Hace sólo dos años, en un mal momento del primer mandato de Barack Obama, su entonces secretario de prensa arremetió contra los críticos liberales del presidente por atacar el fracaso de la Casa Blanca con las políticas domésticas, como la salud universal, y permitir que abiertamente haya militares homosexuales.
Robert Gibbs, que llamó a los críticos la izquierda profesional, comentó: Estarán satisfecho cuando tengamos la salud canadiense y hayamos eliminado el Pentágono. Esa no es la realidad.
Desde entonces, las quejas desaparecieron. Para la izquierda, Obama cumplió de la manera más fundamental, derrotando al candidato republicano y al partido que tenía la mira mayormente puesta en la red de seguridad social de la posguerra estadounidense.
Pero las celebraciones no duraron mucho. En las últimas semanas, la izquierda volvió a las barricadas, presentando a Obama una serie de pedidos para las negociaciones en pos de evitar el abismo fiscal, que son los recortes del gasto y aumento de costos que comenzarán a regir automáticamente a principios de 2013.
Mucho tiene que ver con que los republicanos del Congreso le temen a su base, especialmente desde el surgimiento del Tea Party. Los republicanos no se arriesgarán por el tema de los impuestos por una buena razón. Saben que sus bancas en el Congreso correrían peligro si lo hicieran.
Pero Obama también tiene una base demócrata con la cual enfrentarse. Las negociaciones sobre el abismo fiscal será una buena señal como tantas otras de cuánto él siente que es necesario escucharlos más.
En las fallidas conversaciones del año pasado con John Boehner, el vocero de la Cámara de Representantes, Obama había estado dispuesto a discutir los elementos de las vacas sagradas liberales, la Seguridad Social para jubilados, y diferentes maneras de recortar los beneficios pagados a través de Medicare y Medicaid, los programas que cubren la salud de los ancianos y las familias de bajos recursos respectivamente.
Desde las elecciones, muchos de los aliados de Obama en el Congreso, los sindicatos y varios grupos de lobby, pidieron que esos programas fueran quitados de la mesa en que se negocie el abismo fiscal.
La victoria de Obama, aseguran, fue un mandato para que eleve las alícuotas marginales de los impuestos a los norteamericanos más ricos y que no se deberían compensar con una reducción de beneficios para los pobres.
Si el acuerdo incluye cambios en la salud de los ancianos y el apoyo a los pobres podría ofender a la vieja base demócrata, pero Obama puede siempre recordarles que les ha evitado un resultado mucho peor.
