Siempre me gustó, me resultó excitante y útil, la prédica finalista de Brian Tracy. Me refiero al conocido gurú del management e inspirational speaker (rubro genial al que como filósofo aterrizado pertenezco ya sin vergüenza, especie de sacerdotismo productivista y promotor de la felicidad) y a su libro ‘Metas’. Tracy plantea la necesidad de identificar metas concretas y explícitas como ingrediente esencial para la construcción de logros. Si queremos avanzar y conseguir cosas, tenemos que poder decir qué queremos, lo más concretamente posible; ya decirlo es asumirlo y convertirlo en acciones. La influencia de este principio es notoria, aun en su extrema sencillez. ¿Por qué, siendo un recurso tan básico y aplicable, no se lo conoce más, no se lo hace forma básica en nuestra educación? Es una de tantas cosas que no sabemos, o que empezamos a saber, inteligencias nuevas, herramientas del mundo en cambio evolutivo.
Se trata en definitiva de una valoración del deseo, y de la necesidad de esclarecerlo. Cito al autor: “Hay una relación directa entre el nivel de claridad que tenemos sobre quienes somos y qué queremos y prácticamente todo lo que conseguimos en la vida . Hay que preguntarse, dice: “¿Qué es lo que, en lo más profundo del corazón querríamos ser, tener o hacer en la vida? . Es una habilidad, la de transformar las inciertas ganas en caminos transitables: “Las metas abren nuestra mente positiva y liberan ideas y energías para alcanzarlas. Sin metas, nos dejamos arrastrar a la deriva por las corrientes de la vida . Todo lo cual sirve también para cortar por lo sano y no quedarse pegado a lo que ya no es: “No importa de donde viene, lo único que importa es adonde va . Protagonismo total. Y por último: “Las personas carentes de éxito y de felicidad piensan y hablan, la mayor parte del tiempo, de lo que no quieren. Los triunfadores (los felices) piensan y hablan, la mayor parte del tiempo de lo que quieren . Tenemos una energía limitada, ¿la queremos usar para hacer algo o la vamos a dilapidar en descripciones de impotencia?
¿Más claro? Agua. A mi me resulta claro y convincente. La expresión del deseo en un objetivo preciso ayuda a cumplirlo: arma la cancha, instala el dinamismo, insufla osadía, despierta la ambición, excita, promueve las decisiones. Nietzsche también lo dice, a su modo: “Fórmula de mi felicidad: un sí, un no, una línea recta, una meta .
Pero. Hace poco conocí otras ideas. En un reportaje que le hacen a Steve Shapiro, autor del libro ‘Goal Free Living’ (o sea: ‘Vivir sin objetivos’ en el site de Tom Peters, en una sección sensacional que se llama ‘Cool Friends’ (Amigos copados). Ya por el título entendí que Shapiro iba a abogar por un enfoque hippie y descartable por impráctico: valorar la apertura de una vida sin finalidades, disfrutando del presente y de los momentos cotidianos. Pero el autor va más allá, y algunas de sus miradas son consistentes alternativas al enfoque de Tracy.
Las detalló. “Si uno hace las cosas que disfruta y vive más experiencialmente se siente más satisfecho (cumplido). Para muchos, explica, el cambio aparece a través de una circunstancia traumática, viviendo un accidente o una enfermedad . ¿Qué pasó, para que vivo?, se pregunta el repentinamente despierto que antes entregaba el presente a los objetivos. “Uno de los problemas de estar orientado hacia los objetivos es que sólo se presta atención a ese punto final de la realidad y uno se enfoca en él hasta bloquear todo lo demás . Está bien, Shapiro, pero ¿qué hacemos con el futuro, sin finalidades? Nos sugiere un futuro que empuja adelante, que llama y al que uno se entrega en sus acciones, en vez de un futuro hacia el que hay que empujar, esforzadamente, y que se arma al precio de entregar el presente. Para eso, dice, usemos una brújula y no un mapa. Es necesario “tener un sentido de la dirección, no un destino, y navegar sin planes. La vida no es estática, así que tus prioridades van a cambiar y evolucionar en la medida en que cambies . “Deberíamos tener un sentido de la dirección y dejar que la vida se despliegue naturalmente, en vez de tratar de forzarla hacia algún camino en particular . Lindo enfoque, liberador. Así como se disfruta del empuje hacia el objetivo, se disfruta también de esta entrega al presente, del abordaje de la realidad como una orquestación de las ganas.
En relación con el nivel de vida asociado a uno u otro enfoque, Shapiro plantea muy bien la opción clásica: “¿Vas a manejar este auto hermoso hasta un trabajo que te produce úlcera, o vas a viajar en un auto mucho menos lujoso y tal vez tener una casa menos linda, pero tener la vida que te gusta?
Esos argumentos me parecieron finos, atendibles, y sobre todo cuando este autor completa la imagen de una vida sin finalidades como una situación muy activa, y no como la dejadez adolescente que uno tiende (erradamente, tal vez) a imaginar. “Casi el cien por cien de la gente que vive sin objetivos y resulta exitosa son extrovertidos, intuitivos, y muy perceptivos. Los que viven sin objetivos pero no son exitosos tienden a ser introvertidos. Si no vas a salir y jugar en grande, y conocer gente y divertirte, y seguir con pasión y entusiasmo, va a ser difícil permitir a las cosas engendrarse de manera espontánea . O sea: no es para dudosos, ni para tibios. Vivir sin finalidades exige enorme entrega. No quiere decir vivir estar perdido o ir sin dirección. “Es avanzar a través de la vida con sentido y pasión, no sabiendo qué es lo que va a resultar y no preocupándose por ello, lo que, creo yo, es aun más importante . No dice que descartemos el éxito como idea, sólo que lo busquemos por otro lado.
Shapiro no es fanático: hay personas orientadas hacia objetivos y personas orientadas hacia las experiencias. Ambas son necesarias. En resumen: ¿Qué interesante, no? No sé qué pensar, pero quiero cerrar con una frase de Shapiro, alumbradora: “La vida no es un tema de eficiencia, es cosa de exhuberancia, pasión y disfrute .