Karim Mohammed, un empresario inmobiliario egipcio, nunca votó y no había estado jamás en una protesta. Sin embargo, cuando el 25 de enero pasado decenas de miles de personas marcharon por las calles de El Cairo pidiendo que Hosni Mubarak dejara el poder, sintió el deseo de lanzarse él también a la calle acompañado por dos amigos: un ejecutivo de banca de inversión y un director de marketing.
Lo que explica su actitud es que, por primera vez en su vida, este empresario de 37 años pensó que lo que hacía podía tener un impacto sobre el futuro de Egipto. Así fue que se convirtió en uno más entre los miembros de la clase media, hasta ahora silenciosa, que han jugado un papel crucial en un levantamiento contra el régimen sin precedentes.
En las dos semanas desde la primera protesta, egipcios de todas las clases sociales han unido fuerzas para presionar a Mubarak. Profesionales de mediana edad han marchado junto a jóvenes seguidores de la Hermandad Musulmana, y los más acomodados utilizaron iPhones y BlackBerrys para captar imágenes de estas manifestaciones históricas que han reunido a ricos y pobres, que normalmente se mezclan sólo por necesidad.
La diversidad y el tamaño de las multitudes han complicado los esfuerzos de las autoridades para terminar con las protestas, y la clase media es una importante fuerza de movilización. A diferencia de lo que ocurría en disturbios previos, las fuerzas de seguridad no enfrentan sólo a los seguidores de la Hermandad, a quienes detienen habitualmente, o a pequeños grupos de manifestantes.
La clase media representa un segmento pequeño de la sociedad que ha podido disfrutar un estilo de vida cómodo, lo que la mantuvo muy alejada de las masas empobrecidas, pero también ha sufrido las frustraciones de vivir en un sistema con una burocracia inmanejable, con corrupción y con servicios públicos en estado ruinoso. Estas frustraciones están siendo ventiladas públicamente como nunca antes.
Además, durante décadas, el gobernante Partido Nacional Democrático dominó la política. Las elecciones eran consideradas simples fachadas que alimentaban la apatía que caracterizó a la sociedad egipcia.
