Si alguna cosa positiva pudiera extraerse de una crisis económica sería, al menos, la posibilidad de aprender una lección para no volver a cometer los mismos errores. Los argentinos han tenido varias de esas oportunidades en las últimas décadas y, dado el carácter dramático de las crisis vividas, podría esperarse que ciertas lecciones hayan calado hondo en la mente de los argentinos.

No parece ser ése el caso. Ante el registro de ciertos aumentos de precios, el presidente Kirchner llamó a la población a no hacer el juego de quienes pretenden destruir la actual bonanza económica y en particular llamó a un boicot a la empresa Shell por haber subido en un porcentaje menor el precio de sus combustibles. La reacción general de la opinión pública ha sido variada, pero con variaciones que van desde el ataque de grupos piqueteros a la sede de la empresa pintando sus paredes con carteles de golpistas, hasta opiniones de oyentes en los programas de radio manifestando que hay que poner límite a las actitudes inescrupulosas de las empresas que sólo piensan en el lucro a costa del bolsillo de los consumidores.

Quiere decir que no hemos aprendido nada. Los argentinos vivimos varias décadas de elevada inflación y dos hiperinflaciones y todavía seguimos creyéndole a los gobiernos que los causantes de los aumentos de precios son los insaciables comerciantes o empresarios. Durante esas décadas, además, ese mismo mensaje era transmitido tanto por gobiernos democráticos como militares, estableciendo controles de precios, vedas para la venta de carnes, congelamientos, obligando a los comerciantes a completar formularios con el precio de cada producto en venta, multando y clausurando a quienes vendieran a precios que no fueran los oficiales, acusando a esos mismos comerciantes de desabastecimiento, etcétera, etcétera.

Todo ello acompañado del mismo lenguaje gubernamental que escuchamos ahora, una andanada tras otra contra los golpes del mercado.

Luego de la hiperinflación de los años 89/90 pareció que los argentinos habían comprendido el verdadero origen de la inflación. Al menos si no en el concepto, en la práctica: salían desesperados a comprar dólares, a deshacerse de una moneda que perdía su valor hora tras hora. Algunos pensamos que, tal vez, dado que actuaban de esa manera también habían comprendido dónde estaba el origen del problema: en la emisión monetaria del Banco Central.

Ahora resulta evidente que no, que se ha retrocedido desde la materia Moneda, crédito y bancos, hasta la materia Economía I y aún así reprobando ésta. Durante el año 2004, la base monetaria creció un 6,6% en términos nominales y declinó un 0,5% en términos reales. Eso parecería mostrar que no ha habido una expansión monetaria que justifique aumentos mayores a los ya registrados. La inflación anual era en enero de 2004 de 2% y alcanzó en enero de 2005 un 7%. Pero si consideramos otros indicadores monetarios nos muestran que ha comenzado a funcionar nuevamente el multiplicador bancario, luego de haberse estrellado en la crisis financiera del 2001/02. Así, el indicador M1 muestra un crecimiento nominal anual del 28% y real del 19,4%, M2 de 37,1 y 27,9% y M3 de 26,2 y 17,7% respectivamente. La producción aumentó el año pasado, ¿pero acaso lo hizo en esas proporciones?

Mientras la Argentina salía de su profundo pozo existía capacidad instalada sin utilizar como para absorber una mayor demanda que no proviniera de mayor productividad sino de la expansión de moneda, pero el país se acerca a su frontera de posibilidades de producción y el fuelle monetario tiene una sola salida: los precios.

Los gobiernos argentinos siempre han aplicado la política del tero, ese pájaro local que grita lejos de su nido para engañar a un posible depredador. Siempre han señalado a empresas y comerciantes para desviar la atención de sus propias políticas.

No es de extrañar que hagan eso. Sí lo es que todavía lo sigamos creyendo.