En octubre de este año, el Banco Hipotecario del Uruguay confirmó un incidente de ciberseguridad que afectó la disponibilidad de algunos de sus servicios digitales.
Aunque se trata de un caso puntual, su impacto trascendió lo técnico y puso sobre la mesa una conversación más amplia sobre cómo están funcionando hoy los entornos de trabajo y gestión en instituciones donde lo digital ya no es un complemento, sino el espacio operativo central.
Es que cuando el trabajo se distribuye entre oficinas, hogares y otros dispositivos, la continuidad ya no depende únicamente de la infraestructura física, sino de la integridad del ecosistema digital.
América Latina ya está dando pasos hacia modelos híbridos: equipos que se conectan desde distintos lugares, colaboradores que acceden a sistemas internos desde redes que no controla la organización, reuniones que ocurren en plataformas y archivos que viven en la nube. El problema no es la modalidad en sí, sino que en muchos casos el trabajo híbrido se adoptó antes de que existiera una arquitectura que lo protegiera.
Durante años se pensó al trabajo remoto o híbrido como una herramienta para dar únicamente flexibilidad, pero hoy está claro que se trata de una infraestructura estratégica.
La experiencia del empleado, la continuidad del servicio y la seguridad de los procesos dependen de que cada acceso, cada dispositivo y cada acción estén correctamente autenticados, monitoreados y protegidos. Esto quiere decir que ya no alcanza con tener una VPN: para que funcione, el trabajo híbrido exige visibilidad, seguridad contextual y colaboración integrada.
Las organizaciones que avanzaron en esta dirección lo hicieron gracias a la toma de tres decisiones estratégicas.
En primer lugar, las organizaciones que avanzaron de manera consciente y estructurada hacia el trabajo híbrido adoptaron modelos de acceso Zero Trust, un enfoque que parte de un principio muy simple: nada ni nadie es confiable por defecto.
Esto implica entender al usuario, y adoptar el concepto de Identidad, no solo crear y dar accesos a aplicaciones sino verificar identidad, su contexto (desde dónde se conectan, a qué se conectan y cuándo se conectan) y así poder calcular nivel de riesgo en cada acceso y poder tomar decisiones en tiempo real, y todo esto independientemente de si el usuario está dentro o fuera de la red corporativa.
El modelo Zero Trust reemplaza la lógica tradicional del “perímetro seguro” y exige políticas dinámicas, autenticación multifactor, una gestión de identidades fuerte y permisos bien diferenciados. Su adopción no solo reduce el área del ataque, sino que también permite operar entornos distribuidos sin sacrificar control.
En segundo lugar, avanzaron hacia la modernización de la conectividad y las redes, un paso que suele notarse poco pero que resulta decisivo. La infraestructura tradicional, pensada para oficinas centralizadas, no puede sostener el flujo de comunicaciones, aplicaciones en la nube y dispositivos desde fuera de la oficina que hoy define la operación diaria.
Por eso migraron hacia arquitecturas más inteligentes, como SD-WAN y Wi-Fi 6/6E, que permiten tráfico seguro, priorización de aplicaciones críticas y continuidad incluso en entornos múltiples.
El resultado es un entorno donde el rendimiento no depende del lugar físico donde se encuentre el empleado, sino de una red diseñada para acompañar el trabajo distribuido.
Finalmente, incorporaron observabilidad end-to-end, es decir, la capacidad de ver, comprender y anticipar en tiempo real qué está ocurriendo en el entorno digital. Esto incluye monitoreo de desempeño, análisis de comportamiento, trazabilidad de incidentes y alertas tempranas que permiten actuar antes de que un problema afecte la experiencia del usuario o interrumpa la operación.
La observabilidad es mucho más que un tablero de métricas: es una herramienta estratégica para mantener continuidad, diagnosticar fallas complejas y reducir los tiempos de respuesta en contextos donde lo digital es la clave del trabajo.
Lo que está en juego no es sólo la protección de datos: es la capacidad de una organización para seguir funcionando cuando algo la desafía. Desde un ataque deliberado hasta un corte de conectividad, la resiliencia digital es hoy sinónimo de resiliencia operativa. Y en instituciones financieras, de salud, de educación o del sector público, esa resiliencia se traduce en algo mucho más sensible: confianza.
El panorama laboral cambió. No va a volver al modelo puramente presencial como antes, pero tampoco va a depender exclusivamente del sistema remoto.
El trabajo del futuro es inteligente, seguro y colaborativo, y se construye sobre plataformas donde la tecnología no es una herramienta, sino el propio espacio donde la organización existe y se relaciona. La pregunta ya no es si vamos a trabajar de forma híbrida, sino si estamos preparados para hacerlo bien.