No hacía falta, hace ya un año, que la Unesco aceptara la candidatura de la Quebrada de Humahuaca para saber que se trata de uno de esos sitios especiales, tanto por su belleza natural y potente, como por su profuso acervo cultural que se remonta en el tiempo para atravesar historias y culturas hasta dar con su amalgamado presente.
Lo cierto es que esta declaración genera un mayor tráfico de turismo internacional, como ocurrió en Córdoba, por citar el ejemplo más cercano en el tiempo, donde la distinción de la Manzana y Estancias Jesuíticas hizo multiplicar las visitas de extranjeros.
Pero, además, este tipo de nombramientos suele acompañarse de créditos de organismos internacionales para el desarrollo de capacitación e infraestructura. Aunque, por supuesto, no se trata de la panacea, ya que si estos no llegan correctamente a las comunidades locales para ser instrumento de desarrollo, de nada sirven las etiquetas anunciadas con bombos y platillos.
Las quebradas, esas franjas angostas de terreno encerradas entre las almenas de las últimas estribaciones de las sierras centrales, se muestran seductoras sobreelevadas por los modernos movimientos andinos y pintadas con una paleta de ocres, púrpuras, rosados y verdes.
Hoy, nuevos ojos y nuevas miradas se han posado sobre un pequeño porcentaje del territorio argentino para descubrir una realidad diferente, que cualquier turista se felicitará de haber vivido en carne propia tras una estadía entre sus cerros y pueblos de antología.
La Quebrada de Humahuaca se extiende a lo largo de 155 kilómetros, de Norte a Sur, entre el pueblo de Tumbaya y la ciudad que le presta su nombre. Allí, un rosario de sitios ilustres como Purmamarca, Maimará y Tilcara conviven a los pies de las formaciones de Yacoraite, junto a otras menos conocidas como Alfarcito, Juella o Uquía.
Todos estos sitios, sin embargo, comparten algunas características fundamentales: la fuerte presencia indígena, que nace hace un par de milenios y se extiende al presente; la huella –fundamentalmente arquitectónica y religiosa– del paso dispar de los conquistadores; la belleza áspera de sus paisajes y la abundancia de sus fiestas que salpican cada mes del calendario.
Tanto es así que en apenas unos días es posible vivir fiestas para enamorarse de esta tierra y su gente, como son las del Día de Todos Los Santos y el de Todos Los Muertos, con sus formitas de pan, sus casas abiertas para que los espíritus se acerquen a compartir la mesa y sus reuniones de comadres y compadres.
Y, mucho más mundanas, hay otras razones para elegir este momento del año para visitar el Norte, y es que aún no han llegado las lluvias más fuertes, pero el invierno de noches impiadosas ya se retira. Tampoco es tiempo de la invasión turística estival que desborda las calles de Tilcara y las fiestas de carnaval. Definitivamente, este es un tiempo benigno para disfrutar de la Quebrada.
Paso a paso
Seis son los puntos salientes de la Quebrada. Cada uno de ellos contiene atractivos que ameritan detenerse, a veces una tarde, otras veces, varios días. Cada uno tiene su magia y ninguno es descartable.
u Tumbaya: Esta pequeña villa ubicada a 44 kilómetros de Jujuy, a orillas del río Grande, alberga una antigua iglesia (MHN) construida en 1796, de líneas típicas, con una torre de planta cuadrada y el característico techo a dos aguas que forma un amplio porche sobre la entrada. Aquí, en 1840, hicieron un alto los unitarios que conducían los restos de Juan Lavalle, los mismos que recrea Sábato en Sobre héroes y tumbas.
La historia del lugar también remarca el paso de San Francisco Solano, vinculado al manantial Agua Bendita, que se halla en las inmediaciones. Más alejado, hacia el Este y a 7 kilómetros, el pueblito de Volcán ofrece una pequeña laguna donde pescar pejerreyes.
u Purmamarca: Apenas 15 kilómetros más al Norte, Purmamarca es mucho más que la postal de su esquina de venta de artesanías con el fondo del Cerro de Siete Colores. Entre las bellezas se destaca otra capilla histórica y una feria artesanal en la plaza central. Aquí se ha construido El Manantial del Silencio, un hotel de lujo, pequeño y acogedor que se puede usar de base.
Pero son las excursiones que pueden emprenderse desde aquí las que seducen con mayor fuerza. Desde la pequeña caminata del Paseo de las Coloradas, que recorre gentilmente las formaciones pintadas de mil tonalidades de rojos, verdes y ocres ubicadas detrás del famoso cerro, hasta verdaderos raids por la Puna. Es que a 126 kilómetros de Purmamarca en dirección Oeste se encuentran las Salinas Grandes, un mar blanco y sólido en donde hace miles de años hombres sufridos, y esto no es retórico, extraen de la tierra los despojos que dejaron las aguas del mar que allí reinaba en tiempos remotos. Esta depresión salina se extiende a lo largo de 12.000 hectáreas, pero antes de alcanzarlas habrá que cruzar los caseríos de Quisquira, Patacal y La Ciénaga, y serpentear los límites más altos de la Quebrada por la sinuosa Cuesta de Lipán, todo un espectáculo en sí misma.
u Maimará: Las poco más de 500 casas que forman Maimará a veces se pasan de largo junto a la calle principal, a la sazón la ruta 9, yendo de Purmamarca a Tilcara, ambas a menos de media hora de viaje. Tal vez se adivine por la ventanilla un cerro finamente decorado con guardas onduladas al otro lado del río Grande, que corre a escasos metros de la ciudad. Al salir ya del caserío es posible ver el cementerio que, para principios de noviembre, se llena de actividad y color con motivo del Día de Todas las Almas. Pero así como la zona fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad, en Maimará hay mucho para ver, especialmente si uno se toma el tiempo de sentarse a esperar que surjan encuentros y conversaciones en un antiguo bar donde los parroquianos desfilan. Otra alternativa es visitar la pequeña Biblioteca Municipal, donde suelen aparecer historias sorprendentes.
u Tilcara: Es sin dudas el pueblo de la región que más ha crecido en el sector turístico. Aquí se construyeron los mejores alojamientos, algunos de reciente inauguración como la Posada de Luz, el Rincón de Fuego o la Quinta La Paceña, todos de un nivel superlativo.
También abundan los hospedajes baratos, desde la casa de María de Vargas frente al hospital hasta el “top of the line Malka, parte de la red International Hostelling. Sin dudas, la estrella del lugar es el Pucará de Tilcara, una reconstrucción de la ciudadela ubicada al tope de un cerro a orillas del Huasamayo. Subiendo por el cauce de este río, se llega a otro punto importante como es la Garganta del Diablo, desfiladero angostísimo que en verano exhibe toda la furia del agua que desciende sin tapiz vegetal que lo frene, transportando rocas de tamaños impensables. Más alto aún, rondando los 3.000 metros, el diminuto pueblo de Alfarcito es un recorrido que combina el trekking de mediana dificultad (por el esfuerzo físico, no por la geografía) con la visita al mundo de pequeños pastores. También se puede sortear gran parte del trayecto en un remís.
De nuevo en la ciudad, la famosa feria artesanal de la plaza central suele decepcionar por la cantidad de “artesanías importadas de talleres semiindustriales de Perú y Bolivia. Habrá que rastrear un poco más para dar con verdaderos artesanos locales, como por ejemplo, las Hijas de la Luna, un grupo de mujeres tejedoras que hacen magia con sus telares. Y si se busca combinar la belleza del lugar con algo más de actividad, todos los días hay salidas en bicicleta que llegan hasta la Garganta del Diablo, hasta Juella vía la laguna de los Patos, o hasta Maimará vía Chicapa, entre otras opciones.
u Uquía: Si se viaja en auto propio, al salir de Tilcara para emprender los 40 kilómetros finales hasta Humahuaca hay una serie de sitios que exigen un stop. Uno de ellos es el hito que indica el paso del Trópico de Cáncer. Claro que esta es una línea convencional, imaginada por los hombres, pero el reloj de sol que la señala no deja de ser un atractivo para quienes se ven a sí mismos parados sobre un mapa, cruzando ese paralelo a voluntad. Pero el siguiente punto, Uquía, tiene un atractivo mucho más concreto para exhibir. Es que en una tierra donde abundan las iglesias históricas, coloniales, con techos de cardón y paredes varias veces centenarias hechas de adobe, la de Uquía se muestra de modo especial. Su altar mayor hecho a mano en madera (siglo XVIII), las tallas de estilo barroco y las pinturas de la escuela cuzqueña, entre las que brillan con esplendor los ángeles arcabuceros, se convierten en imanes para quienes guardan en sus valijas algo de sensibilidad por el arte. Luego, sólo 11 kilómetros faltan para llegar a Humahuaca.
u Humahuaca: Debería estar prohibido que los turistas recorran de un solo tirón los 155 kilómetros que hay entre San Salvador de Jujuy y Humahuaca para llegar al mediodía a ver cómo la imagen mecánica de San Francisco Solano sale de la torre de la Municipalidad mientras un insoportable parlante repite como una letanía la misma alocución día tras día. Y no vaya a creerse que se trata de un capricho de la gente de la iglesia vecina, la Catedral de 1641, consagrada a Nuestra Señora de la Candelaria. No, estos pobres hombres de fe también han de aguantar el rito cada mediodía. Al momento en que se junta la muchedumbre, aparecen los chiquitos ofreciendo coplas por una moneda o, mucho mejor, actuar como guías de turismo para visitar poblaciones vecinas o para recorrer la ciudad.
Desde la propia plaza, subiendo una escalinata salpicada de artesanos, pero también de revendedores de supuestas artesanías, están los restos de la torre de Santa Bárbara, una fortificación española del siglo XIX, sede del combate librado en 1837 contra la Confederación Peruano-Boliviana.
Además, habrá que encontrar tiempo para visitar el Museo Arqueológico, pero sobre todo el Museo del Carnaval Norteño, que si está abierto es imperdible. Creado por don Sixto Vázquez Zuleta, un personaje tan extraño como admirable –periodista, museólogo, escritor y devenido dueño de un acogedor pero sencillo hostel– el museo es un compendio de todas aquellas costumbres y creencias que acaban por explicar buena parte de una cosmovisión propia de la gente de la Quebrada, de la Puna y del Altiplano. En fin, una de esas riquezas que han hecho que el mundo ponga de modo diferente los ojos en el Norte argentino.
Tomás Natiello