Sí, parece una fábula. Dos arquetipos se enfrentaron en las elecciones de la Provincia de Buenos Aires. De un lado un hombre con pésima imagen y causas comprometedoras. Vivaracho y sobrador. Del otro una chica joven, suave, linda, trabajadora, sensible. Podría haber salido mal, pero salió bien. Salió muy bien y despertó una ilusión general que no desaparece con el paso de los días, que nos hace sonreir porque parece haber torcido el rumbo habitual de las cosas: en vez de una nueva sordidez parimos una esperanza.


María Eugenia es un caso especial en la política argentina. Creo que podríamos decir incluso que lo es en la política global. Mujeres poderosas hay muchas, pero lo usual es que ellas tengan un estilo un poco masculinizado, como si dedicarse a las cosas del poder requiriera deshacerse de delicadezas. En este caso, por el contrario, la delicadeza y la sensibilidad jugó un rol determinante. De allí surge un paso evolutivo posible para nuestra sociedad atormentada, en peligro, con dificultades para crecer.


Digámoslo así, como lo diría posiblemente ella: no es posible seguir culpando al kirchnerismo por los problemas que padecemos. Tienen responsabilidad, por supuesto, pero si seguimos adjudicando a un solo grupo político la producción de nuestras dificultades seguimos lejos de solucionarlas. La sensibilidad de una mujer -de una mujer madre que no por ser madre deja de ser mujer, de una mujer política que no por ser política deja de lado su feminidad-comprende bien la necesidad de integración implícita en el camino del crecimiento. Es precisamente por no participar de esa visión de un poder macho que logró penetrar en la zona imposible y conseguir votos en donde no parecía haberlos.


Los argentinos expresamos nuestra dificultad para crecer a través de escenarios de alta confrontación. La grieta y el relato son sus formas recientes, pero hay más historia. En la década del 70 las diferencias políticas se resolvían (en realidad no se resolvía nada) con bombas, balazos y torturas. En nuestros dos mil y pico las formas son otras, menos graves en cierto sentido y en otro repitiendo el mismo esquema de idealismo, victimización, culpabilidad y tosquedad afectiva y de pensamiento.


Se dice: no va a poder, María Eugenia, demasiado mujercita para controlar a los machotes del gran Buenos Aires. Lo cierto es que hay mucho varón formado en la tradición política habitual que se va en palabras y llegado el momento al enfrentarse a los que abusan del poder arrugan. O participan. Lo cierto es que hay resortes y recursos en la realidad que ese poder brutalizado y abusivo no conoce, y frente a los que tal vez encuentre un límite nuevo.


María Eugenia tiene muchas cualidades, y de su poder suave pero terminante y comprometido cabe esperar nuevos logros esperados en vano durante décadas en la provincia. Además, este poder suave es ya la expresión de una integración previa, el de un proyecto político liderado por Mauricio Macri que esgrime como una de sus cualidades principales el formar equipos. Para todo. Personas capaces y equipos. Y de los equipos surge un factor determinante que acompaña a este poder suave y le da un alcance insospechado: la inteligencia. La inteligencia y el asociado entusiasmo de un hacer que se plasma en vez de frustrarse.


Personas que trabajan en común, y son honestas y quieren realmente hacer cosas en vez de eternizarse en un conflicto inútil, que quieren ganar para hacer y no sólo por ganar y para seguir ganando, son personas que suman capacidades y pueden, de esa forma, superar los obstáculos que se resisten al abordaje del choque. Fue lo que pasó en la Ciudad, en la que un gobierno sin mayoría legislativa y con un poderosísimo gobierno nacional en contra pudo durante los últimos ocho años lograr un cambio positivo y palpable.


María Eugenia no es ella sola, es este equipo enorme y en plena expansión, es una cultura política distinta, es otra visión del mundo determinada generacionalmente para llevar otro tipo de vida, para osar el desarrollo que tanto hemos deseado, para -por ejemplo- reducir drásticamente la pobreza que los populismos en vez de combatir alientan.


Ser mujer no es garantía de nada, y ser hombre tampoco. En este caso la feminidad no renunciada aparece mostrando una exhibición de poder que el votante ha dado contra la tradición de los aparatos y la prepotencia, y entonces ilumina otros modos para vivir en comunidad. Todo promete, y la promesa es real. No hay mundo ideal, mundo sin problemas, y los logros posibles no son los de una realidad imaginaria. Pero en esta realidad compleja y querida, llegó el momento de probar otras cosas.


Seguramente María Eugenia no podrá todo, pero es seguro que va a poder mucho. Ah, y un detalle: es cosa de todos. Si la suma de aportes siguen el camino del voto, María Eugenia no va a ser sólo la primera Gobernadora de la provincia sino una que será recordada como la encarnación de un cambio necesario y postergado. A muchos no se nos va la sonrisa de la cara.