El enfriamiento de las relaciones entre Brasil y Estados Unido congeló, sin perspectiva concreta de que se reanude, el acuerdo que estaba por celebrarse para facilitar el ingreso de ciudadanos brasileños en territorio americano. La expectativa de ambos países era anunciar en octubre, durante la visita de la presidenta Dilma Rousseff a Washington, una especie de contrato de adhesión de Brasil al Global Entry.

Pero ese viaje se suspendió en medio del escándalo de espionaje de Estados Unidos a funcionarios y empresas brasileñas, incluyendo la propia presidenta.

El programa, que beneficia a ciudadanos de países como Alemania y Corea del Sur, evita a quienes viajan con frecuencia a Estados Unidos procedimientos lentos y filas demoradas en los puestos de inmigración. Quien viaja con asiduidad -principalmente por negocios-puede registrarse en el programa y recibir una pre-aprobación de las autoridades estadounidenses para entrar en el país.

De esa forma, en lugar de esperar un agente de inmigración y explicar los motivos de cada visita, los participantes pueden “saltar” las filas y someter sus pasaportes a la lectura electrónica en quioscos instalados en 44 aeropuertos.

La experiencia demuestra que el tiempo promedio de liberación disminuye a menos de un minuto. Las terminales que más reciben vuelos de Brasil, como Miami y el aeropuerto John F. Kennedy (Nueva York), están incluidos en la lista.

La adhesión de Brasil al Global Entry dio un paso importante en octubre de 2012. En esa ocasión, autoridades de los dos países abrieron camino hacia un acuerdo, que avanzó en las áreas técnicas a lo largo de este año. Se había planificado una reunión de “alto nivel”, en las vísperas de la visita de Dilma, para cerrar los términos de una “declaración” que se realizaría, en Washington, junto al presidente Barack Obama.

Al iniciarse las negociaciones se preveía el ingreso de hasta 5.000 viajantes frecuentes en un proyecto-piloto del Global Entry con Brasil. Después, la dimensión se redujo y se esperaba contemplar a cerca de 1.500 brasileños. El plazo de implantación no sería inmediato y había que cumplir requisitos. En el caso de México, por ejemplo, hubo un intervalo de un año entre el anuncio y la implantación. Aquí, restaban indefiniciones sobre cuáles aeropuertos brasileños podrían tener un sistema equivalente al Global Entry y cómo funcionaría, en la práctica.

El programa no tiene relación con la necesidad de visas. Requiere una inscripción, por un valor de u$s 100, y una entrevista en un consultado americano. Quien es aprobado obtiene el beneficio por un período de cinco años, pero continúa precisando la visa, en caso de que no exista un acuerdo entre los países para evitar ese documento. La ventaja es la rapidez en los procedimientos migratorios. La adhesión más reciente al programa fue la de Panamá, el mes pasado.

A pesar de la necesidad de cerrar los últimos detalles, las negociaciones estaban tan avanzadas que el secretario de Estado americano, John Kerry, y el entonces canciller brasileño Antonio Patriota llegaron a dar el acuerdo como cerrado, durante una entrevista conjunta en Brasilia, en agosto.

Desde entonces, no hay más perspectivas para concluir las negociaciones en torno de la adhesión de Brasil. En el lenguaje diplomático, “se perdió el sentido de urgencia”. En términos concretos, no se estableció ninguna reunión para cerrar el acuerdo y la hipótesis más optimista es que vuelva a la agenda en algún momento de 2014.

Un funcionario americano con conocimiento de las negociaciones dijo que actualmente están “paradas”, al menos en los niveles “más altos”, pero pueden retomarse “en cualquier momento”. “Estamos listos para volver a la mesa y discutir especificaciones técnicas”, afirmó.

A pesar de que en Washington entienden la posición política de congelar la conversación después del escándalo de espionaje, crece en la administración Obama un sentimiento de que llegó la hora de separar las cosas y retomar las negociaciones en estado avanzado y mutuamente benéficas, como el caso del Gobal Entry.