Las turbulencias en los mercados internacionales, con epicentro en mayo pasado, no hicieron mella en la trayectoria de la economía argentina del segundo trimestre, que bien podría deparar un incremento del PIB de 7% interanual. Además, el último comunicado de la Reserva Federal estadounidense dejó la sensación de que el techo de la tasa de interés está cerca, lo cual puede ayudar a tranquilizar los mercados. Sin embargo, no puede ignorarse la existencia de un nuevo escenario internacional ni sus secuelas: el riesgo país argentino ha subido un escalón, cerca de los 400 puntos, en un contexto de menor liquidez, mientras que el cuadro más benigno incluye de todos modos un aterrizaje suave de los Estados Unidos, economía que representa el 28% del PIB mundial y el 16% de las importaciones globales ( y países como China crecen exportando a esa región).

El tema es que el cambio del marco internacional ha tomado a nuestro país a mitad de camino desde la recuperación postcrisis, sin que todas las piezas del rompecabezas se hayan acomodado: relación entre sector público y privado, vías de inserción en el mundo, perfil de los sectores que habrán de ser más dinámicos, etcétera. Si la Argentina hoy tuviera inversiones en 24% del PIB y ventas al exterior por 0,8% de las exportaciones mundiales (en lugar del 0,4 % actual), probablemente una política macroeconómica sedante sería lo único aconsejable. Sin embargo, estando tan lejos de esas metas, un enfoque así condenaría al país a seguir conviviendo con, por ejemplo, un 34% de la población bajo la línea de pobreza.

Por lo tanto, la Argentina está obligada a enfrentar este nuevo escenario creando al mismo tiempo condiciones para que la tasa de inversión aumente, única forma genuina de seguir reduciendo el desempleo. Con una suba del PIB de 7,5% en 2006 y, a partir de allí, manteniendo un promedio algo superior a 4% anual, hacia 2010 podría lograrse una tasa de desempleo cercana a 7%. Recién allí podría dejarse en el pasado la crisis del milenio.

Pero para lograr ese objetivo, la tasa de inversión (medida a precios constantes) debería escalar 3,7 puntos, hasta un nivel cercano a 24% del PIB. La cuestión es que el grueso del incremento debería darse en el segmento de máquinas, ya que construcciones está cerca del pico. Hoy, equipos durables representa 7,8% del PIB y, si todo el incremento hasta 24 puntos se diera aquí, entonces esta fracción de la inversión debería aumentar nada menos que 47% en términos del PIB. Una meta extremadamente ambiciosa.

La recuperación de la inversión, desde el piso de 2002, ha sido muy significativa. Las pymes han hecho una notable contribución en ese aspecto. Sin embargo, será muy difícil llegar a aquel objetivo si no se dan conjuntamente requisitos como los siguientes:

a) un retorno de la prima de riesgo país a un nivel por debajo de los 300 puntos, para lo que se requiere prudencia fiscal y financiera;

b) mayor financiamiento de largo plazo del sistema bancario y del mercado de capitales a favor de las pymes, en las que el autofinanciamiento ha llegado a un techo;

c) un salto adicional en la inversión extranjera directa, que equivale a 2/3 de la que afluye a Chile, siendo que el PIB de la Argentina es un 70% superior al del país trasandino;

d) aceleración del ritmo de inversiones vinculadas con la energía para evitar incertidumbre en el abastecimiento;

e) explicitación de las vías de inserción de la economía argentina en el mundo.

Hay que tener en cuenta que, en términos comparativos, la dimensión del mercado interno es reducida. Además, el sendero de desarrollo requerirá de la contribución del ahorro nacional, por lo cual el consumo debería expandirse en paralelo con el PIB. Por estas dos razones, para bosquejar un escenario de crecimiento sostenido en un andarivel elevado debe contarse con salida exportadora para la producción local.

Para una gran cantidad de actividades manufactureras, los proyectos de inversión que más se justifican son aquellos en los que se apunta a atender tanto mercado interno como externo. En otros términos: sin salida exportadora, muchos emprendimientos deberían ser desechados. Por caso, en un estudio reciente del Banco Mundial se dimensiona el mercado de bienes durables de Argentina como el 13,4 % del total de América del Sur, mientras que la participación de Brasil es de 57,6%.

Por ende, pensar en una tasa de inversión del 24 % del PIB para la Argentina es sinónimo de plantear una mayor apertura al mundo. Y esto quiere decir que las exportaciones no sólo crezcan al ritmo del comercio internacional (que es lo que ha ocurrido en los últimos años) sino que el país gane participación en ese mercado.

Para ello, algunos de los instrumentos hasta aquí utilizados pueden comenzar a ser contraproducentes. La política tributaria conserva un excesivo sesgo antiexportador, mientras que la ventaja competitiva de los recursos humanos locales demanda mejores condiciones para la formalización del empleo.