

Con un 2015 que ya tiene las cartas sobre la mesa (dólar usado como ancla inflacionaria, férreo cepo importador, desborde fiscal y endeudamiento creciente), todas las miradas apuntan ahora al 2016. Sea quien sea el elegido por la gente para gobernar los próximos cuatro años, el desafío será corregir los numerosos desequilibrios macroeconómicos sin pasar por una crisis profunda para barajar y dar de nuevo.
En estas últimas semanas, mucho se está hablando de shock o gradualismo como las alternativas disponibles para los primeros tiempos del próximo gobierno. Sabiendo que uno está pecando por ser demasiado simplista, básicamente se podrían resumir las ideas en pocas líneas: los partidarios de aplicar un programa de shock plantean acomodar los desajustes de golpe, todos al mismo tiempo, y así sentar las bases para retomar el crecimiento. Lo que no explican es que, luego de semejante terremoto, seguramente se podrá volver a crecer pero arrancando desde cinco escalones más abajo. Es un costo muy alto e innecesario, sobre todo pensando que no hay una crisis externa como en otras oportunidades.
Por otro lado, las principales opiniones de los que plantean un programa gradualista creen que, sólo con el cambio de cara del gobernante, los dólares van a empezar a fluir hacia nuestro país y de esta forma se podrán ir financiando los desequilibrios mientras lentamente se van tomando medidas para corregirlos. Suena muy bien políticamente hablando, sin embargo parte de una premisa que considero falsa, ya que para que empiecen a “llover” dólares genuinos desde el exterior para financiar inversiones (los fondos especulativos son otra historia, de hecho ya algunos están llegando este año) y para abrir el cepo importador, hacen falta reglas claras que permitan restablecer la confianza perdida.
Es por eso que, como son tantos los desequilibrios que conviven hoy en nuestra economía, planteo tomar una solución intermedia, la cual implique eliminar algunos de ellos de manera inmediata y, a su vez, sentar las bases para una corrección paulatina del resto.
Entre los principales aspectos en los que hay que tomar acciones contundentes durante los primeros 100 días de gobierno tenemos:
- Eliminación total de las restricciones a exportar: basta de ROEs y de cualquier otro mecanismo, sujeto al capricho de un funcionario de turno, que trabe la venta de bienes y servicios al exterior.
- Eliminación de las retenciones a la mayoría de los productos: entre los que debemos incluir a la carne y sus derivados, el trigo, maíz, girasol, frutas, hortalizas, miel, arroz y en especial a toda manufactura de origen industrial.
- Derogación del decreto 616/2005 que establecía un encaje al ingreso de capitales, acompañando esta medida con la finalización del llamado blanqueo.
- Iniciación de negociaciones con los holdouts para de una vez por todas salir del default en el que nos encontramos desde hace más de 13 años. Este punto es fundamental para reducir el costo del financiamiento externo, ya que hoy lo poco que se consigue es a tasas exorbitantes en un mundo en donde lo que sobra es el dinero.
En cambio, en donde a mi modo de entender sí habría que hacer cambios más progresivos encontramos:
- El tipo de cambio: casi nadie discute que hay un atraso cambiario importante y que se profundiza mes a mes, sin embargo, plantear una corrección del precio del dólar de un día para otro tiene sus consecuencias indeseadas no menores. Por eso considero optar por un deslizamiento mayor al actual, ligándolo a una suba de la tasa de interés y a un manejo de las expectativas vía la curva de dólar futuro. Además, por supuesto, es esencial ir reduciendo la emisión para financiar al fisco.
- Cepo al dólar: el cepo al dólar no sólo es la prohibición a comprar dólares para atesorar (más allá de los pocos que se permiten por el llamado “dólar ahorro”) si no que el principal cepo es al giro de divisas al exterior y a las importaciones. Eliminar las restricciones de un día para otro nos dejaría el Banco Central sin divisas o con un tipo de cambio por las nubes. Por eso es que hay que ir levantando los cepos de manera progresiva, empezando por el importador, el cual hoy nos pone un techo al crecimiento. A la par, habría que ir negociando con las principales empresas que tienen pendiente giros de utilidades, confiando que parte de ellos sean reinvertidos ante el cambio de escenario macro económico, quedando en último término, el cese del cepo para atesoramiento.
- En lo que respecta a las retenciones a la soja y sus derivados, se debería plantear una reducción progresiva, con un cronograma que establezca la desaparición de los derechos de exportación en 6 años.
Dejé aparte la mención a los subsidios a la energía y al transporte, porque considero que necesitan un análisis especial ya que son uno de los principales factores que explican el enorme déficit fiscal y además tienen fuerte implicancia en el bolsillo de los argentinos.
En materia de transporte, precisamente sería en uno de los aspectos en los que el gradualismo debería estar más presente, estableciendo reducciones puntuales en los subsidios y pasando hacia un sistema en el que el aporte del estado vaya directamente al usuario que lo necesite y no como ahora, que principalmente se financia a las empresas que prestan los servicios (ya sean privadas o estatales).
En lo que respecta a la energía, el atraso en las tarifas es tan grande, principalmente en el área de Capital y Gran Buenos Aires, que el ajuste no puede ser gradual. No es posible que una familia fuera de la temporada alta de consumo, pague 50 pesos de luz por mes y 30 pesos de gas. Acá es donde el shock debería estar más presente, siempre contemplando los casos especiales de familias de bajos ingresos.
Como resultado de la aplicación de todas estas medidas, considero que el primer semestre del 2016 tendría sus complicaciones (algo más de inflación, cierta caída del consumo y del salario real) pero que sentarían las bases para empezar a mejorar en el segundo semestre del año, augurando para los próximos años un alza sostenida de la inversión y del PBI y una consecuente reducción de la inflación y la pobreza.













