza contra los terroristas se asociaron al insólito paralelo que estableció entre el terrorismo y los fondos buitres para completar un cuadro vil. La relación que el Canciller estableció entre los especuladores y la dictadura que asoló a la Argentina completó una sobreactuación no exenta de frivolidad.
Como dijimos, poder y moral no siempre van juntos. En este caso, siendo moralmente abominables, las declaraciones de nuestros funcionarios contribuyeron a profundizar la intrascendencia que nuestro país tiene en el mundo. Apenas una lectura superficial de la coalición que se esta formando para enfrentar al fundamentalismo, debería indicar a nuestro Gobierno quienes se han visto ofendidos por semejantes comentarios.
Alguien podría afirmar que el podio de la ONU ha escuchado afirmaciones mucho mas graves que las que lanzó CFK. Sin embargo, cuando provienen de países relevantes, generalmente forman parte de estrategias pensadas que buscan obtener espacios de poder a través de la conformación o el refuerzo de alianzas tácticas o estratégicas. Claramente no es este el caso de un país que por su impredictibilidad ha perdido toda capacidad de incidencia en el poder internacional.
Las construcción de alianzas no depende de la ideología, la bondad o maldad de los actores. Si así fuese, China y EE.UU. nunca habrían tenido el prolongado diálogo que se inició con el famoso partido de ping-pong. Los actores políticos dialogan cuando creen que pueden confiar en el otro, aunque sea en pocos temas. Nadie quiere acercarse a quien puede golpearle sin avisar. Las acciones del kirchnerismo contra los EEUU- desde la Cumbre de Mar del Plata, el increíble episodio del avión o la amenaza expulsión del Embajador a cargo, el súbito corte del gas a Chile o el inesperado ataque a Alemania son golpes que se solucionan de una sola manera: alejándose del atacante impredecible que prefiere una tapa de un periódico a una relación necesaria.
El problema obvio es que si en algún momento se necesita volver a los mercados internacionales, el capital de credibilidad se habrá agotado definitivamente.
Por las mismas razones y por la carencia de una estrategia de largo plazo puede augurarse corta vida a la primavera que el kirchnerismo intenta construir con Rusia y China.
Como ya falta menos para que se termine este período de dislates, la oposición debe aprender que valores, eficiencia y predictibilidad son condiciones necesarias para poder aprovechar los beneficios de interactuar con el mundo, cuando se sabe adonde se quiere ir.