Estamos en un año de elecciones y con él empieza la danza de apareamiento entre los políticos y la ciudadanía. Las redes sociales se convierten en una suerte de Tinder a gran escala en el que los candidatos intentan (algunos con más éxito que otros) seducirnos con sus mejores cualidades. En vez de fotos de trompita y selfies ostentando abdominales (¿Alguien hace match con los de las fotos en abdominales?) sale mucho la foto con la gente.

Comienzan también los intentos sobrehumanos que hacen los candidatos para contarle a la gente lo que piensa, siente o necesita la gente. Esta gente aparentemente es un universo homogéneo compuesto por "todo aquel que no es político". Si alguien en la sala se siente convocado cuando es llamado la gente por favor que levante la mano. No era muy difícil que apareciera un advenedizo que los tildara de "la casta". Estaba regalado.

Hoy en día probablemente la grieta más ancha sea la que separa a la gente de los políticos. Mucho más que entre izquierda y derecha o populistas y socialdemócratas, la mayoría de los indicadores resaltan un hastío y una falta de esperanza en la política alarmantes.

Profundicemos un poco

El lenguaje crea realidad. No es simplemente un medio de comunicación, sino que es un creador activo de la realidad misma. El uso del lenguaje puede influir en cómo percibimos la realidad y cómo actuamos en ella, y puede ser utilizado para perpetuar o desafiar las estructuras de poder en la sociedad.

En el mundo de la hiperconectividad y la segmentación, con una ciudadanía acostumbrada a votar por Instagram, a opinar en Twitter, a compartir su vida en Facebook y su trabajo en LinkedIn suena por lo menos raro aglomerarla en un colectivo rígido sin identidad.

¿Cómo se aplica al caso que estamos tratando?

Si los políticos son los primeros en generar un nosotros-ustedes desde la comunicación más elemental. Si los políticos nos cuentan a nosotros, los que no somos políticos (O sea a la gente) que nuestro principal problema es que aumentan las cosas (¿a ellos no?) que tenemos miedo de salir a la calle (¿pero ellos no?), que nos angustia la incertidumbre (¿a ellos no?), que nos angustia el deterioro de la educación (pero... ¿a ellos no?).

¿Dónde viven entonces? ¿Cómo vamos a jugar en el mismo equipo si nos dejan afuera del partido? Que difícil.

Hace poco, un alumno de una Maestría de comunicación política, con mucha agudeza, me preguntó: "Profe, ¿qué onda cuando los políticos dicen que bajan al territorio?" Es genial. No puede ser más grafica esa expresión. Los que trabajamos en comunicación y campañas electorales lo tenemos normalizado, pero explica toda una mirada de la realidad. ¿De dónde bajan? ¿De una nave espacial? ¿De un palacio? ¿Del Uritorco?

Es evidente que nadie está esperando un acting de forzada normalidad en un candidato. Vivimos en una democracia representativa y en esa sesión de poder que implica votar a un candidato para que nos represente conservamos alguna expectativa de que pueda hacer algunas cosas mejor que nosotros mismos. Así que no, no esperamos que un candidato nos suba un tutorial sobre cómo sacar las manchas de salsa en una remera con bicarbonato. Pero sí esperamos que para él o ella también sea un bajón que salir a comer afuera te cueste un riñón o que le afecte como a la gente que le choreen el celular al hijo. Y el punto no es si efectivamente le pasan esas cosas, sino que realmente pueda comprenderlas como parte de la realidad y no como un observador. Si no empiezan a pensarse como parte de un NOSOTROS la grieta va a ser un precipicio.

Hay un consenso generalizado de que el voto tiene un alto componente emotivo. Schumpeter explica muy bien que en definitiva la competencia electoral es un proceso en el que las élites políticas compiten por el poder y no un proceso en el que los ciudadanos deciden racionalmente sobre la base de un conocimiento detallado de los problemas políticos. Fundamentalmente porque no tienen el tiempo ni los recursos para investigar a fondo las posiciones y propuestas de los candidatos, por lo que se basan en una serie de atajos cognitivos y emocionales para tomar sus decisiones. Por eso es imperioso que los políticos resuelvan este divorcio con la sociedad.

La buena noticia: No está todo perdido.

Tenemos que ir a terapia de pareja. No nos estamos escuchando. Los candidatos no están hablándole a la ciudadanía y la ciudadanía, por el mismo motivo, no los está escuchando. Como en la vida misma, esto puede derivar en que no elijamos al mejor sino al que mejor dialoga con nuestra falta. Somos una sociedad que se siente abandonada y desde ese lugar casi nunca se toman buenas decisiones. Pero como en toda crisis hay una oportunidad, también la hay ahora. El reconocimiento de esta situación es un gran punto de partida para iniciar un retorno a casa. Así como hay profesionales que intermedian en las crisis de pareja también están quienes construyen los puentes necesarios para unir a las partes en un dialogo fallido. Dejen ayudarse. Los invito que Uds. también sean parte de la gente.