Cómo hacen el amor los puercoespines?", preguntó el experto en negociaciones, Francisco Ingouville, moderador de un panel en el último coloquio anual de Idea. "Con mucho cuidado", aclaró al intrigado auditorio, precisando minutos después la técnica: el macho hace "mimos" en el rostro a la hembra que, satisfecha con esos toques, paulatinamente iría bajando las púas hasta permitir el acople sin lastimaduras.
El ejemplo de avance persuasivo bien podría extrapolarse a los intentos oficiales para seguir aumentando el gas, haciendo que los consumidores afronten ese mayor costo sin demasiada resistencia y que las empresas también resignen algo para ayudar al Gobierno en su rol de estratega del apareamiento. Apuesta que hace muy incierto el abordaje sexual.
Javier Iguacel ya habría optado por una fórmula para definir el precio del gas en esta coyuntura, aunque sin tener en claro cómo plasmarla: gas en dólares y a valores relativamente altos; consumidores que pagarán en corto plazo los costos "reales" de ese carburante según el camino arbitrario que se eligió para calcularlo y transportistas y distribuidoras que deberán aceptar subas inferiores a las previstas en la revisión tarifaria integral.
Osada arquitectura tarifaria que exige ganar voluntades esquivas.
El número uno de la Total, Patrick Pouyanné, ya dice a viva voz por el mundo que decidió suspender las inversiones en Argentina y la firma acaba de pagarle a una contratista local una penalidad millonaria por abortar la contratación de un equipo de perforación. Los franceses venían irritados con Juan José Aranguren a quien acusaban de cambiar reglas de juego. Ahora, y ante el sólo amague de pesificación tarifaria, apretaron más el freno.
El malhumor de una de las principales productoras de gas parece exagerado frente al afán oficial de darle al primer eslabón de la cadena gasífera todo lo que se pueda para no ahuyentar inversiones. Por eso el secretario de Energía se esmera en garantizarles que el precio seguirá en dólares, a pesar del riesgo cambiario y soslayando que una parte de sus costos están en pesos y se licuan con cada devaluación.
Para compensar las diferencias cambiarias que se generaron en el semestre pasado y que, según el marco regulatorio del gas deben trasladarse a las tarifas finales, el Estado asumió ese mayor costo que equivale a poco más de 500 millones de dólares. Promesa aún no documentada, que algunos dirigentes políticos aplaudieron obnubilados por la confusión.
También durante el coloquio anual de Idea, que se hizo la semana pasada en Mar del Plata, el ministro de Producción, Dante Sica, arrancó un aplauso a los ejecutivos que lo escuchaban cuando remarcó que aquella carga caía sobre todos los contribuyentes, y no sólo sobre los que consumen gas por redes, configurando por este hecho una injusticia. Pura lógica.
Pero ante el rechazo que causó un cargo sobre las tarifas finales a pagar en cuotas, Hacienda resolvió que la caja pública afronte la compensación a las petroleras, niñas mimadas de la historia. Eso sí, esta vez el Gobierno les pidió un esfuercito que habilite la nueva palmada: un año de gracia para cobrar aquella deuda, hacerlo en cuotas a partir de octubre del 2019 y con una eventual quita. Estas podrían avenirse, si la obligación estatal se documenta de un modo fehaciente.
Las transportistas y distribuidoras mejoraron su ecuación considerablemente a partir de las últimas revisiones tarifarias integrales y, según se avaló en audiencias públicas, desde entonces su margen debe ajustarse por el índice de precios al por mayor. Justamente el que refleja más nítidamente la devaluación, como lo prueba el 16% de septiembre.
La idea puesta sobre la mesa es acotar esos aumentos de ahora en más, tal como hizo en la actualización de los cuadros tarifarios que regirán para el semestre en curso, cuando combinó el Ipim con otros indicadores que dieron como resultado un aumento menor sobre el valor agregado de transporte y distribución. Quizás puedan resignar una porción de este margen, pero ninguna aceptará no pasar a la tarifa final el mayor costo del gas mayorista.
Precisamente, el gran desafío hacia adelante es encontrar un mecanismo para estabilizar al menos por seis meses el precio del gas que las distribuidoras, que recaudan en pesos, pagan mensualmente a las productoras, que cobran en dólares. La hipótesis de trabajo es que ese producto seguirá cotizado en esta moneda, a un tipo de cambio sólo "estimado" pero con el amparo de un seguro cambiario. Si el dólar se dispara, unas y otras estarían cubiertas.
Mientras, Doña Rosa y Don José, el comercio y la industria, ganarán tiempo para ir acomodando su economía a las inevitables subas en los precios del gas y la luz (cuya generación depende en gran medida de ese carburante), que en algún impreciso momento alcanzarán el climax de su valor. Como el puercoespín que pliega sus púas para honrar la naturaleza.