En nuestra Argentina, los ciclos económicos no solo mueven al dólar: también limpian el diccionario, uno que viene recargándose de manera subóptima desde hace dos largas décadas. A medida que se asienta esta suerte de "milagro fiscal con cara de póker, a rajatabla e innegociable", algunas palabras se nos van cayendo del habla cotidiana. "Brecha cambiaria", por ejemplo, tiene un futuro cercano de fósil y el "cepo cambiario" comienza a convertirse en un recuerdo traumático. Si todo sigue como viene la cosa, la "inflación" también va a pedir pista para jubilarse. Y, con un poquito más de suerte y un par de milagros económicos, quizás en dos años las "retenciones al agro" formen parte de una historia que nunca debió escribirse. Y, finalmente; en un lustro, el "riesgo país" desaparecería para la Argentina, solidificando su financiabilidad de largo plazo en mercados financieros internacionales. De la baja en retenciones anunciada el pasado sábado, lo que más me llama la atención no es la medida en sí, sino lo que "no se dijo". En campaña electoral, al "cliente campo" no le tiraron ni una concesión de más por encima de lo que el orden fiscal permite. ¿Regalos populistas? No, gracias. Un mensaje muy claro que seguramente los bonos comprenderán en breve: la disciplina fiscal no se toca, ni con elecciones cerca. ¿Sorprendente, o no tanto? Mientras tanto, los libertarios; con la delicadeza quirúrgica de un odontólogo fiscal, vienen limando palabras, conceptos y también privilegios de una clase política que se resistía a ver el Excel. Y, de paso, enamoran a la mayoría de una juventud que ya no compra el combo: "Estado presente + choripán + futuro hipotecado". Los más jóvenes, curtidos por décadas de promesas incumplidas en las espaldas de sus abuelos, parecen tener una brújula distinta: no quieren que les regalen nada, solo que no les quiten el futuro. ¿Y el campo? Bueno, el campo es como ese amigo que siempre pone la casa, compra la carne y encima termina lavando los platos. El anuncio de baja de retenciones es un gesto relevante, sí. Pero es un poco como regalarle una remera a alguien que necesita una casa. ¿Es algo? Claro. ¿Es suficiente? Ni de cerca, pero es lo que se puede por ahora y esto va a seguir mejorando. El populismo nos puso en esta situación y, por lo tanto, se necesitan al menos cinco años hacia la normalidad y, en dicho viaje, Vaca Muerta se convertirá en el gran aliado del campo por la enorme generación de dólares que aportará a nuestro país. Para que se entienda bien: todavía no estamos listos para una eliminación total porque, simplemente, los números fiscales no cierran y, sin ellos, todo se rompe tarde o temprano. Y hasta que no se consolide el indiscutible superávit fiscal, no hay milagros posibles. Porque seamos sinceros: pedirle a este Gobierno que elimine todas las retenciones es como exigirle a un recién operado que corra una maratón. Primero hay que dejar que el paciente se recupere, estabilice los signos vitales y recién ahí pensar en entrenamientos más exigentes. Mientras tanto, que Vaca Muerta siga creciendo y el agro resista como siempre. Porque si algo sabe hacer el campo argentino, es resistir. Una casa no se construye desde el techo, aunque muchos todavía crean que con un par de planes se levanta una Nación. Primero, la base fiscal, esa misma que el populismo dinamitó con alegría y sin culpa durante décadas. Este modelo necesita tiempo y temple. Y un poco de anestesia social para manejar la ansiedad colectiva, porque en Argentina queremos que todo cambie ya, sin esfuerzo y con delivery incluido. El gesto de bajar retenciones es apenas un aperitivo que promete. Pero, por sobre todo, muestra que hay una dirección muy firme, concreta y correcta. Y si este rumbo se mantiene cinco años sin volantazos populistas, las mejoras serán notables. Claro, siempre y cuando no volvamos a tropezar con la piedra populista, esa que ya nos rompió los dientes varias veces. La macro, guste o no, está mucho más ordenada y en sentido correcto. No perfecta, porque obviamente no somos Noruega, pero bastante menos desquiciada respecto a su herencia. Y eso no es magia: es ajuste, ortodoxia y una enorme cuota de coraje político. Ahora falta que los mercados lo crean, que el riesgo país lo refleje y que en octubre el electorado no decida tirarse un tiro en el pie otra vez. Porque sin respaldo político, todo esto resulta en un lindo intento con final triste. Ojo: no todo es culpa del votante confundido. Ochenta años de populismo desgastan a cualquiera. Pero si algo aprendimos es que no hay atajos, y que los experimentos, cuando se hacen con dinamita, salen mal. Esta elección define si seguiremos hacia la normalidad o si volvemos a vivir en el loop eterno de "todo muy lindo, pero no me alcanza". Así que sí, podés mirar el vaso medio lleno o medio vacío. Pero, por lo menos esta vez, "hay vaso", que en Argentina ya es un montón. Ojalá Satanás se apiade de nosotros esta vez.