En un país de Sudamérica, una mina emergía como pieza estratégica para Estados Unidos en su intento por reducir su dependencia de los minerales procesados en Asia.
Sin embargo, lo que parecía una victoria geopolítica en Sudamérica, terminó revelando una nueva paradoja que favorece a China, el jugador dominante en esta industria.
Estados Unidos invierte en Sudamérica, pero China se lleva todo
Ubicada en el estado de Goiás, en Brasil, la mina Serra Verde representa un punto de inflexión en la competencia internacional por el acceso a tierras raras pesadas.
Este tipo de materiales es esencial para el desarrollo de tecnologías como vehículos eléctricos y turbinas eólicas, sectores en los que se libra una silenciosa pero intensa batalla por la supremacía económica.
El proyecto Serra Verde fue concebido como parte de la estrategia del Minerals Security Partnership (MSP), impulsado por Estados Unidos para reducir su vulnerabilidad frente a China en el suministro de minerales estratégicos. Desde que en 2010 el gobierno chino suspendió exportaciones a Japón, Occidente ha estado intentando diversificar sus fuentes de aprovisionamiento, con poco éxito.
Y aquí está la clave de todo: aunque Serra Verde cuenta con financiamiento mayoritariamente estadounidense (Denham Capital, Energy and Minerals Group y Vision Blue inyectaron 150 millones de dólares para escalar las operaciones), su destino está atado a la nación asiática. China no solo es el principal comprador, sino el único país con la capacidad técnica para separar y refinar las tierras raras pesadas extraídas, como el disprosio y el terbio. Sin acceso a ese procesamiento, la producción de Brasil no puede ser aprovechada por Estados Unidos, lo que reduce el impacto estratégico de su inversión.
China domina el procesamiento de tierras raras y Estados Unidos quedó atrás
El caso de Serra Verde refleja un problema estructural que trasciende Sudamérica. China domina el ciclo completo de las tierras raras: desde su extracción hasta su refinamiento.
Aunque estos minerales se encuentran en distintas regiones del mundo, su procesamiento requiere una combinación de conocimiento técnico, infraestructura especializada y políticas industriales de largo plazo. Eso es justo lo que Pekín ha cultivado durante décadas.
Mientras tanto, en Estados Unidos y Europa apenas comienzan a desarrollarse plantas que permitan procesar estos materiales. Un ejemplo es el proyecto financiado por el Pentágono en California, o las iniciativas en Francia y Estonia, las cuales podrían estar listas en algunos años. Mientras esas soluciones llegan, China seguirá siendo el destino inevitable de gran parte de la producción mundial, incluyendo la que sale de minas estratégicas como la de Brasil.