
La semana pasada, Hanoch Sheinman, profesor de derecho de la Universidad Bar-Ilan de Israel, envío un e-mail a sus alumnos de segundo año para asegurarles que se fijaría una nueva fecha para su examen final dados los trastornos ocasionados por la guerra contra Hamás en Gaza.
Espero que este mensaje los encuentre a salvo y que ni ustedes ni sus familias y seres queridos estén entre los cientos de muertos, los miles de heridos o los cientos de miles cuyo hogar resultó destruido o que fueron obligados a dejar su casa durante o como consecuencia directa de la confrontación en la Franja de Gaza y sus alrededores.
En otros sitios, el e-mail del profesor podría interpretarse como una declaración amplia y anodina de solidaridad humana durante una guerra que se desató hace un mes y que se cobró alrededor de 1900 personas en Gaza y 67 en Israel. Pero puertas adentro, le trajo problemas y apareció en los titulares de las noticias nacionales.
Estudiantes indignados se quejaron a la universidad, manifestando que se sentían ofendidos porque Sheinman había equiparado las muertes de la guerra de Palestina con las de Israel. Shahar Lifshitz, el decano de la facultad de derecho, se disculpó por los comentarios del profesor, que dijo que no encajaban en el marco de la libertad académica o libertad de expresión en ningún sentido aceptable.
Sheinman dice que no se disculpó porque no entiende de qué debe lamentarse. Me entristece profundamente que mi expresión trivial de preocupación haya despertado semejante reacción violenta, sostiene. Nos dice algo importante, que nada que ver tiene conmigo o la universidad.
Si bien los comentarios del profesor habrían sido un lugar común hace solo diez años, cuando la política y la sociedad israelíes aún tenían cabida para un gran campo en pro de la paz, hoy se consideran inaceptables.
Las noticias internacionales sobre Gaza han hecho hincapié en la gran cantidad de muertes de civiles palestinos, incluso aquellos asesinados en tres bombardeos separados de Israel a escuelas que albergan desplazados, lo cual Estados Unidos, el aliado más cercano de Israel, consideró un episodio desafortunado.
Los tres principales canales de televisión de Israel han ofrecido amplia cobertura en vivo, brindando información sobre los palestinos muertos, pero concentrándose en el frente local: los cohetes y morteros lanzados a ciudades israelíes -muchos de los cuales erraron el blanco o fueron destruidos por el sistema antimisiles Iron Dome- o los ataques que Hamás intentó hacer a puestos de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) o comunidades de la frontera del sur.
Los corresponsales militares de los canales transmitieron fielmente noticias de la destrucción de la FDI de combatientes y blancos terroristas y, al menos en un caso, instaron a los líderes civiles israelíes a oprimir más enérgicamente a Gaza.
La historia que los israelíes cuentan de sí mismos y la historia que el mundo cuenta de ellos son cada vez más divergentes. Los israelíes que se oponen a la guerra afirman que el discurso público en Israel está dominado por la intolerancia del disenso de la izquierda y la aceptación del discurso de odio y el asedio de la derecha contra los izquierdistas y las minorías árabes.
Afirman que la democracia del país, la cual Benjamin Netanyahu y otros líderes de Israel suelen citar como el factor determinante que distingue a Israel de sus vecinos árabes, está bajo amenaza. Algunos no rehúyen de utilizar fascismo -un término con una carga particular en Israel- para describir el rumbo que su país está tomando, con la subyugación de los derechos individuales en pos de los intereses superiores del Estado.
La sociedad israelí está yendo hacia la derecha: más religiosa, más fundamentalista y, en muchos sentidos, diría que aún más fascista que en el pasado, dice Meir Margalit, un concejal de la ciudad de Jerusalén perteneciente al partido de izquierda Meretz. Quizás esto se relacione con el temor: cuanto más temor tienen los israelíes, más derechistas se vuelven.
La operación de ofensiva israelí creo una atmósfera conformista, conservadora y frenéticamente patriota que admite poco disenso. Los israelíes izquierdistas la asimilan a la persecución a los comunistas del macartismo de Estados Unidos a comienzos de la década de 1950.
Las protestas se aceptan de mala gana, y en algunos casos se reprimen. El mes pasado, activistas que se oponen a la guerra se manifestaron en Tel Aviv, Haifa y otras ciudades, argumentando que la policía no los protegió de manifestantes violentos o insultantes a favor de la guerra, y en algunos casos, también fueron insultantes.
Algunos fueron golpeados, amenazados u hostigados con gritos de ¡Traidores! o ¡Vayan a Gaza! El sábado pasado, la policía israelí arrestó a 14 manifestantes por organizar una manifestación que sostuvieron que era ilegal, una aseveración que los manifestantes cuestionan enérgicamente. Nos dimos cuenta de que si queremos pronunciarnos contra la violencia de Israel o la ocupación, no podemos, sostiene Maayan Dak, una activista de la Coalición de Mujeres por la Paz de Israel. Esta vez, no se intentó mostrar el juego de la democracia en el estado judío.
Quienes participaron en las protestas del mes pasado, en algunos casos, fueron fotografiados por pares israelíes con el nombre de sus empleadores, a quienes se instó a echarlos. Esto provocó despidos o expulsiones académicas, según la Asociación de Derechos Civiles de Israel, que advirtió que los empleadores podrían enfrentar cargos de discriminación por despedir gente.
Gideon Levy, un columnista del periódico de izquierda Ha'aretz, cuyas opiniones a favor de Palestina ahora se consideran de extrema izquierda en Israel, hace poco comenzó a moverse con guardaespaldas por Tel Aviv, luego de ser amenazado e insultado en público. En un artículo de opinión, Levy había acusado a los pilotos de las fuerzas aéreas israelíes de apretar botones y joysticks y matar a civiles durante la ofensiva Protective Edge, cometiendo, a su entender, los actos más bajos desde lo más alto. Cientos de personas cancelaron su suscripción a Ha'aretz y lo amenazaron de muerte.
Nos embarcamos en esta guerra, tras años de incitación, lavado de cerebro, demonización de los palestinos, gobiernos de derecha y legislación del parlamento para deslegitimar a la izquierda, las organizaciones no gubernamentales y organizaciones de derechos humanos, afirma. No me gusta usar esta palabra, pero cada vez se ven más actos fascistas en Israel. No llega a ser fascismo, pero se ven las señales.
Algunos preguntan si las opiniones de los izquierdistas -una pequeña fracción del público israelí a la que suele oírse más fuera que dentro de Israel- importan mucho. Según una encuesta de realizada por el Instituto para la Democracia de Israel el mes pasado, 95% de los israelíes piensan que la guerra en Gaza está justificada, contra apenas un 3-4% que considera que las FDI utilizaron excesiva potencia de fuego.
Las opiniones de Levy expresadas en su columna ofendieron profundamente a los israelíes conservadores al invocar los cuerpos aplastados y los heridos desangrados de Gaza, y preguntar: ¿Cómo se puede dormir por la noche?
Hay un discurso de derecha, a menudo ultranacionalista, que se cierra cada vez más al debate. La opinión que el país tiene de sí mismo y la visión exterior que el mundo tiene de él son radicalmente opuestas, posiblemente más que en cualquier otro momento de sus 66 años de historia.
Esto no representa un problema para la mayoría de los israelíes, que se enorgullecen de la solidaridad cívica que llevó a algunos a hacer flamear banderas en sus coches, a otros a donar sangre, llevar comida a los soldados del sur o pegar stickers azules y blancos donde se lee Juntos Somos Fuertes (Strong Together) en lugares públicos.
Tampoco es algo inédito. En los Estados Unidos, tras los ataques terroristas del 11 de septiembre, el ala izquierdista se quejó de que los medios agitaron a l guerra y la intolerancia para el debate. En Israel, la guerra fue mucho más cercana, con el reclutamiento de miles de reservistas y frecuentes sirenas antiaéreas en todo el país que hacen salir a todo el mundo en busca de refugio.
Los periodistas israelíes se levantan cada mañana con una alarma, llevan a sus hijos a un refugio y quizá tienen familiares en el sur o el centro de Israel, declara Lior Averbach, corresponsal de la publicación de negocios Globes. Los medios de comunicación de los canales 2 o 10 son sionistas, patrióticos, y nadie tiene que pedir disculpas por ello.
Sin embargo, en los extremos más desagradables del discurso público, algunos políticos, incluidos los miembros del Parlamento, están cruzando líneas rojas retóricas haciendo comentarios xenófobos o incendiarios, tales como exigir la expulsión de todos los palestinos fuera de Gaza.
Moshe Feiglin, vicepresidente de la Knesset y miembro del partido Likud de Netanyahu, recurrió la semana pasada al primer ministro para exigirle que reconquistaran Gaza y expulsaran a los residentes a la frontera con Egipto hasta que se establezcan destinos de emigración pertinentes.
En una manifestación contra la guerra en Tel Aviv el mes pasado, los contra-manifestantes se burlaron de los manifestantes con cánticos racistas. Uno rezaba: Olé, olé, olé no hay escuela en Gaza mañana. No quedó ningún niño.
La llegada de 1 millón de inmigrantes de la ex-Unión Soviética en la década de 1990, muchos de los cuales sostienen una postura rígida sobre temas de defensa, fortaleció a los partidos de derecha en un país que en sus primeras décadas de independencia fue dominado por el Partido Laborista de centro-izquierda.
La elección de enero de 2013 llevó al poder a una coalición de derecha en la que Netanyahu es relativamente moderado; entre los demás miembros se incluye Jewish Home, cuyo líder Naftali Bennett quiere que Israel anexe franjas del territorio ocupado de Cisjordania.
Dos rondas fallidas de conversaciones de paz con los palestinos, más recientemente el esfuerzo de nueve meses dirigido por John Kerry, Secretario de Estado norteamericano, que fracasó esta primavera, fortalecieron las opiniones de derecha en un país donde los problemas de seguridad y el conflicto con los palestinos determinan cómo las personas votan y se definen a sí mismas.
Tres guerras en Gaza desde 2009 dieron credibilidad a las afirmaciones de Bennett y otras figuras de la derecha de que la retirada unilateral de Israel en 2005 fue un error, y sería una locura hacer lo mismo en Cisjordania acordando la formación de un Estado palestino allí.
Los límites también se movieron hacia la derecha en cuanto a lo que es aceptable decir. La xenofobia y el racismo fueron una corriente subterránea en los márgenes de la sociedad y la política israelí durante todo el año pasado, que fue testigo de la violencia contra los migrantes africanos al sur de Tel Aviv y una serie de ataques de vandalismo anti-árabes y anti-cristianos en Cisjordania y Jerusalén.











