Para el New York Times, “Messi es la estrella , pero “Mascherano es el líder
LONDRES - Media hora llevaba el juego, en la maratónica semifinal entre Holanda y Argentina, cuando se produjo un golpe temeroso de cabezas entre Georginio Wijnaldum y Javier Mascherano.
Ninguno fue culpable. Ellos fueron por el balón y no vieron venir la colisión. Mascherano golpeó su cabeza contra la parte trasera del cráneo afeitado de Wijnaldum. Mascherano se tambaleó por un momento, con los ojos bien abiertos, pero aparentemente sin ver nada a su alrededor.
Luego se dejó caer sobre el césped y un médico y otros ayudantes fueron apurados hacia él. Después de todo lo que se ha dicho y escrito sobre las conmociones cerebrales en el deporte, este fue otro momento para detener el juego y ser muy, muy circunspectos en cuanto a permitirle al jugador a seguir, incluso aunque él quisiera.
Finalmente Mascherano siguió. Él no sólo logró persuadir a los médicos con que él sabía lo que él hacía; si no que él se hizo el jugador más importante e impresionante en la hora que siguió, en los 30 minutos de tiempo suplementario, y luego en el tiroteo temido que decidió el resultado de la competición más importante de la carrera de Mascherano.
Los lanzadores de penales de la Argentina mantuvieron la cabeza clara y un objetivo claro en cada una de sus patadas. Sergio Romero -el arquero argentino que ha pasado los últimos 12 meses en el limbo, cedido por su club italiano Sampdoria y prácticamente sin uso por Mónaco en la liga francesa- se hizo héroe con dos paradas ágiles, una abajo a su izquierda y una más arriba, a la derecha.
Pero para que Romero pudiera conseguir esas ocasiones, alguien tuvo que asegurarse que Argentina estaba todavía en juego después de 120 minutos. Y por una vez no fue Lionel Messi el salvador de su equipo. Messi es el capitán, pero Mascherano es el líder de Argentina en el campo.
Juegan juntos en el mismo club, Barcelona. Messi, por lo general, hace historia allí, y con razón, dado que él es muchas veces no sólo el gol de la victoria, es un artista y una vista atractiva para los ojos doloridos.
No esta vez. No durante este apretado encuentro bajo la lluvia de San Pablo. Messi tuvo sus momentos, pero fue una noche para los defensores, un concurso de resistencia obstinada y de de un equipo que está haciendo todo lo posible para anular los puntos fuertes del otro, sin dejar de avanzar dentro de las reglas del juego.
En este tipo de competencias, la mentalidad parecida a un guerrero de Mascherano, su carrera desinteresada, su cobertura, cordaje y tenacidad vienen a la vanguardia. Para su selección, juega como un escudo para la defensa en un papel de mediocampista que requiere de visión, de constante vigilancia y coraje, en ocasiones hasta poner su cuerpo (y sí, la cabeza) en el camino de los ataques enemigos.
El bloqueo de Mascherano que privó a Arjen Robben de un ocasión de gol en los últimos segundos de los primeros 90 minutos fue sin duda la intercepción de todo el torneo, lo cual, hasta ahora, dejó 62 juegos.
La velocidad de Robben lo había llevado más allá de la defensa de Argentina a la izquierda. Estaba a punto de apretar el gatillo y disparar a bocajarro. Pero cuando levantó la pierna para hacer ese disparo, Mascherano corrió al otro lado de Robben, y se estiró hasta conseguir que su pie llegue primero a la pelota, corriendo el balón lejos del holandés, justo a tiempo.
Claramente, Mascherano veía las cosas bastante bien. Su juicio no vaciló. Sus defensores habían perdido de vista a Robben, su arquero se congeló, y todo el engranaje de distribución de Mascherano dependió de aquella intercepción hecha a la perfección. El corrió el riesgo de entrar en contacto con el holandés, quien es conocido por su, digamos, pie seguro en el área de penal.
Hubo momentos durante ese largo período de estancamiento, dibujado en que la concentración era la clave de todo. ¿Y quién fue el argentino más concentrado, que hacía que cada colega estuviera alerto y despierto al peligro de la desconexión? Javier Mascherano, el hombre argentino conocido como "El Jefecito", o el pequeño jefe.
Él ya no es el capitán designado, porque Messi, predicando con el ejemplo, tiene derecho a ese honor. Sin embargo, Messi es pasivo en el campo, un jugador al que abordan más que el que hace el abordaje, un hombre cuya antena está sintonizada en la producción de momentos de imaginación, belleza y de anotación decisiva.
Argentina depende de él, quizá demasiado. Cuando los objetivos se secan, cuando el equipo contrario está tan concentrado en detenerlo, él puede llegar a ser tan aislado y volverse como cualquier otro jugador, casi impotente, que no es algo que decimos sobre Messi muy a menudo.
Cuando eso sucede, los demás están obligados a destacarse. Un arquero como Romero que adivina la derecha dos veces de cada cuatro en el decisivo penal. Defensores como Pablo Zabaleta, otro que sacudió una lesión en la cabeza, aunque en su caso quedó con la boca ensangrentada. Zabaleta pegado como una lapa a los extremos holandeses, salvo en el minuto 90 crucial cuando Robben bailó libre.
En ese momento llegó la oportuna intervención de Mascherano. Al verlo en el corazón del desafío de Argentina esta semana me lleva de nuevo a octubre de 2008, cuando Diego Maradona comenzó su breve y finalmente fracasado el intento de llevar a la selección nacional a la victoria en la última Copa del Mundo.
"Mi equipo", dijo Maradona cuando aceptó el reto, "es Mascherano y otros 10".
El 10 incluido Messi, a quien Maradona vio como la superestrella individual. Cualquier otra cosa que Maradona hizo bien o mal en sus 20 meses en el cargo, su instinto estaba en lo cierto acerca de Mascherano. Un equipo puede ser construido alrededor de un jugador especial, pero hay veces que se necesita el liderazgo para destripar el juego hacia afuera.