Una idea compartida en la cocina de casa, un proyecto que nació como un juego con los hijos o la decisión de mantener vivo un oficio familiar pueden terminar convirtiéndose en empresas que trascienden generaciones.
Según la Secretaría de Economía, en la Argentina cerca del 75% de las compañías son familiares. Cada año se crean alrededor de 60.000 nuevas empresas, muchas con historias en las que las madres aparecen como fundadoras, como organizadoras de las tareas o como quienes transmitieron el oficio que más tarde se convirtió en negocio.
De la inmigración gallega a la hotelería de lujo
Manuel Álvarez Argüelles y María del Carmen Cheda, inmigrantes gallegos, llegaron a la Argentina en 1952 con el sueño de construir una nueva vida.España atravesaba los años más duros de la posguerra franquista, con escasez de alimentos, atraso rural y un éxodo masivo hacia América. Maruja, como todos llaman a María del Carmen, había crecido cuidando ovejas y cabras en su aldea, mientras su abuelo la guiaba. En Buenos Aires, apenas adolescente, empezó a trabajar en la pensión de su familia, donde se ocupaba de hacer las camas, servir el comedor, lavar la ropa de los huéspedes. Ahí conoció a Manuel, otro gallego que había llegado con una historia de sacrificio y desarraigo similar a la suya.
La pareja se casó y se instaló en Mar del Plata, donde empezaron a trabajar en hoteles de la ciudad. Con sus ahorros, lograron comprar el fondo de comercio de un pequeño hotel y lo pusieron en valor. Esa primera experiencia les permitió crecer en el sector y, décadas más tarde, en 1995, abrir el Costa Galana, considerado el primer cinco estrellas del interior del país. Hoy, lo dirige su hija Claudia, al frente de la cadena como CEO. La empresa ya opera trece hoteles distribuidos en Buenos Aires, Mar del Plata, La Plata, Neuquén y Salta, y en los últimos años concretó aperturas también en Ushuaia y Santa Rosa.
El inicio de un emprendimiento en una casona ferroviaria
Durante décadas estuvo cerrada y abandonada. Los vecinos recordaban el paso de distintas familias, y con el tiempo el desgaste afectó pisos, aberturas y techos. La casona, ubicada en Belgrano R (CABA), fue construida en 1930 para trabajadores del ferrocarril. Para muchos era sólo un edificio viejo; para Belén Zanchetti, que recién había llegado de Europa tras ocho años de estar trabajando en cocinas de Londres, París y Barcelona, fue una oportunidad.
A comienzos de 2024 nació Beza. Belén convocó a su madre, Cecilia, y poco después se sumó Raúl, su pareja, para encarar la reforma y abrir su primer restaurante. Hoy emplean a más de ocho personas, ofrecen vinos naturales y un amplio menú, y el ticket promedio ronda los $55.000."Es compartir un sueño y construirlo juntas, con todo lo que eso implica: amor, discusiones, risas, enojos y muchísimo aprendizaje. No solo trabajamos juntas, también crecemos juntas", dijo Belén refiriéndose a trabajar con su madre.
De un almacén sirio a un restaurante porteño
En la esquina de Santiago del Estero y Alsina, en Monserrat, funciona un pequeño restaurante llamado "Liliana Helueni". Allí trabaja todos los días Liliana, dueña y responsable del proyecto que lleva más de dos décadas en la Ciudad. Su historia se remonta a principios del siglo pasado, cuando su abuelo, llegado desde Siria, abrió un almacén de frutas secas y especias. Más tarde, su padre instaló un local de comidas árabes en el que ella y sus hermanos aprendieron el oficio.
Luego de haber trabajado varios años en el negocio familiar, Liliana decidió abrir su propio espacio junto a sus hijas. El inicio fue difícil. Contaba con poco presupuesto, extensas jornadas y la incertidumbre de empezar desde cero. Mariel, una de sus hijas, recuerda esa etapa como un proceso de aprendizaje permanente en el que el esfuerzo compartido permitió sostener el proyecto y hacerlo crecer.
Con el tiempo, fueron definiendo los roles. Liliana se encargó de la cocina y de la organización del personal, mientras Mariel asumió la administración, las compras y la atención al público. Ambas reconocen que aprender a delegar fue uno de los mayores desafíos, pero también el cambio que les permitió ordenar el trabajo y mantener el rumbo del emprendimiento.
De asesora en Europa a fundar una bodega
A fines de los años noventa, Susana Balbo decidió darle forma a un sueño que había postergado durante años: crear vinos con su propio sello. Había trabajado como asesora en bodegas Europa, pero cada vez que viajaba a mercados como Reino Unido o Estados Unidos, la pregunta se repetía: por qué no tenía una etiqueta propia. En 1999, en Agrelo, Luján de Cuyo, inauguró la bodega que lleva su nombre y que este año cumple 25 años. El primer desafío fue abrir mercados externos para asegurar estabilidad en un país marcado por la volatilidad económica.
En 2012 se sumaron sus hijos José y Ana, cumpliendo otro sueño familiar. José, formado en Enología en la Universidad de Davis, tomó la dirección técnica; Ana, administradora de empresas, profesionalizó el área de marketing y fundó Osadía de Crear, el restaurante de la bodega que años más tarde obtuvo la estrella verde Michelin.
La bodega produce entre 1,5 y 2 millones de litros al año y exporta a 46 mercados, con Brasil, el Reino Unido y el mercado interno entre los destinos que más crecieron. Con una estrategia de premiumización, lograron elevar el valor promedio de sus exportaciones de u$s 45 por caja en 2012 a casi u$s 80 en la actualidad.
Recetas que se convirtieron en un negocio
Natalia Demirdjian creció entre ollas, masas y especias, viendo a su madre y a sus abuelas preparar platos armenios. Durante mucho tiempo creyó que esa cocina quedaría puertas adentro, hasta que en 2015 decidió llevarla afuera: empezó a cocinar en su casa de Villa Urquiza y a vender por delivery. Sin inversión inicial ni socios, esa etapa le sirvió para medir si había demanda.
En 2017 abrió su primer local, Almacén Naní, un espacio chico en Villa Crespo pensado para ofrecer comidas y productos listos para llevar, con una estructura mínima, precios accesibles y foco en los vecinos del barrio.
El proyecto se sostuvo hasta enero de 2021, cuando decidió dar un paso más e inauguró Naní Cocina Armenia, el restaurante que hoy funciona en la esquina de Gurruchaga y Jufré, creado en honor a su madre. El local emplea a más de 20 personas, recibe entre 300 y 500 clientes por semana y el ticket promedio ronda los $ 55.000.