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A días de la segunda vuelta que definirá quién será el nuevo presidente de Perú, el país vive un estado de convulsión parecido a una guerra. El COVID-19 y la crisis económica empalidecieron frente a la irrupción de nuevos tópicos de crisis que vaticinan un futuro sombrío en el país andino.

El asesinato de 16 personas, entre ellos cuatro niños, adjudicado a un brazo del grupo terrorista Sendero Luminoso, la alianza que Pedro Castillo acaba de firmar con Verónika Mendoza para "cortarle las alas" a Keiko Fujimori, la advertencia de fraude de ambos candidatos y -como si no bastara- la irrupción de la iglesia como "garantía" de institucionalidad terminaron por ensuciar aún más el convulsionado escenario electoral.

En efecto, el candidato de Perú Libre firmó un acuerdo con la excandidata de Nuevo Perú, "blindando" la izquierda ante el avance de la derechista Keiko Fujimori, quien no dudó en relacionar el ataque terrorista a su opositor político.

Así, la hiperpolarización se exacerbó en la recta final de un camino que este domingo quedó manchado con sangre tras el ataque de una célula terrorista. Al Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas (MPCP) se le adjudicó el atentado ocurrido en un bar del Valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro, en el centro de Perú. El MPCP es un remanente de Sendero Luminoso, la organización maoísta que desató una guerra interna en Perú durante la década del '80 que dejó casi 70.000 muertos y desaparecidos. Y que -parecería- nunca se termina de extinguir.

Durísimo escenario para los contendientes, quienes ya adelantaron que acusarán al otro de fraude si no llegaran a ganar. Pedro Castillo amenaza con salir a las calles ante un escenario adverso ("si gana Keiko, habrá olor a fraude", dijo) mientras ésta lloró frente a cámaras de televisión alegando que podría ser "víctima de un fraude". O sea, si gana el otro es fraude. Una trampa para ambos.

Lo cierto es que en ese clima convulsionado Perú irá a las urnas el próximo 6 de junio. La "oferta" electoral entusiasma poco: tendrán para elegir entre lo malo conocido -Keiko Fujimori- y el candidato del miedo y la incertidumbre -Pedro Castillo.

Ya saben, con la primera, qué les espera: no sólo es la hija del expresidente peruano, sino que pasó de ser la mujer más poderosa del país a perder su estrella y terminar presa, como su padre, por corrupción. Al frente, el candidato del miedo, Pedro Castillo, llegaría a la Casa de Pizarro con el voto de "la nariz tapada" de un Perú que se ha quedado sin referentes.

Y como si a esa ensalada le faltaran ingredientes, las urgencias comunes al continente: el Covid-19 y la crisis económica, los dos males urgentes que esperan decisiones políticas claras y concretas.

El peso de la historia

A uno de los dos le tocará dirigir un país que vive un derrotero único en el continente: en apenas cinco años pasó por dos congresos fallidos y seis presidentes que terminaron en un bochorno institucional. La sinopsis es desoladora:

  • Alejandro Toledo está con prisión preventiva en Estados Unidos.
  • Ollanta Humala dejó la cárcel tras nueve meses, pero su esposa sigue con arresto domiciliario por el escándalo Obedrecht que salpicó y salpica a todos los presidentes peruanos.
  • Por la misma causa Alan García se descerrajó un tiro cuando llegaron a su casa para detenerlo.
  • Y la lista sigue: Pedro Pablo Kuczynski tampoco puede salir de su casa por decisión de la justicia, a la espera de que un tribunal determine su destino.
  • Y Martín Vizcarra fue destituido por "incapacidad moral" y espera, también, que se resuelva su situación procesal.
  • Manuel Merino, quien lo reemplazó en el cargo, duró menos de una semana como presidente de Perú: tuvo que renunciar por las incesantes protestas ciudadanas que dejaron dos jóvenes muertes y centenar de reclamos y reivindicaciones atragantadas en las calles.

Ese es el país que Francisco Sagasti, el último gobernante de esa saga peruana, entregará con los atributos presidenciales el 28 de julio a Keiko Fujimori o Pedro Castillo, sea quien resulte ganador del ballotage que se definirá el próximo 6 de junio. La inestabilidad política, el avance de la violencia institucional de un gelatinoso Sendero Luminoso que nunca termina de extinguirse, el hartazgo social, la abrumadora campaña de fake news, los estragos de la pandemia y la economía en la cornisa estarán sobre la mesa, también, esperando definiciones.

Es que todas las contingencias van de la mano: hay diez millones de pobres en el país andino y la epidemia los dejó sin oxígeno antes que el virus: el año pasado, la pandemia hizo caer diez puntos porcentuales los índices de pobreza. De hecho, provocó un éxodo masivo de la ciudad al campo, a lugares donde no hubiera que pagar alquiler y permitiera paliar el hambre con lo que la tierra dejara tirar al fuego.

Perú cerró el 2020 con un desplome de su PBI del 11,12%, la peor caída de las últimas tres décadas. De ese golpe, hay que volver urgente.

De la otra tragedia, la del Covid, también. El país andino suma 1,9 millones de peruanos infectados y 67.200 muertos. Como el resto de Latinoamérica, la tercera ola se asoma sobre el horizonte y Sagasti, en ese sentido, adelantó que dejará el gobierno con 60 millones de dosis de vacunas para que a fin de año se logre la bendita inmunidad.

¿El timón lo tomará Keiko Fujimori, desde la ultraderecha o Pedro Castillo, el maestro rural que llega con un extraño mensaje, inaudita mezcla ideológica de socialista y conservador a la vez?

Sea como sea, ambos deberán entallar el traje de presidente con más precisión que sus antecesores, porque los peruanos no dudan en descartarlos como representantes apenas las aguas comienzan a agitarse.

Lo que es cierto es que ninguno de los dos tiene el espíritu de un líder que esté a la altura de lo que Perú necesita para frenar treinta años de decadencia institucional.

Es más: ambos candidatos parecen ser emergentes de esa incertidumbre, de ese hastío y esa desconfianza que generan los políticos en la inestable América Latina.

Aún sin salir del estupor de haber sacado el 19% de los votos en la primera vuelta, Pedro Castillo se esfuerza en dar claridad a un mensaje que aún aparece demasiado confuso. Esa ensalada de "economía social de mercado" confunde más que entusiasma. Lo mismo con Keiko Fujimori, quien justamente, como heredera de Alberto Fujimori, el expresidente que cumple condena por la muerte y desaparición de ciudadanos durante su dictadura, confunde al hablar de "programa moral" de gobierno. Es que, en abril de 1992, cuando Fujimori padre disolvió el Congreso y persiguió a sus opositores, Keiko, de solo 17 años, oficiaba de primera dama y aprendió más rápido que bien, los alcances de la ambición política desmedida. Hoy, con esos ribetes de autoritarismo, ya adelantó que indultará a su padre si gana la presidencia. Y si no gana, será por "fraude".

Ambos candidatos parecer ser hijos de esa crisis de representatividad que tiene a los tumbos a los peruanos. Los números de la elección de primera vuelta (11 de abril) resultan la mejor fotografía. De hecho, los votos en blanco y nulos superaron a los de los candidatos. El partido Perú Libre (Castillo) sacó el 18,9%, el de Fuerza Popular (Keiko) el 13,4% y la suma de los votos blancos y nulos orillan el 20%.

¿Qué pasará en el ballotage?

El que gane, será un presidente débil. Los fantasmas de la destitución los perseguirán día y noche y ambos estarán a la puerta de un juicio político al primer traspié. Una sociedad hipersensible en términos políticos y hastiada que no regala más cheques en blanco será su tribunal más inmediato.

De cerca, la pandemia y la reconstrucción económica les siguen como las urgencias más acuciantes y la pregunta del millón es cómo se las ingeniarán para gobernar con un Congreso que tiene a raya a los presidentes. Ninguno de los dos -ni Keiko ni Castillo- tendrán mayoría para evitar eventuales mociones de vacancia (destitución), práctica a la que recurrió el Parlamento en 2018 contra el entonces presidente Kuczynski y dos mociones de vacancia en 2020 contra Vizcarra (la primera rechazada y la segunda, aprobada). El último intento fue este año, cuando un congresista presentó una moción de vacancia contra Sagasti, pero que fue rechazada por sus pares.

Fragmentado y resquebrajado, el Parlamento peruano es un territorio hostil para los presidentes peruanos. No hay margen de error para ninguno de los dos.

Ambos tienen una base electoral blanda y líquida, que se puede escurrir sin pedir permiso, aquejada por una debilidad extrema que no admite pasos en falso y por fantasmas institucionales que los acechan sin tregua.

Lo único claro en esta elección es el dilema que plantea. Si gana Keiko, habrá ganado "la mala conocida" que fogonean desde los seguidores de Pedro. Si gana Castillo, la victoria será la del "miedo y la incertidumbre" que avizoran los fujimoristas. El destino de los peruanos se juega a blanco o negro. No hay lugar para grises.