De a poco, el Gobierno está tratando de salir del estado de shock que le provocó la suba del dólar y la inflación. El daño que la escalada de los precios y el tipo de cambio le causó al plan de reelección de Mauricio Macri fue enorme. Al equipo de Cambiemos le costó casi tres meses hacer un poco de pie con medidas de todo tipo y color, y abriendo vías de diálogo primero fueron sus socios radicales y ahora el peronismo no kirchnerista.

En el imaginario oficial, abril era el mes en el que empezaba la recuperación y el IPC se encaminaba a un nivel de 2%, después de absorber los aumentos de tarifas. Nada fue así. El temor de la Casa Rosada es que la inflación se asiente en un piso de 4%.

Rogelio Frigerio, el ministro que más impulsa a lo largo de estos años el diálogo con el peronismo y los gobernadores, con el objetivo de ampliar la base de sustentación del Gobierno, está discutiendo con parte de la oposición un documento de diez puntos que le muestre al mundo que la Argentina no abandonará el respeto a los contratos y a la deuda si asume el gobierno alguno de los firmantes.

Para algunos observadores la movida tiene su riesgo, porque Cambiemos se expone al rechazo obvio de los que no quieren verse pegados al desgaste de Macri. El resultado podría ser todo lo contrario a lo deseado. Pero el Gobierno también quiere exponer a los que esconden en el lenguaje ambiguo. Hay un kirchnerismo que envía mensajes tranquilizadores a Wall Street, pero también está Máximo Kirchner, que dijo ayer que pagarle al Fondo no será una prioridad. Los empresarios esta vez entrarán en el juego: se mostrarán a favor del consenso de largo plazo. Desafiarán a la oposición (sobre todo a Lavagna y a Massa) a demostrar su racionalidad.