Las universidades de Estados Unidos han sido objeto de admiración durante las últimas dos décadas debido a la forma en la que manejaban sus inversiones. Estas casas de estudios estuvieron entre las primeras que le dieron su apoyo a los fondos de private equity y a los de cobertura.
Sin embargo, pese a que el modelo de Yale ha atraído el interés de los inversores más sofisticados, esta universidad informó en diciembre que su dotación había perdido un cuarto de su valor en los seis meses previos. Y la situación de otras instituciones es más complicada aún.
El modelo de Yale parece estar en duda. Pero la idea que lo sustenta –que la diversificación prudente puede combinar buenos retornos con bajo riesgo– es válida. El problema es que algunos defensores de ese enfoque le echan toda la culpa a las sofisticadas técnicas de los modelos, y no mencionan su propio conocimiento y juicio.
La diversificación es una cuestión de criterio, no de estadística. Supuestamente, los modelos nos dicen lo que ya les hemos indicado nosotros mismos y nunca podrían reemplazar, pero sí mejorar, nuestra comprensión de la psicología del mercado y de los factores que contribuyen al éxito de una empresa.
Aquellas personas que se dejaron convencer por estos análisis resultaron muy perjudicadas. Ahora, algunas harán caso omiso de los análisis de inversión cuantitativos. Otras, depositarán toda su confianza en algún invento novedoso. Ambas reacciones son equivocadas. Los modelos financieros son indispensables, como también lo es el escepticismo con el que deben ser aplicados.