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A menudo hablamos de empoderar a las personas. Hace unas semanas, mientras participaba como prologuista en la presentación de un libro en Aguascalientes, México, escuché un concepto que me encantó y quiero compartirlo con vos de la forma a a clara posible. Mis disculpas por no recordar el nombre de quien lo compartió.

Veamos este tema sensible y que, de tan de moda que está en el lenguaje empresarial, parece que se va perdiendo el sentido.

En el mundo del desarrollo personal y profesional, dos términos que a menudo se entrelazan pero que tienen matices distintos son "empoderamiento" y "ser poderosos". Estas dos perspectivas tienen un impacto significativo en cómo abordamos el crecimiento individual y colectivo, la diversidad, la paridad y la inclusión.

Empoderamiento: más allá del acto de ensalzar y motivar

El término "empoderamiento" es un lema en muchas esferas, desde la educación hasta la alta gerencia. Sin embargo, ¿qué implica realmente empoderar a alguien?

Vamos a teatralizarlo para captar mejor la idea. Imagina esta escena: alguien se presenta y anuncia, con un toque de solemnidad, "Ahora YO te voy a EMPODERAR". ¿Qué subyace en esta afirmación?

El empoderamiento, en esencia, implica la dinámica de otorgar poder y recursos. Es el acto de conceder a otros la autoridad para tomar decisiones y actuar por sí mismos. Es como un traspaso momentáneo de los hilos del control. No significa que se quiera hacer poderosa a la otra persona.

Incluso, en ocasiones, puede tener una connotación de superioridad, ya que alguien se coloca en la posición de ceder poder a otro individuo; es igual que una sesión de territorio: "Yo te lo confiero".

Pero aquí está la cuestión clave: ¿el empoderamiento genuino radica en otorgar poder o en cultivar la capacidad de ser poderosos?

Aceptar el Ser Poderoso de los demás, es totalmente diferente

Ahora, giremos la perspectiva. En lugar de enfocarnos en empoderar a otros, ¿qué sucede si nos concentramos en propulsar a las personas a ser poderosas? Esta distinción es sutil pero crucial.

Ser poderosos no se trata de un acto de transferencia de poder, ni de cederle un pedazo del terreno de poder que tiene otro, sino de reconocer, aceptar y declinar de cualquier indicio de manipulación sobre los demás. Lo que haremos así es poner de relieve la capacidad inherente de una persona para encontrar y utilizar su propia fuerza interior; y que la aplique tal como quiera, sepa y elija.

En lugar de enfocarnos en empoderar a otros, ¿qué sucede si nos concentramos en propulsar a las personas a ser poderosas? Esta distinción es sutil pero crucial.

Ser poderosos no implica que alguien esté otorgando poder desde afuera, sino que se está cultivando un sentido de autoestima, confianza y habilidades internas, que permiten a las personas tomar las riendas de su vida.

En lugar de esperar a que alguien más otorgue autoridad, ser poderosos significa reconocer que ya tenemos la capacidad de influir en nuestras circunstancias y tomar decisiones que nos conduzcan al éxito. Y toma acción, si así lo decide.

La Metáfora de Hamlet: reflexiones Finales

Al abordar esta diferencia entre empoderamiento y ser poderosos, me vino a la mente la famosa pregunta de Hamlet: "Ser o no ser, esa es la cuestión". Similarmente, la cuestión es si buscamos delegar momentáneamente el poder camuflado de empoderamiento, o auténticamente se quiere cultivar la capacidad interior de ser poderosos más allá de las creencias que cada uno arrastre sobre sí mismo.

Así como Hamlet luchaba con su propia existencia y propósito, nosotros también afrontamos elecciones parecidas en nuestras vidas.

Claro que el empoderar a otros es importante, aunque quizás aún más valioso sea darle rienda suelta, -e incluso, inspirarlos, capacitar y destapar su potencial- para descubrir su propia fuerza poderosa.

Porque cuando optamos por ser poderosos, no solo creamos líderes y visionarios, sino individuos que están arraigados en su autenticidad y listos para enfrentar cualquier desafío.