Hay un condimento que le falta al debate forzoso que se abrió en los últimos días sobre el nuevo programa fiscal y monetario. Todas las opiniones disparan sobre la foto, con pocas menciones sobre la película. Cuando se habla del durísimo esquema de base monetaria 0 que hoy comenzará a aplicar el BCRA, o de la zona de no intervención cambiaria con la que se buscará moderar la suba nominal del tipo de cambio, se discute como las opciones que tenía el Gobierno a la mano incluyeran, adoptar un régimen de tasa subsidiada a las pymes, aumentar los salarios del sector público a la par de la inflación, evitar el aumento de la presión fiscal para no dañar el poder de compra de los salarios, y otras propuestas básicas de cualquier menú de buenas intenciones de política económica.

La realidad es que el gobierno de Mauricio Macri no siempre tomó las mejores decisiones. Hubo supuestos que no se dieron, y medidas que debían haber rendido otro resultado. En el medio, tanto personas como empresas reaccionaron según sus propias suposiciones y alteraron el escenario sobre el que se había imaginado el diseño original. La dolarización de los ahorros tiene una razón de ser: expresa la desconfianza histórica hacia el peso como moneda. Se habla en forma crítica de la salida de reservas como si todo fuese para financiar el endeudamiento, pero en agosto las personas se alzaron con u$s 2800 millones, un capital que sale de circulación y que afecta al consumo.

Lo real es que la Argentina este año va a terminar con algo más de 2% de déficit fiscal primario y nadie propuso de dónde sacar los fondos si los prestamistas dan un paso al costado. Llamar al FMI no es grato, pero nadie ofreció poner u$s 57.000 millones.