Este debería haber sido el año de Barack Obama. El mundo esperaba mucho, y en sus primeros días no decepcionó: un discurso inaugural inspirador; su fascinante oratoria en El Cairo, donde prometió un nuevo acuerdo entre el Islam y occidente; y una agenda local activa centrada en la recuperación económica y la reforma del sistema de salud.

Aunque para fin de año, al presidente estadounidense se lo vió ensangrentado y cabizbajo. Después de semanas de deliberación y muchas bajas, autorizó agregar 30.000 soldados en Afganistán, lo que despertó los fantasmas de Vietnam. Sus reformas de salud se estancaron, después de no obtener el apoyo republicano en el Capitolio; viajó más que cualquier otro presidente de Estados Unidos en su primer año y, a pesar de que reconstruyó la imagen del país, este hombre terminó generando dudas sobre la firmeza del liderazgo del país del norte.

La fotografía de Obama haciendo una reverencia frente al emperador japonés en su visita a Tokio captura esos puntos de vista opuestos. Pero al igual que todas las fotos, la imagen no refleja toda la historia. En el país, las dificultades del presidente reflejaron la escala de su desafío: una economía destruida por el derrumbe del sistema bancario, un sistema político cuyos controles y equilibrios se inclinan hacia la inacción, y un nocivo entorno donde los demagógicos conductores de talk-shows compararon sus reformas con el nazismo y generaron dudas sobre su lugar de nacimiento y, por lo tanto, su derecho a la ciudadanía. La muerte del senador Ted Kennedy, uno de los pocos demócratas capaces de limar asperezas entre los dos partidos, sólo sirvió para subrayar la caída del bipartidismo en Washington

En diciembre, el laureado con el Nobel de la Paz comprometió otros 30.000 soldados estadounidenses “para poner fin a esta guerra en Afganistán.

En el exterior, la bandeja de entrada del presidente fue igualmente desalentadora. La insurgencia talibana en Afganistán y Paquistán amenazó no sólo Kabul sino también Islamabad. Siguió el tema no terminado de Irak; un gobierno israelí poco dispuesto o sin posibilidad de hacer la paz con los divididos palestinos y obstinados socios árabes; el progreso aparentemente inexorable de Irán hacia la construcción de una bomba nuclear; y el desafío de armar una sociedad de casi iguales con China, que es una irascible potencia exteriormente confiada pero interiormente preocupada por las tensiones étnicas y la necesidad de crecimiento económico para emplear millones de personas que ingresan a la fuerza de trabajo.

El otro leitmotiv en 2009 fue el enfrentamiento entre la comunidad bancaria y el resto de la sociedad. Después de la casi muerte del sector bancario en muchas economías desarrolladas, este año que pasó debería haber marcado un reconocimiento: la posibilidad de darle una nueva forma al sistema financiero, de volver a redactar las reglas del juego, y de reducir el excesivo riesgo (y las exorbitantes remuneraciones) que asumieron los ejecutivos de bancos durante la Gran Burbuja del Crédito.

El reconocimiento, en realidad, llegó en forma de altísimas cuentas para los contribuyentes. Sólo en Gran Bretaña, el costo del rescate de entidades como Lloyds Banking Group/HBOS, Royal Bank of Scotland, Northern Rock y otras supera los 800.000 millones de libras; en Estados Unidos la suma es aún mayor. Sin embargo, por momentos, los banqueros parecieron habitar un universo paralelo, lejos del mundo real del creciente desempleo, alza de impuestos y enormes déficits públicos.

Lloyd Blankfein, presidente del directorio y CEO de Goldman Sachs, salió rápido a disculparse por los errores cometidos durante el período anterior a la crisis, pero el tenor de su comentario perduró porque, de hecho, Goldman estaba hablando por los oficiales de banca de inversión de todo el mundo. JP Morgan, Deutsche, Barclays Capital y el resto realmente creyeron que ellos simplemente estaban siguiendo a los mercados, prestando servicios a sus clientes y obteniendo retornos proporcionales.

Ocasionalmente, una voz discrepante rompió filas, como la de Stephen Green, presidente del HSBC, que escribió un libro sobre moralidad y finanzas en la era de la globalización. Pero en su mayoría, los bancos opinaron que los generosos bonus eran un inevitable derivado de la guerra mundial por el “talento . Recayó sobre Lord Turner, el cerebral presidente de la Autoridad de Servicios Financieros, afirmar que los bancos fueron los beneficiarios de las extraordinarias medidas fiscales y monetarias adoptadas por los gobiernos de todo el mundo para salvar el sistema financiero. Esas medidas no sólo garantizaron la supervivencia de los bancos; representaron un subsidio implícito. Tal como dijo George Soros, las superganancias de los bancos fueron “regalos públicos.

Después del casi derrumbe del sistema financiero, quedó poco interés por dividir los bancos en una repetición de las reformas Glass-Steagall de los años treinta. Mervyn King, presidente del Banco de Inglaterra, fue la solitaria (y teórica) voz a favor. La abrumadora mayoría de los reguladores y presidentes de bancos centrales, junto con los políticos, coincidieron en la idea de que la prioridad era restablecer la confianza.

Hasta el temblor en Dubai, los mercados de acciones se mostraron notablemente alcistas. Algunos se preocuparon por la amenaza de nuevas burbujas, en particular en el mercado inmobiliario de Asia, pero en general los inversores que a principios de año se atrevieron a entrar al mercado obtuvieron generosos retornos. Brasil fue un éxito, impulsado por las candidaturas, que luego ganó, para albergar los Juegos Olímpicos y la Copa Mundial de Fútbol. El oro también prosperó, apoyado por la debilidad del dólar, un recordatorio de que la confianza sigue débil.

En 2009, los gobiernos reafirmaron un grado de control sobre los mercados, después de los humillantes reveces de 2008. Se terminó reconociendo que la banca global requiere de un gobierno global. Cuando el G20, grupo que representa a los principales países desarrollados y en desarrollo, se reunió en Londres y Pittsburgh, acordaron un enfoque conjunto hacia la reforma financiera y recuperación económica.

El estado reapareció después de una ausencia de 25 años donde el pensamiento neoliberal dominó la gestión económica. En el Reino Unido, Gordon Brown abandonó su innata precaución y aceptó que el gobierno asumiera el control de las participaciones mayoritarias de Royal Bank of Scotland y Lloyds-HBOS. En Estados Unidos, se permitió la quiebra de General Motors, el mayor derrumbe de una empresa industrial en la historia de Norteamérica. Wells Fargo y Bank of America fueron obligados a cumplir con las órdenes del gobierno en cuestiones operativas y remunerativas.

No sorprende que hayan aumentado las críticas al capitalismo anglosajón. Los líderes chinos, preocupados por los billones de dólares que tienen invertidos en deuda del Tesoro estadounidense, le dieron a la administración Obama una lección sobre gestión económica responsable. El presidente del banco central de China sugirió aplicar un nuevo sistema que reemplace el dólar como moneda de reserva. Pero esas amenazas pasaron por alto, entre otras cosas, porque el yuan todavía no es convertible.

El presidente Nicolas Sarkozy de Francia criticó las excesivas remuneraciones y los desmesurado riesgos que se asumen, además de hacer alarde (equivocadamente) de que un francés (Michel Barnier) haya sido designado para controlar el mercado interno de la nueva Comisión en Bruselas. Angela Merkel hizo ruidos igual de populistas; pero después de ganar el segundo mandato como canciller de Alemania, descartó a los socialdemócratas, que son de izquierda, y armó un nuevo gobierno de coalición con el Partido Democrático Libre. Una vez más, Merkel demostró que es la política más inteligente y poderosa de Europa Occidental.

Con la entrada en vigor el Tratado de Lisboa, los líderes europeos subrayaron la primacía del estado designando dos políticos menores –Herman Van Rompuy, el primer ministro belga, y la británica Cathy Ashton, ex presidente de la autoridad de Salud de Hertfordshire– para ocupar los cargos de presidente del Consejo Europeo y alto representante de Política Exterior. La propuesta de Tony Blair de ser “Sr. Europa fue descartada de cuajo.

Más al este, la reelección del presidente Mahmoud Ahmadi-Nejad en Irán recibió críticas internacionales tras los informes de irregularidades en el proceso electoral. En las protestas callejeras posteriores, murió la estudiante de 27 años Neda Agha-Soltan, quien luego se convirtió en una mártir. Días después del asesinato, las autoridades comenzaron a acorralar a la oposición. Circuló información sobre el tratamiento inhumano y las torturas que reciben los prisioneros.

La muerte de Michael Jackson por sobredosis de medicamentos brindó una bienvenida diversión a las organizaciones de noticias. Durante varios días, las redes ofrecieron cobertura total del ícono del pop y sus trabajos, incluyendo un conmovedor funeral en Los Angeles. Subieron las ventas de discos de Jacko. Lo mismo ocurrió con un compendio de canciones de los Beatles lanzado por EMI.