

En marzo de 1972 en el diario La Opinión, el escritor y periodista Francisco "Paco" Urondo teorizaba sobre “los grafiti y su camino entre las paredes y la poesía popular”. Por entonces ya analizaba al creciente fenómeno urbano como una clara expresión del “pensamiento de las clases populares” y advertía sobre el aprovechamiento por parte de las editoriales para hacer “excelentes negocios”’, trasladando lo que dicen las paredes a lujosos libros de arte.
Mucho más acá en el tiempo, el español Arturo Pérez Reverte en “El francotirador paciente” (Alfaguara) plasma en forma de thriller una historia que tiene al mundo del grafiti como protagonista. Sin alejarse demasiado de lo que en los 70‘ inquietaba a Urondo, Pérez Reverte ficcionaliza en el arte puesto en muros de ciudades, la codicia de galeristas de arte del Primer Mundo o la subvención estatal para el grafiteo callejero.
En la novela, el autor de Territorio Comanche, pone en escena a Alejandra Varela, una periodista especializada en arte urbano, que a través de un encargo editorial deberá encontrar a Spiner, un destacado artista callejero cuyo rostro cubierto a lo sub comandante Marcos (incluso el gráfico de la tapa del libro parecería estar inspirado en el revolucionario zapatista ) nadie conoce.
“Tu pieza se inserta en el paisaje urbano. Que es un lienzo más grande, en un marco: casas, coches semáforos. La ciudad es tu complemento” dice Spiner, que es el mejor y a quien que todos admiran. Y “si es legal, no es grafiti” postula también de forma radical y promueve acciones callejeras al límite de la legalidad, muchas de ellas con víctimas fatales como resultado final.
Tras la pista de Spiner, “Lex” Varela recorrerá con extrema valentía las calles de Madrid, Lisboa, Verona y Nápoles. Movilizada por pasión vocacional, aunque también por cuestiones personales que mantendrán la tensión del relato hasta el final de la novela, la joven periodista recorrerá las calles de una Europa atravesada por la crisis económica mundial. Metrópolis tomadas por las clases marginales. Jóvenes desempleados que estampan su rabia en paredes y monumentos atestados de turistas.
La ficción de Pérez Reverte, ex cronista de guerra y actual miembro de la Real Académia Española, también es una invitación a conocer a los escritores de paredes, los grafiteros, un submundo que como decía Urondo en su columna del diario La Opinión, “data de tiempos remotos”. Pero que con el paso del tiempo persiste, varía en su estética, se globaliza gracias a internet pero no altera su esencia callejera. Como bien lo define Spiner: “En un museo compites con Picasso, que está muerto, mientras que en la calle compites con los cubos de basura y con el policía que te persigue”.













