No hay duda de que Mauricio Macri fue el presidente que mejor aprovecho la participación de la Argentina en el G20. Pero ese margen se achicará sensiblemente mañana, cuando le traspase la presidencia del grupo al primer ministro de Japón, Shinzo Abe. Desde el sábado, el país volverá a ser espectador.
Su antecesora, Cristina Kirchner, le dio otro uso al foro: lo transformó en un escenario donde volcar su discurso crítico hacia el capitalismo global. Solo tuvo un acercamiento concreto con China, país que desde 2005 (en paralelo a la distancia que tomó del FMI) ganó un espacio relevante como fuente de inversiones y financiamiento. El colofón de esa apuesta fue el swap de u$s 11.000 millones que recibió el BCRA.
Macri nunca dudó en apoyarse decididamente en el G20, al punto de que consiguió la presidencia del grupo cuando todavía no tenía dos años de gestión. Su rol hasta le permitió capitalizar la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca: el ascenso del empresario republicano le proporcionó a la Argentina un aliado clave en los momentos difíciles. No habría ayuda extra del Fondo sin ese voto.
El país consiguió este boleto hace casi dos décadas, por haberse convertido en un referente exitoso de la economía global. Por ese entonces, la sucesión de crisis financieras convenció a Bill Clinton y a otros líderes de buscar un ámbito más transversal en el que pudieran discutirse políticas preventivas. Así nació el G20, a fines de 1999, con otros emergentes prometedores como India, Corea del Sur y Brasil, como invitados.
El objetivo que Macri le puso a su gestión G20 tiene un nombre: OCDE. Si la Argentina consigue que el grupo sea su trampolín para sumarse a ese club, el esfuerzo de todo este año habrá valido la pena.