

No fue fácil la semana para el titular del BCRA. Para confirmarlo, en el discurso de 1 hora con 27 minutos que la presidenta dio desde la Casa Rosada, la transmisión oficial se detuvo en Fábrega en cinco oportunidades. Además, en pleno relanzamiento del Cedin, la presidenta anunció que "el señor presidente del Banco Central de la República Argentina Juan Carlos Fábrega" comenzará a reunirse con distintas Cámaras inmobiliarias pero también con todas las agrupaciones de bancos.
Ambos gestos bien pueden ser la confirmación de Fábrega en el cargo después de que el mendocino amagara con la presentación formal de su renuncia, decisión que fue negada por fuentes de la entidad pero confirmada por otros banqueros, y que sin embargo no habría pasado del plano informal.
A esa situación había llegado el propio Fábrega después de recibir de boca de la propia presidenta la orden de desmantelar el frente negociador que habían instrumentado los bancos de capital nacional nucleados en Adeba con el aval oficial del Banco Central para comprarle la deuda al fondo Elliott.
Suele decirse que para hacer política contracíclica hay que ahorrar en tiempos de abundancia. Hoy la Argentina pone en marcha una serie de medidas por $ 3.000 millones cuando el déficit fiscal se traduce en mayo presión inflacionaria debido a la emisión. Con referencia a esto último, hubo algunas definiciones ambiguas por parte de la titular del Poder Ejecutivo.
Una de ellas, que podría no pasar una pequeña confusión, sería aquella que buscó tomar distancia de aquellos que compraban dólares. Cristina dijo "el que crea que va a salvar su trabajo comprando dólares o guardando la plata para no consumir, lo más probable es que en el mediano plazo lo termine perdiendo, que les grabe esto en la cabeza porque es el consumo interno el que salvó el año 2010 y 2011".
Sin quererlo, Cristina dijo algo que Keynes solía repetir, si bien el gran economista inglés era mucho más brusco. Keynes decía "maten al ahorrista", pensando en los efectos 'nocivos' que la "postergación del consumo" trae a una economía, ya que alguien que se guarda el dinero no genera consumo, no estimula la actividad económica; con suerte paga algún impuesto.
Pero es probable que no estuviera pensando en ciclos como el de la Argentina. En las últimas décadas, el ahorro en moneda local fue una quimera. Tanto es así, que si un día cualquiera de 1975 alguien se hubiera ido a dormir con u$s 1.000 en el equivalente a moneda local de entonces (pesos Ley 18.188) y se hubiera despertado ayer mismo, al mirar debajo del colchón habría hallado hoy unos $ 0,0000027.
Desde las estampillas y los chanchitos con ranura, una pesada carga histórica de hiperinflaciones y confiscaciones devinieron efectivos disuasores del ahorro sistémico, pero han introducido en la cultura esa variante -que algunos llaman enfermedad- de pensar siempre en el dólar.
Si la disyuntiva es ahorrar o consumir, quien no se lo plantea con seriedad y cae en las garras de la inflación (que induce a no defender esos recursos de la pérdida de poder adquisitivo y, en cambio gastarlo todo), entonces está comprometiendo su futuro y, lo que es más importante, transfiriendo la responsabilidad que le cabe a cualquier persona de conservar recursos para cuando no pueda trabajar, a las manos de un Estado que no siempre se ha encargado como corresponde de asignarle a los abuelos el ingreso con el que merecen vivir la etapa final de la vida.












