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Este martes, la familia de Ozzy Osbourne confirmó su fallecimiento a los 76 años, "rodeado de amor", según indicó el comunicado difundido por la agencia EFE.
El artista británico, ícono indiscutido del heavy metal y voz fundacional de Black Sabbath, murió acompañado por sus seres queridos, cumpliendo así el deseo que había manifestado con crudeza y sensibilidad en sus últimos años.
El último deseo de Ozzy Osbourne
En una de sus últimas entrevistas públicas, el cantante había dejado entrever que ya no le quedaban cuentas pendientes con el mundo del rock. Tras más de medio siglo de carrera, miles de kilómetros recorridos en giras y una vida marcada por los excesos, la fama y la reinvención, su deseo final no era otro que disfrutar del hogar y la familia.
"No quiero morir en la habitación de un hotel cualquiera" había expresado el cantante días antes de morir.
Bajo esa misma línea reveló que había dejado atrás los excesos que alguna vez definieron su vida: "No fumo droga, no salgo, no bebo. ¿Qué me queda ahí afuera?".
Más allá de la ironía que siempre lo caracterizó, lo que emergía con claridad era un mensaje sencillo y profundo: quería morir en paz, en su casa, lejos de la soledad de una habitación de hotel, junto a su esposa, sus hijos y sus nietos.
Una vida entre la oscuridad y la luz
Ozzy Osbourne será recordado por ser una de las figuras más transgresoras e influyentes del rock. Desde los días fundacionales de Black Sabbath, donde redefinió el sonido del metal con su voz sombría y sus letras inquietantes, hasta sus años como solista y celebridad televisiva, supo reinventarse una y otra vez.
Pero en los últimos años, marcados por problemas de salud y una vida más introspectiva, el cantante se aferró a lo esencial. Se convirtió en un abuelo presente, en un hombre de hogar, y en alguien que no temía hablar abiertamente del desgaste de la fama.