He may be a son-of-a-bitch, but he is our son-of-a-bitch. Los historiadores le adjudican esta cínica frase a Cordell Hull, secretario de Estado de Estados Unidos entre 1933 y 1944. Hull se refería al dictador de la República Dominicana, Rafael MolinoTrujillo, cuyo gobierno se caracterizó por su violencia y corrupción. Mientras el pueblo vivía en la pobreza, el dictador y su familia aumentaba sus riquezas. Pero los intereses comerciales de los Estados Unidos no eran tocados y el comunismo se mantenía fuera de la isla. Otros historiadores le adjudican esa frase a Franklin Delano Roosvelt respecto del dictador nicaragüense Anastasio Somoza. Ambos casos son un ejemplo de la realpolitik estadounidense en la que los intereses geoestratégicos de Washington están por encima de valores morales.
El dictador filipino Ferdinando Marcos logró permanecer 20 años en el poder gracias a la ubicación estratégica de este país frente a los enemigos de Estados Unidos durante la Guerra Fría. Una revuelta popular nacida del hartazgo de tanta corrupción y desigualdad social lo obligó a renunciar en 1986. Su esposa Imelda pasará tristemente a la historia por los 3.000 pares de zapatos que encontraron en su ropero cuando el matrimonio debió abandonar Filipinas. Ferdinando Marcos murió poco después en la paradisíaca Hawaii (EE.UU.), lugar que eligió para su exilio.
La revuelta popular en Egipto es muy probable que termine con los 30 años en el poder del presidente Hosni Mubarak, acusado de corrupción, enriquecimiento ilícito y de intentar perpetuarse en el poder en un país en el que gran parte de la población vive en la pobreza. Fiel aliado de Estados Unidos firmó la paz con Israel en 1978. Su fidelidad con Occidente le valió el apoyo económico y militar de Washington con el envío de u$s 1.500 millones anuales.
Mubarak aseguró que morirá en suelo egipcio. Pero si buscara el exilio Estados Unidos, Gran Bretaña, o el país que fuera, no deberían otorgárselo. El deberá rendir cuentas ante su pueblo.