La declaración de la Comisión Permanente del Episcopado, difundida durante su última reunión, bien puede servir, lamentablemente, como una más de las reiterados -y desoídos- llamados de atención de la Iglesia acerca del riesgo de ‘patear para adelante‘ las cuestiones vinculadas con la marginación, la exclusión, la falta de oportunidades y la indigencia en el país.
Nadie, desde ningún sector de responsabilidad, puede decir que los duros términos del mensaje de los obispos le resultó sorpresivo. Por mencionar sólo unos pocos ejemplos recientes de advertencias similares, en junio de 2008 -durante el conflicto entre el gobierno y el campo- en una reunión extraordinaria de la Permanente se señaló que ‘todavía son muchos los hermanos que viven en pobreza y exclusión, y que esperan de todos los argentinos un compromiso firme y perseverante por la justicia y la solidaridad‘.
Meses después, en marzo de 2009, la declaración eclesiástica reclamaba ya desde su título ‘Fortalecer la amistad social‘ y subrayaba que el crecimiento de la pobreza ‘es el mayor desafío social que tenemos por delante, y debe ser respondido con gestiones solidarias tanto del sector público como del privado‘ y aseguraba que ‘la Argentina sólo va a crecer con el esfuerzo, la unidad y la solidaridad de todos los argentinos’ porque ‘el momento actual reclama diálogos sinceros y transparentes, reconciliación de los argentinos y búsqueda de consensos que fortalezcan la paz social’.
Finalmente, en marzo último, con motivo del primer bicentenario patrio, la Iglesia llamó a ‘recrear las condiciones políticas e institucionales que nos permitan superar el estado de confrontación permanente que profundiza nuestros males’ y enfatizó que ‘si toda la Nación sufre, más duramente sufren los pobres’.
Ahora, tras el imperdonable desperdicio de vidas humanas en los sucesos de Villa Soldati, los obispos de la Comisión Permanente ven ‘signos de fragmentación social’, además de persistencia de la pobreza y la inequidad, dificultad para el diálogo, violencia, agresión y desprecio a los migrantes.
Aquellas advertencias fueron desgraciadamente desoídas. La sociedad justa, reconciliada e incluyente que debería concentrar los talentos y esfuerzos de todos cuantos tienen responsabilidades en la vida de la sociedad sigue lejos, y las mezquindades de toda índole impiden avanzar en dirección a esa meta.
Los obispos insisten en su última declaración en que ‘sólo el diálogo sincero es el camino que nos aleja del enfrentamiento y la violencia’. Todo indica que este rubro, el ‘social’, será por lejos su prioridad máxima en materia de acción pública en el futuro inmediato. Por eso ha puesto hace ya tiempo a todas sus instituciones de ayuda y promoción a trabajar intensamente a favor de los más urgidos. Sólo así se explica que los temidos ‘estallidos sociales’ no se hayan desbordado aún en toda la geografía nacional.
Experta en humanidad, la Iglesia percibe que la situación es extremadamente difícil, y que el tiempo apremia.