Si no advirtiera que la cuestión de la distribución de los beneficios empresariales con el sector trabajo parece mal o parcialmente encarada, estas líneas estarían de más. No se trata aquí de cuestionar la iniciativa si no de reflexionar respecto de su viabilidad duradera, precisamente para evitar que su atractivo y beneficios no resulten conflictivos o quiméricos debido a evitables precariedades conceptuales y técnicas.
En esa inteligencia, estimamos que una iniciativa semejante acarreará conflictos si no se la examina y concreta en el contexto técnico debido, esto en el mundo real de la dinámica de la empresa y del trabajo. Seguramente la sanción del nuevo régimen tendrá unánime aquiescencia en el universo laboral y severas y fundadas reservas en el mundo empresario, según ya se vislumbra. Los asalariados perciben el producto bruto en alza sostenida aunque las ganancias no siempre ascienden a la misma velocidad y los empresarios se sublevan porque no saben como termina la película.
Para superar desencuentros, las autoridades y las partes deberían reconocer las limitaciones del régimen a implantar, habida cuenta las heterogeneidades que el asunto conlleva y el desafío que supone encontrar fórmulas pacíficas para llevar adelante el propósito sin retacear beneficios a los empleados y sin desequilibrar la economía de las firmas involucradas. Por ello me parece razonable y sin que ello deba interpretarse como un desvío chicanero, que antes que nada todo el mundo debería entender la importancia que tienen la adecuada organización y los avances en la productividad para que los frutos a distribuir resulten satisfactorios y útiles para despejar conflictos.
La organización de cada empresa resulta condición “sine qua non para establecer armonía en su propia atmósfera, ganar prestigio y mercados y empujar todos los indicadores reveladores de comportamiento. Estos a la vez son propicios para generar ganancias de productividad que deberían ser compartibles sin desequilibrar ni la caja ni los balances que son espejo de éxito o de fracaso. La imagen que se desprende del orden que lucen las firmas, producto de rectos criterios de organización, manejo de recursos innovaciones tecnológicas incluidas, conlleva importantes beneficios a veces no cuantificables.
La productividad es una función de los factores que contribuyen a la producción, sea trabajo, capital, tecnología, etc. La adecuada combinación de los mismos merece permanente y atenta observación, no sólo por motivo de costos y de presentación de los productos, sino también para ampliar la oferta y diversificar mercados con vistas a generar nuevos y mayores beneficios que hacen más atractiva y posible la distribución, pues de lo contrario la misma se frustra o amenaza las fuentes de trabajo. Cuando el producto del trabajo humano aumenta, o sea cuando mejora la productividad, la pretensión de participar en los beneficios entonces recibe legitimación desde que se comparten frutos y no meras esperanzas distorsionantes a pesar de su atractivo en el corto plazo. Entonces, dada la heterogeneidad de los sectores, localización, tipo de empresas, habilidades laborales, capacidad de innovación, en fin lo que hace a la identidad que no es ajena a los criterios de conducción, amerita la consideración de temas específicos como la organización eficiente y el dinamismo en la productividad. Discutir o establecer pautas generales para distribuir utilidades pueden resultar aspectos satisfactorios como propósito político, más pueden ser dañinas, paradójicamente para los sectores a los que se buscar beneficiar cuando no se contemplan algunas condiciones como las puntualizadas.
Como aproximación para comenzar la búsqueda de racionalidad, las mejoras en la organización y las recomendaciones respecto de modos de incrementar la productividad de los factores, podrían derivar de intercambios de opiniones con el personal especialmente convocado para tal fin, sea por empresas o cámaras. Este criterio, ajustado a las diferentes realidades serviría, además, para implantar un sistema de reparto con duradero porvenir, despojándolo de las imperfecciones que suelen acompañar a iniciativas que no han tenido tiempo suficiente para madurar.