En la extraña y mágica película Le fabuleux destin d'Amélie Poulain, hay un breve homenaje a los pequeños grandes placeres, como enterrar la mano en una bolsa de garbanzos, tirar piedras a un río o romper con una cuchara la capita de azúcar cristalizada de una crema catalana. Chapotear en el agua proporciona una de esas alegrías elementales. Es lo que descubrieron los parques acuáticos. Y le sumaron un placer más complejo, más masoquista, que es el de caer sin poder controlarlo (sabiendo que no hay peligro). Así como a la calesita no hay playstation que la derroque, el encanto de los toboganes resulta imbatible, máxime si frenar es imposible por el agua.

Beach Park, el mayor parque acuático de América latina, puso éso a metros de unas playas muy blancas de arena finita y mar turquesa, en Porto das Dunas, a unos 30 kilómetros de la ciudad de Fortaleza, estado de Ceará, donde Brasil ya limita con el Atlántico por el norte. Una región donde el calor no sofoca porque hay viento todo el año, razón por la que abundan los parques eólicos por todo el litoral.

Según los guías turísticos, el parque, que comenzó con tres toboáguas anexados a un restaurante playero en 1989, y hoy recibe unos 800.000 turistas al año, provocó la revitalización y el desarrollo inmobiliario de Aquiraz -la primera capital de Ceará antes de quedar relegada por Fortaleza-, que hoy abunda en construcciones nuevas, muchísimas de ellas turísticas.

Las atracciones del parque, que abarca 55.000m2, son 18, con varios juegos cada una, y se clasifican por, como se dice ahora, niveles de adrenalina: radicales, moderadas y para la familia. La estatura del aspirante es determinante en la admisión de cada juego. Los más chiquitos (menos de 90 centímetros, es decir, de dos años y medio), que disfrutan más el agua si está mansa y abajo, tienen los pequeños toboganes de la Ilha do Tesouro y los juegos del Arca de Noé. También pueden ir a upa de un mayor por los toboáguas del Acqua Show, o circular a la deriva en gomones por la Correnteza Encantada, una buena opción también para adultos vagos o asustadizos.

Las emociones más fuertes las conforman básicamente distintos tipos de toboáguas, más o menos largos, rectos o zigzagueantes, en caída directa hasta el final o en etapas, abiertos o cerrados, con múltiples ángulos de inclinación, que equivalen a la cantidad de formas en que se puede experimentar la vertiginosa y atractiva sensación de desmanejo absoluto del deslizamiento del propio cuerpo.

La atracción más extrema es el Insano, que provoca ya desde el nombre, separado del suelo por 41 metros (como un edificio de 14 pisos), lo que lo convertiría en el tobogán más alto del mundo. Hay toboáguas para lanzarse solo, en pareja o en grupo; sin aditamentos, en gomón, o en una suerte de alfombra y con la cara hacia delante. Uno de los más lindos es el más nuevo, llamado Ramubrinká, que combina siete toboganes con distintas curvas y contracurvas, partes abiertas y cerradas (hay que experimentar el grado en que se percibe la aceleración en la oscuridad total, cuando no hay otra impresión sensorial que el ruido del agua y su impacto en la piel), que parten de una altura de 24 metros. Este juego permite, cuando uno comprueba que las curvas no lo eyectan, probar variantes, como oponerse o colaborar con la inercia.

Aunque no queda demasiado cerca, se trata de una buena opción si se tienen chicos. Y si estos son pequeños, nada mejor que alojarse en alguno de los resorts que completan el complejo, a uno y otro lado del parque y sobre la playa, el Suites y el Acqua. Allí, absolutamente todo está resuelto: las comidas, la toalla, la reposera, el gimnasio y el profesor de acquagym, el show para después de cenar y las combis para ir a pasear por Fortaleza para comprarse textiles típicos. Sobre todo, por el servicio tal vez más singular que ofrecen, que es el de un equipo de dos o tres jovencitos animadores que divierten a los chicos de sol a sol.

Como una versión brasilera del carpe diem del poeta Horacio, el slogan de Beach Park reza: “A onda é ser feliz agora . Y sí, es eso. z we