Crítico tanto del neoliberalismo como del keynesianismo desarrollado por los gobiernos de izquierda en la región, el filósofo y politólogo, Roberto Mangabeira Unger, propone superar la etapa de desarrollo “fordista de nuestras economías para pasar a un modelo de vanguardia que denomina “la economía del conocimiento .
Autor de decenas de libros sobre teoría social, política y filosofía, fue el titular de Cátedra más joven de la historia en la Universidad de Harvard Law School.
Estuvo entre los miembros fundadores del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB - actualmente MDB-) para quien escribió su manifiesto fundacional. Es asesor del candidato socialdemócrata Ciro Gomes y fue Ministro de Asuntos Estratégicos de Luis Inacio Lula da Silva y de Dilma Rousseff.
Hay en pugna distintos modelos de desarrollo en el mundo. ¿De qué se trata el “nuevo modelo que usted propone?
La industrialización convencional, lo que llamamos el fordismo, no sirve más como atajo para el desarrollo. Esa era la propuesta central de la teoría clásica del desarrollo en la segunda mitad del siglo XX, transferir recursos y trabajadores de los sectores menos productivos a los más productivos, es decir, desde la agricultura a la industria. Pero no funciona más como atajo para el desarrollo. Es un residuo de una vanguardia anterior o un socio menor de la nueva vanguardia, que es la economía del conocimiento. En ese papel residual, siempre es susceptible de una concurrencia perversa entre países que ofrecen salarios más bajos e impuestos más bajos. Es decir, menos inversión en el aparato de la producción y en las capacitaciones a las personas, al contrario de los requisitos de una escalada de productividad.
Por otro lado, la nueva vanguardia existe en las economías más avanzadas del mundo, pero en forma de franjas que excluyen a la gran mayoría de los trabajadores y de las empresas. Está presente en todos los sectores y no sólo en la industria manufacturera avanzada, pero en forma de islas excluyentes.
¿La economía del conocimiento está entonces aún subordinada al viejo modelo?
No. La antigua vanguardia que era la manufactura mecanizada, la producción en grandes escalas con una mano de obra semicalificada, es un residuo condenado a un papel subordinado. Por ejemplo, en California, algunas decenas de miles de personas inventan cosas y las empresas procuran extraer las partes del proceso productivo que puedan ser repetidas y comoditizadas y hay diez millones de esclavos en China tranformando las creaciones de California en commodities.
El dilema es que ese atajo, crecer con industrialización convencional, ya no funciona y la alternativa que sería una forma inclusiva de la economía del conocimiento no existe, incluso en las economías más avanzadas. Mucho más para nuestra región. Actualmente se discute en varios países, recientemente en China y en la OCDE en París. Es un gran debate para nosotros, porque hay que reindustrializar nuestros países.
En Brasil, por ejemplo, vivimos un proceso de desindustrialización prematura. Brasil está quedando viejo antes de ser rico. El debate es sobre la necesidad de reindustrializar el país. Pero ahí viene la pregunta central.
¿Cuál industrialización?
No puede ser la antigua, tiene que ser la otra. Pero la otra existe sólo en esa forma aislada.
¿Habla de las grandes empresas cuando habla de islas excluyentes?
Sí, son grandes empresas. Aunque en la periferia hay start-ups, pero son también dominadas por una elite tecnológica emprendedora.
Las economías se dividen entre esa vanguardia excluyente, las industrias fordistas tardías en declive y una masa de pequeñas empresas retrógradas tecnológica y económicamente. Esa situación es la causa profunda de la externación económica y de la desigualdad económica.
Nuestras economías están sufriendo una segmentación jerárquica entre vanguardias y retaguardias que producen grandes desigualdades económicas. La manera tradicional de atenuar estas desigualdades, es la redistribución retrospectiva y compensatoria, por tributación progresiva y por gasto social. Lo que es insuficiente para hacer frente a esas desigualdades enormes.
¿Pero no es necesaria la redistribución?
Es subsidiaria. La respuesta adecuada al problema de la desigualdad sería tomar una serie de iniciativas, de cambio estructural, que superen esas fosas, esos abismos entre las vanguardias y las retaguardias.
¿Usted cree que no está en discusión ese debate?
Es un debate inexistente. Estamos discutiendo la cuestión -importante, pero menor- del ajuste fiscal. Es necesario reorganizar las finanzas públicas, pero eso es subsidiario a un proyecto de desarrollo. Entiendo que necesitamos radicalizar en el imperativo del realismo fiscal y tener superávits públicos, pero no para agradar a los intereses y a las ideas de los mercados financieros, sino por la razón exactamente opuesta, para no depender de la confianza financiera. Necesitamos tener un “escudo fiscal de la rebeldía .
Cuando los progresistas o izquierdistas perdieron fe en el marxismo se refugiaron en el keynesianismo. Y para el keynesianismo el ahorro es consecuencia del crecimiento, no causa. Y esta tésis estática no considera el imperativo estratégico, de iniciar una estrategia rebelde contra la corriente en el mundo, contra la correlación de fuerzas. Para eso es necesario tener ese escudo fiscal. Pero ese escudo fiscal es instrumento, es decir, el sacrificio de la nación sólo se legitima si llega en el contexto de un gran proceso democratizante de desarrollo. Es ese el proyecto que falta.
El problema del “nacional consumismo
A pesar de su actuación como asesor de los gobiernos de Lula y Dilma, Mangabeira es un crítico implacable de las experiencias de gobiernos de izquierda en América latina.
“La región debe superar el obstáculo de la gran riqueza de recursos naturales, que sirve como válvula de escape. Así aconteció en Brasil. Vivimos un periodo de una especie de “nacional consumismo . Hubo un proyecto de democratizar la economía del lado de la demanda, del consumo, financiado por el alto precio de los commodities. Los pobres accedieron a transferencias sociales, las minorías organizadas en las corporaciones lograron derechos adquiridos. Los grandes empresarios tuvieron las exenciones tributarias y el crédito subsidiado y los rentistas con las tasas de interés. Todo el mundo fue comprado.
Fue un proyecto frágil, artificial. Una apuesta a la riqueza fácil de la naturaleza y no a la riqueza decisiva de la inteligencia.
Mucho más importante y difícil es democratizar la economía del lado de la oferta, de la producción y de la capacitación. La diferencia, el contraste, es que la democratización de la demanda se puede hacer con dinero, en tanto que la democratización de la oferta es innovación institucional. Una manera de organizar la economía, la educación pública y en última instancia la política. Y, por tanto, es una tarea de mucho más alcance .