Una vez más, la brutal consigna puede ser readaptada con sentido local. En su versión original, “es la economía, estúpido sirvió para orientar la campaña electoral de Clinton pegando en el flanco más débil de Bush padre, que buscaba la reelección. En el presente es útil al debate económico en la Argentina, ya que las urgencias (preocupación por la inflación) ponen el foco sólo en las variables nominales, cuando debería prestarse igual atención a las variables reales.
¿Por qué conviene no perder de vista el flanco real?. Porque la Argentina tiene muchas demandas insatisfechas (de empleo, de ingresos por encima de la línea de la pobreza, etc). Esto hace que los equilibrios duraderos en la economía sólo se puedan lograr si van respondiendo esas demandas insatisfechas, y la única forma de hacerlo es a través del crecimiento sostenido. A su vez, este objetivo sólo es alcanzable con fuertes avances de productividad, ya que seguimos siendo un país con recursos escasos. En este sentido, la Argentina necesita reforzar sus instituciones económicas, única forma de maximizar los avances de productividad del capital y del trabajo. En momentos de búsqueda de acuerdos entre la UIA y la CGT y cuando se invoca el Pacto de la Moncloa suscripto a fin de los ’70, debe subrayarse que el hecho clave de España fue la decisión de incorporarse a la Comunidad Europea, algo que se formalizó a mediados de los ’80. El Pacto fue sólo uno de los instrumentos, congruentes con el objetivo integrar la economía española al resto de Europa y adoptar instituciones económicas como las de Francia y Alemania, llegando incluso a la moneda común.
Parafrasear nuevamente al asesor de Clinton es una forma de zamarrearnos a nosotros mismos para asimilar la magnitud del desafío. Entre 2003 y 2005 inclusive, el PIB argentino se habrá expandido un 28,5% en términos reales, una cifra notable. Sin embargo, más de 10 puntos porcentuales se explican por el aprovechamiento de capacidad instalada ociosa al comienzo de la recuperación. Si no se computa esto, puede haber conclusiones erradas acerca del esfuerzo necesario para seguir el sendero. Y mientras más conformistas y menos exigentes seamos con nosotros mismos, más débiles serán los instrumentos que elijamos para avanzar.
Si los españoles vieron que para crecer necesitaban integrarse a Europa, en la Argentina, cuando se plantean acuerdos entre empresarios y dirigentes sindicales, lo menos que puede hacerse es mirar a Brasil.
El tema es que en los últimos años el avance de la productividad industrial por trabajador de Brasil más que duplicó el desempeño argentino: en el país vecino creció al 4,5% anual acumulativo y en el nuestro lo hizo a 2% anual. Esta brecha de 25 puntos porcentuales abierta desde 1997 a la fecha no es un demérito para los empresarios y trabajadores locales, simplemente refleja un mejor funcionamiento institucional brasileño y, probablemente, la existencia de objetivos más ambiciosos de inserción en el mercado mundial.
¿Cómo recuperar el terreno perdido con Brasil? Una de las palancas es, evidentemente, más inversión. Entre 1996 y 1998, cuando la Argentina tenía fuerte superávit comercial con Brasil, en nuestro país la relación entre el monto invertido por cada empleo generado era de 205.000 dólares por cada nuevo trabajador. En 2003 se crearon 763 mil empleos y la inversión de ese año fue de 19,1 mil millones de dólares, definiendo un monto de 25.000 dólares por cada nuevo trabajador (la expansión se apoyó en inversiones preexistentes). En 2005 puede estimarse que el cociente inversión/nuevo empleo alcance una cifra de 117.000 dólares por cada trabajador.
Crecer y crear empleo de alta productividad no es tan sencillo, entonces. El cambio de precios relativos hace que sea muy difícil llegar a una inversión de 200.000 dólares por cada nuevo empleo, pero a su vez no se puede abandonar el objetivo de lograr nuevos saltos en la productividad. Se torna más relevante por ende adoptar las mejores prácticas gerenciales, invertir más en investigación y desarrollo, lograr un proceso de innovación continua. Del lado del trabajador, redoblar los esfuerzos de educación y capacitación, lo cual incorpora a la mesa a la mayoría silenciosa de los informales, que no están representados por los sindicatos. Todo complementado por mecanismos de financiamiento de largo plazo y la superación de eventuales cuellos de botella, sea en el transporte, las comunicaciones, como el suministro de energía, en un contexto de creciente integración al mercado mundial. Como se ve, el marco institucional que se requiere es mucho más amplio que el de un acuerdo empresarial-sindical, que sólo tendría sentido en un contexto de esas características.
Después de todo, la inflación sería sólo un problema de sintonía fina para conciliar oferta y demanda, si la pobreza y el desempleo no presionaran -legítimamente- con la fuerza que lo hacen en un país que debe asumir las crisis de las que viene.