La caída del consumo y la acumulación de stock golpean a las bodegas, que atraviesan los márgenes más bajos de los últimos diez años. Con precios en baja, sobreoferta y una demanda global en retroceso, la actividad muestra signos de agotamiento que ya se ven en la postergación de inversiones, ajustes de personal y viñedos que quedan abandonados. Según el último informe del Instituto de Estudios sobre la Realidad Argentina y Latinoamericana (IERAL) de la Fundación Mediterránea, el consumo mundial de vino sigue cayendo y, con él, los precios. En la Argentina, la situación se agrava por la sobreproducción acumulada. El estudio advierte que el stock de vino equivale hoy a casi siete meses de consumo, cuando antes de 2010 el promedio era de alrededor de cuatro meses, y estima que esa cifra podría seguir aumentando en 2026. “La caída afecta a todos los eslabones de la cadena. Los clientes no quieren incorporar productos nuevos porque tienen stock y la categoría está en baja. Eso se traslada a los distribuidores, que también frenan compras y reducen su portfolio. Así, se nos achican todas las herramientas para crecer y desarrollar la distribución en el mercado”, explicó Ignacio Martínez Landa, director de Marketing Corporativo de Domaine Bousquet. El derrumbe del consumo interno y los precios en mínimos históricos agravan la situación financiera. Por caso, la mendocina Bodega Norton acumula 108 cheques rechazados por un total de $ 1.442.042.073,33, según datos del Banco Central. De ese total, sólo canceló 12, por $ 275 millones, mientras su deuda total con el sistema financiero asciende a $ 1166 millones, equivalentes a unos u$s 788.000 al tipo de cambio actual. Consultada por El Cronista, la empresa reconoció las dificultades que enfrenta el sector y confirmó que atraviesa un proceso de reordenamiento financiero. “El escenario actual de consumo de vino retraído a nivel mundial es desafiante para toda la industria vitivinícola argentina. Nos enfrentamos hace un tiempo a un escenario financiero complejo, por lo que se está trabajando fuertemente en la implementación de un plan de ordenamiento integral”, señalaron desde la bodega. Según el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV), el consumo interno de vino cayó 17% interanual en agosto, con un despacho de 678.265 hectolitros, uno de los niveles más bajos desde 2015. “Hoy vemos un amesetamiento en las exportaciones y en el mercado local. Las ventas externas se plancharon desde 2020 y, aunque hubo una leve recuperación en los últimos meses, el balance sigue siendo negativo”, explicó Milton Kuret, director ejecutivo de Bodegas de Argentina. La Asociación de Viñateros de Mendoza (AVM), por su parte, alertó que el sector atraviesa “una de las peores crisis de rentabilidad de las últimas décadas”, con costos de producción en alza y precios de la uva que permanecen estancados. “La ecuación económica del productor primario ya no cierra. Todo subió menos la uva”, remarcaron desde la entidad. El informe señala que la historia de la vitivinicultura argentina puede dividirse en tres grandes etapas. En los años 80, la crisis del sector provocó una erradicación masiva de viñedos. En los 90 y 2000, el impulso exportador y un tipo de cambio favorable dieron lugar a una etapa de expansión y modernización. En la última década, la tendencia volvió a ser descendente, como consecuencia de un mercado que perdió dinamismo y rentabilidad. En el resto de los países productores, como Chile, España e Italia, también se siente la caída del consumo, pero la situación es menos crítica. Estas operan con costos más bajos, acuerdos comerciales que facilitan las exportaciones y una logística más flexible que les permite colocar sus vinos a menor precio y en menos tiempo. En la Argentina, en cambio, la inestabilidad del dólar, los costos en alza y la falta de acceso a nuevos mercados dejaron al sector en una situación mucho más frágil. La suba del tipo de cambio encarece los insumos, complica la planificación y le quita competitividad a los vinos argentinos frente a otros productores de la región. Las bodegas ven cómo sus márgenes se achican, las que venden en el mercado interno acumulan stock y las pymes familiares -sin respaldo financiero ni presencia en el exterior- son las más golpeadas, señalan desde el sector. “Argentina no tiene acuerdos bilaterales con otros países, salvo el Mercosur. Eso nos obliga a pagar aranceles para ingresar a la mayoría de los mercados, mientras otros competidores lo hacen con tasa cero. Es un problema de competitividad que venimos planteando hace tiempo. Necesitamos acuerdos comerciales que nos pongan en igualdad de condiciones”, expresó Kuret. Desde el IERAL advierten que, si la tendencia continúa, se profundizará el abandono de viñedos y la pérdida de empleo rural. En el sector coinciden en que el desafío no es resistir, sino por adaptarse a un mercado con menos consumo y una competencia cada vez más exigente. Algunas bodegas comenzaron a buscar alternativas para sostener la actividad. Unas apuestan por el desarrollo de vinos sin alcohol o con menos calorías, y otras refuerzan el enoturismo como una fuente adicional de ingresos. La apuesta, dicen los empresarios, es “mantener volumen con menor margen y ganar valor agregado con innovación”.