Lo ocurrido en los dos últimos años no ha mejorado la reputación de los economistas, que en su mayoría no revelaron debilidades fundamentales que había en los mercados financieros, ni pronosticaron la crisis, y ahora están en desacuerdo en cuanto a las políticas apropiadas a aplicar y al curso probable de los acontecimientos. Aunque en los últimos 25 años se ha hecho más investigación económica que nunca antes, los economistas cuyos nombres se mencionan más frecuentemente como referencia en la actualidad, como Hyman Minsky y John Maynard Keynes, pertenecen a generaciones anteriores.
Desde la década de los 70, los economistas han participado de un gran proyecto cuyo objetivo es lograr que la macroeconomía tenga cimientos microeconómicos. En el lenguaje cotidiano, esto significa que lo que decimos sobre los grandes temas en materia de políticas –crecimiento e inflación, auge y caída– debe tener sus raíces en el estudio del comportamiento individual. Dicho de esta manera, el proyecto suena obviamente deseable, y hasta esencial. Confieso que durante mucho tiempo me sedujo.
La mayoría de los economistas dirá que este proyecto ha sido un éxito, pero el criterio que se aplica es el criterio auto-referencial de la moderna vida académica. La mayor alabanza que se puede hacer ahora de un argumento económico es decir que es riguroso. Los modelos macroeconómicos de hoy en día ciertamente lo son.
Pero los encargados de fijar las políticas públicas, y el público en general, no están interesados, y con razón, en determinar si los modelos son rigurosos. Lo que les interesa es saber si los modelos son útiles y esclarecedores, y estos modelos rigurosos no califican bien en esos aspectos.
En realidad, en las primeras etapas del proyecto Robert Lucas, uno de sus principales arquitectos, quien recibió un premio Nobel por sus contribuciones, desarrolló lo que se conoce con el nombre de la crítica Lucas, en la que sostenía que no se debía aplicar a las predicciones del proyecto los estándares comunes de validez estadística. Según su colega Thomas Sargent, a Lucas le preocupaba que esas pruebas rechazaran “demasiados modelos realmente buenos .
Los economistas, como los físicos, han estado buscando desde hace mucho una teoría de todo. En el caso de que hubiera una teoría económica semejante, en realidad habría sólo una candidata, que estaría basada en la racionalidad extrema y la eficiencia del mercado. Cualquier otra teoría tendría que tener en cuenta la evolución de las creencias individuales y el avance del conocimiento humano, y nadie imagina que pueda haber una única teoría de todo el comportamiento humano. Bueno, en realidad no puede hablarse de nadie: dentro del proyecto, algunos trastornados creen que su teoría realmente da cuenta de todo el comportamiento humano y que conceptos como la bondad, la belleza y la verdad son desprolijas construcciones sociológicas.
Pero esas personas quedan desacreditadas cuando abre la boca. Decir que la gente responde racionalmente a los incentivos, y que los precios del mercado incorporan información sobre el mundo, no es terrible, pero tampoco se trata de verdades universales. Mucho de lo que crea oportunidades de hacer ganancias -y causa inestabilidad en la economía global- resulta del fracaso de esos supuestos. El comportamiento de manada, los errores al fijar el precio de los activos y la información groseramente imperfecta nos condujeron adonde estamos hoy.
No hay, y nunca habrá, una teoría económica de todo. El conocimiento que podemos esperar adquirir en materia económica es fragmentado y provisional, y diferentes teorías iluminan situaciones diferentes pero particulares. Debemos observar fenómenos que se repiten regularmente y, como ocurre en medicina o ingeniería, a menudo encontraremos soluciones pragmáticas que funcionan, aunque nuestra comprensión de porqué funcionan sea incompleta.
El físico Max Planck dijo que había dejado de lado la economía porque era demasiado difícil. Keynes observó que Planck podría haber dominado el corpus de la economía matemática en unos pocos días –ahora le podría llevar unas semanas. Y a continuación Keynes explicó que la comprensión de los temas económicos requiere una combinación de lógica e intuición, y un amplio conocimientos de hechos que, en su mayor parte, carecen de precisión, “un requisito que es abrumadoramente difícil para aquellos cuyo talento consiste, principalmente, en la capacidad de imaginar y buscar hasta su punto máximo las consecuencias y las condiciones previas de hechos comparativamente simples que se conocen con un alto grado de precisión . En esto, como en muchas otras cosas, Keynes tenía razón.